Entro en el hotel a toda pastilla agobiado por una inmensa nube de hormigas voladoras. Voy directo a la habitación con la intención de sacudírmelas de encima y cuando abro al puerta me llevo el susto de mi vida, miles de tan desagradables insectos lo cubren todo: el suelo, la cama y hasta el cuarto de baño. Resulta que había dejado la ventana abierta para que se ventilase la habitación sin sospechar de tan inesperada y masiva visita.

Desde entonces odio a las hormigas voladoras

Me encuentro en Banaue, una pequeña localidad situada en las montañas de la isla de Luzón, la mayor de las Islas Filipinas, en el otro extremo del mundo. He venido a visitar al pueblo de los Ifugao y a las terrazas de arroz, consideradas las más hermosas del mundo y declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. También quiero visitar los lugares en los que quedan aún restos de los más de tres siglos de dominio español.

Arrozales en terraza de Hungduan, cerca de Banaue

El hotel se encuentra en una zona rural muy próxima a la localidad de Banaue y bien situado para la visita de las terrazas. Hace un día espléndido y tras un discreto desayuno cojo la cámara y con la ayuda de un guía, que en esta zona sale baratísimo, me dirijo a contemplar las primeras terrazas. Dejo la ventana entreabierta porque hace buen día y así se ventila la habitación del hotel. Tras un día ajetreado, con numerosas subidas y bajadas por empinadas cuestas para contemplar las espectaculares terrazas escalonadas, nos dirigimos al hotel. Cuando nos aproximamos me llama la atención la cantidad de insectos que golpean contra el parabrisas hasta el punto de que el conductor se ve forzado a activar el limpiador. “Son hormigas voladoras, no hay problemas”, dice el chófer restando importancia. Cuando llegamos al hotel, ya anocheciendo, la abundancia de insectos es tal que tengo que caminar sacudiendo las manos y agitándome para quitármelos de encima. Cerca de los puntos de luz hay tal concentración que parecen enjambres. "Es una auténtica plaga", me digo a mí mismo mientras corro al interior del hotel. La invasión ha alcanzado la entrada del hotel, especialmente el suelo, casi alfombrado de hormigas por la acción de los insecticidas y pese a que una limpiadora trata de retirarlas con un recogedor.

Los ifugao son los habitantes de Banaue, en Filipinas

Corro a la habitación con la intención de ponerme a salvo, abro la puerta y comienzo a dar un respiro de alivio cuando casi se me corta la respiración por la dantesca visión ante mis incrédulos ojos: las hormigas revolotean por todas partes y lo cubren todo, el suelo, los muebles, la cama y hasta el cuarto de baño. Es como si se hubiera extendido una alfombra negra, pero en este caso de tan desagradables bichos. Resulta que como hago en muchas ocasiones, para que la habitación se ventile, he dejado la ventana entreabierta. Además, el ventanal está orientado hacia el campo, exactamente de donde procede la plaga, por lo que han entrado a miles hasta convertir la habitación en un infierno.

Las terrazas se construyeron hace más de 2.000 años

Salgo ipso facto al pasillo y corro hacia recepción para pedir auxilio. Avisan a una limpiadora, que con un bote de insecticida y una escoba se encamina a la habitación y me dice que espere en el hall. Allí espero en un rincón, con miles de hormigas voladoras esparcidas a mi alrededor, en su gran mayoría muertas o moribundas.

Trabajando en los arrozales de Banaue

Al rato vuelve la limpiadora con el recogedor repleto de los restos de las hormigas y me dice que ya me ha dejado la habitación en condiciones. Es verdad que la situación ha mejorado sensiblemente, pero tengo faena para rato porque aún aparecen por todos los rincones y hasta han entrado en el interior de un bolso que había dejado abierto, lo que me obliga a vaciarlo y a repasar uno por uno todos los objetos y prendas porque las hormigas se han introducido por todas partes. Tras un agotador rastreo y limpieza, creo haberlas eliminado por completo pero aún aparecen algunas en los sitios más inverosímiles. A la mañana siguiente, ya con la situación normalizada, le pregunto al recepcionista y me comenta que estas plagas de hormigas voladoras sólo se producen una vez al año, y no todos los años, precisamente durante el mes de mayo, en el que yo estoy visitando la zona. Eso sí, reconoce que la de este años ha sido la más gigantesca que recuerda.

En mayo los arrozales comienzan a adquirir un tono amarillento

El incidente para nada me interfiere la visita de la zona y, especialmente, los arrozales en terrazas, de inexcusable recorrido para quienes viajan hasta Banaue, cinco de ellas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y consideradas las más bellas terrazas de arroz del mundo, cosa que a mi parecer que es justo, ya que superan en belleza a otras tan preciosas como las de Indonesia, China y Vietnam. Todas ellas tienen más de 2.000 años de existencia.

El arrozal de Batad es uno de los más bellos del mundo

Recuerdo especialmente la terraza de Batad, con forma de inmenso anfiteatro natural de acentuadas pendientes y con una pintoresca aldea en su parte más baja. Completamente distinta es la terraza de Hungduan, salpicada de algunas edificaciones gracias a su suave y prolongada pendiente. Finalmente, también es idílica la terraza de Bangaan, que conforma un valle en cuyo fondo descansa una pequeña aldea de apenas una hilera de casas. Más que las palabras, las imágenes que he seleccionado son ilustrativas al respecto.

El arrozal de Hungduan declarado Patrimonio de la Humanidad

En Banaue me tropiezo con un grupo de vecinos que visten la llamativa indumentaria tradicional del pueblo ifugao, la etnia mayoritaria en esta región. Son una excepción ya que la tradición se ha perdido y ya todo el mundo viste a lo occidental. Este grupo de personas se mantiene fiel a su vestimenta ancestral y al mismo tiempo consigue unas propinas posando para los turistas frente a las terrazas. Son tan pocos que me llama la atención comprobar en internet que casi todas Las fotografías de los ifugaos que aparecen son de las mismas personas.

Algunos nativos aún conservan su indumentaria ancestral

Para recorrer Luzón he optado por alquilar un vehículo con conductor porque apenas me sale a 40 euros diarios y cinco euros más por la comida del chófer. Cuando salimos de Banaue parece que la ciudad quiere despedirse con más emociones fuertes. Así, estamos transitando por una carretera en muy mal estado y abierta en una zona abrupta y montañosa cuando, al dar una curva, nos vemos en plena calzada una gigantesca roca. La única forma de salvarla es desplazarte hasta el borde de un precipicio sin quitamiedos ni barrera alguna. El conductor asegura que no hay problemas y que lo va a hacer pero antes le digo que yo prefiero ver la maniobra fuera del vehículo y me bajo. Con nervios de acero bordea el abismo y supera el obstáculo sin ningún problema.

El arrozal de Bangaan, está entre los más destacados

Reemprendemos la marcha pero apenas unos metros después, en la siguiente curva, vemos que se ha producido un alud y que la carretera está salpicada de pedruscos, algunos de gran tamaño, que hacen inviable la circulación. Algunas piedras es fácil retirarlas pero otras son tan grandes que ni los dos juntos podemos desplazarlas. No hay más remedio que esperar a que lleguen refuerzos mientras observamos con desconfianza a lo alto por si se producen más desprendimientos.

Paisaje idílico en las montañas de Banaue

Por lo visto circulamos por una carretera no muy destacada ya que esperamos y esperamos, pero por allí no pasa nadie. Por fin casi una hora más tarde llega un vetusto camión en sentido contrario que se une a nosotros para desatascar la carretera. A trancas y barrancas conseguimos retirar los pedruscos imprescindibles para abrir un tramo de calzada suficiente para poder atravesar la zona. Por fin, casi dos horas más tarde, conseguimos reanudar la marcha. Vamos en dirección al norte de la isla de Luzón para visitar la ciudad colonial española mejor conservada de toda Asia: Vigan.

Vigan es la ciudad colonial española mejor conservada de Asia

Llego a Vigan, a la plaza Principal que acoge a la catedral y lo primero que me llama la atención es la presencia de banderolas rotuladas en español, que pregonan un paseo por la ciudad en una de las muchas calesas de aire netamente español que hay estacionadas frente al edificio religioso. Se agradece a las autoridades de la ciudad su buena voluntad, pero el español que leemos es tan chapucero que en lugar de un paseo por la ciudad invitan a un “paseo del ciudad”. Eso sí, la ciudad conserva por completo la cuadrícula urbana y la tipología de las viviendas típicas de una ciudad colonial española combinada con elementos asiáticos.

La plaza de la catedral, en Vigan, con las calesas

Todos los viarios de la zona colonial conservan el rotulado de la época colonial y los nombres en español, y por tanto leemos, por ejemplo, calle del Pilar o Libertad, y Plaza de Burgos o Maestro. En 1999 la Unesco declaró a la ciudad Patrimonio de la Humanidad por su perfecta simbiosis entre la arquitectura colonial española y la tipología asiática.

El rotulado en español, deja mucho que desear

De camino a Vigan no me olvido de visitar un par de iglesias, las de Santa María y Paoay, que me pillan de camino, de las cuatro de origen español que han sido declaradas también Patrimonio de la Humanidad. Son unas construcciones muy sólidas y robustas, normalmente con el campanario exento, con la finalidad de resistir los frecuentes seísmos que padece Filipinas.

La iglesia de Paoay de origen español y Patrimonio Mundial

Desde Vigan damos media vuelta y emprendemos el regreso hacia el Sur, en dirección a Manila. Me falta por ver el centro histórico de la capital filipina, un núcleo amurallado llamado “Intramuros de Manila” que durante más de tres siglos albergó los edificios políticos y administrativos más importantes de la ciudad. Lo único que se me ocurre decir tras recorrer el lugar es aquello de “quién te ha visto y quién te ve”, porque de lo que fue una metrópoli imponente solo restan residuos, aunque eso sí, gran parte de la culpa es de los contendientes en la Segunda Guerra Mundial, que se cebaron sobre Manila y arrasaron gran parte del legado arquitectónico colonial.

El Palacio del Gobernador, en Intramuros de Manila

Apenas quedan unas murallas del Fuerte de Santiago, algunas puertas de acceso a la ciudad colonial y varios edificios históricos reconstruidos, entre los que destaca el Palacio del Gobernador. También en este núcleo histórico se ha preservado el rotulado en español.

La Puerta de Isabel II, como reza en el letrero, en Manila

Ha pasado poco más de un siglo desde que España fuera desalojada de Filipinas, unas islas así llamadas en honor del entonces príncipe heredero Felipe II, que fueron descubiertas por Magallanes en 1521 y dominadas por nuestro país hasta finales del siglo XIX.

Puerta del Fuerte de Santiago en Intramuros de Manila

Hoy el español ha desaparecido, aunque quedan algunas palabras sueltas incorporadas al tagalo, la lengua nativa. Sólo han sobrevivido algunas edificaciones, la religión católica y los nombres y apellidos de origen hispano: García y Sánchez son muy comunes, al igual que Manuel y José.

La catedral de Manila fue destruida en la 2ª Guerra Mundial y reconstruida después

TODAS LAS IMÁGENES DE MANUEL DOPAZO, SALVO LA HORMIGA (INTERNET)