No voy a poner su foto. Por respeto y porque soy mamá y me duele mucho ver la foto de ese pequeñín de tres años muerto en la playa. Podría haber sido mi hija. Al fin y al cabo, su abuelo es sirio…

Sabéis de quién os hablo. Se llamaba Aylan Kurdi, y estaba huyendo del drama de la guerra. La conciencia colectiva se ha movilizado, mezcla de empatía y de vergüenza por escatimar ayuda a quien la necesita, enarbolando la excusa del “aquí ya no cabemos más”.

Aunque podría dar mi opinión personal sobre las personas que se plantean el dilema de si se debe ayudar o no al prójimo, éste es un blog de comunicación no verbal. Así que centrémonos en por qué la foto de este niño, y no las otras miles de fotos del drama de la guerra en Siria, es lo que finalmente ha removido la conciencia o la mala conciencia de muchos. De hecho, en cuatro años de guerra, van más de 210.000 muertos. ¿Por qué esta foto?

A todos nos enternece en mayor o menor medida ver un bebé. O incluso un cachorrito de mamífero. Estamos diseñados, fruto de la evolución, para que, cuando somos bebés y no nos podemos valer por nosotros mismos, podamos llamar la atención de los adultos para que nos cuiden. Por eso, los bebés tienen los ojos, la frente y la boca más grandes, para llamar nuestra atención. Como imagináis, eso nos ha servido para sobrevivir como especie. Los bebés nos resultan enternecedores y por eso los cuidamos. Es instintivo.

En el caso de la foto del pequeño Aylan, hay otro elemento que hace que nos duela especialmente. Es la soledad. Hemos visto muchas fotos de la masacre de Siria. Pero suelen ser fotos colectivas. Sin embargo, ésta es especialmente llamativa por la soledad del pequeño. Eso hace que empaticemos mucho más con él. Los adultos no dejamos nunca solos a los bebés. Y ver a este chiquitín solo hace que nuestra mala conciencia se remueva más, porque podemos sentir el abandono al que se le ha condenado.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras. En este caso, la muerte del pequeño Aylan sirva quizás para que los dirigentes entiendan que no se pueden poner muros ni concertinas al miedo y la desesperación.