Sensualidad en la Guerra Fría

James Bond no sería lo mismo sin las llamadas «chicas Bond», su papel ha cambiado mucho en los últimos años, acorde al paso del tiempo, pero los 60 marcaron un tipo bien definido de erotismo en el cine comercial, el sometido al punto de vista masculino

La actriz Ursula Andress, la primera e impactante chica Bond, en «Agente 007 contra el Doctor No». información

La actriz Ursula Andress, la primera e impactante chica Bond, en «Agente 007 contra el Doctor No». información / QUIMCASAS

Quim Casas

Las denominadas chicas Bond han jugado históricamente un papel importante en el erotismo cinematográfico más tradicional, el sometido al punto de vista masculino. No resultaba tan evidente en las novelas de Ian Fleming que sirvieron de base a las primeras películas de la saga, ni en las excelentes tiras de cómic en blanco y negro dibujadas por John McLusky o Yaroslav Horak. Fue el cine el que instauró el mito del agente 007, seductor, hedonista, inflexible y anticomunista, y el que desperdigó a su alrededor tan poderosos villanos como magnéticas presencias femeninas. Todas, casi siempre, a disposición del macho, aunque no siempre fue así en la década dorada de los 60, la que convirtió a James Bond en una auténtica estrella cinematográfica de la mano de Sean Connery.

Hoy la percepción es muy distinta, ya que aquellos filmes no pasarían el mínimo filtro de lo políticamente correcto y, de buena o mala gana, los responsables de la franquicia protagonizada por Daniel Craig se dedicaron a robustecer dramáticamente a las chicas Bond. Han seguido siendo muy guapas, eso parece innegociable (Eva Green, Olga Kurylenko, Monica Bellucci y Léa Seydoux) pero su cometido, y con ello su papel erótico, ha variado ostensiblemente. No es lo mismo que la chica Bond sea la suiza Ursula Andress de 1962 a que lo sea la francesa Seydoux del siglo XXI.

Ambiente caribeño

Precisamente Andress ostenta el honor, o no, de haber sido la primera Bond’s girl en Agente 007 contra el Doctor No (1962). El ambiente caribeño y la música calipso del filme presagiaban su famosa irrupción en escena, saliendo del mar ataviada con un bikini blanco para pasmo del implacable 007. Tan icónica sería aquella imagen en el erotismo cinematográfica de la década, y en la configuración de las mitologías Bond, que Halle Berry la repetiría 40 años después surgiendo del agua con un bañador parecido, aunque de color naranja, en Muere otro día (2002), dejando estupefacto al Bond encarnado entonces por Pierce Brosnan.

El erotismo más expansivo de Andress sería sustituido por la belleza hierática de la italiana Daniela Bianchi en Desde Rusia con amor (1963). Pese a su fotogenia latina, Bianchi se puso en la piel de una fría agente soviética, Tatiana Romanova, quien, por supuesto, acaba rendida a los encantos de Bond. La solución a los conflictos de la Guerra Fría acostumbraba a pasar por la cama en las películas de la serie.

No fue hasta la tercera y mejor entrega, James Bond contra Goldfinger (1964), que apareció un personaje femenino dominante. Se trata de Pussy Galore, la líder de una banda de acrobáticas ladronas que acaba formando alianza con 007. La interpretó la ultramoderna Honor Blackman, protagonista de las primeras temporadas de la teleserie británica Los vengadores antes de ser substituida por Diana Rigg en el papel de Emma Peel. Los sofisticados trajes de cuero negro que lucía esta ya los había llevado antes Blackman. Hubo una chica Bond más clásica en este filme, encarnada por Shirley Eaton, pero moría asfixiada a las primeras de cambio, con el cuerpo cubierto de pintura de oro en una de las imágenes eróticas más sádicas de la época.

Mujeres objeto

Claudie Auger y Luciana Paluzzi fueron en Operación Trueno (1964) simples mujeres objeto. Akiko Wakabayashi aportó belleza oriental en Solo se vive dos veces (1965), ambientada en Japón. Su presencia resultó menos sensual que la canción de los títulos de crédito entonada por Nancy Sinatra. Sin Connery en 007 al servicio secreto de su Majestad (1969), el amor suplió al sexo: Bond se enamora de Tracy Di Vicenzo, hija de un mafioso, y llega a casarse con ella, pero el día después de la boda Tracy fallece en un tiroteo. Los tiempos trágicos con Daniel Craig ya están esbozados aquí. A Tracy le dio vida, curiosamente, Diana Rigg, en ese trasvase de personajes femeninos potentes que se dio entre Los vengadores y 007.

Connery dejó a Bond tras Diamantes para la eternidad (1971), aunque volvió a encarnar al personaje en el año 1983 por aquello de nunca digas nunca jamás. Su oponente fue una belleza pizpireta, Jill St. John, de erotismo distinto, menos aparente y evidente