Oído, visto, leído

Tertulianos: ¡au, au, au!

Xavier Fortes.

Xavier Fortes. / RTVE

Jesús Javier Prado

Jesús Javier Prado

El grito de guerra que Leónidas exigía a sus trescientos espartanos valdría para aunar los sentimientos de ese regimiento formado y uniformado que pueblan las radios y televisiones de este país, mañana, tarde y noche: los tertulianos. Y es que España es una tertulia. Permanente. Yo me declaro fan de ellas: aquí nos juntamos cuatro o cinco en cualquier sitio al caer la tarde, y a la media hora hemos desarreglado los problemas de media humanidad. Yo tardo unos diez minutos en empezar a decir frases como «esto es así, aquí y en la China popular». También uso mucho «según y cómo», que me sirve para salir del paso un montón de veces. Yo he visto, un domingo por la tarde y después de comer, a un tío mío con sangre manchega, con la vena hinchada y respondiéndome que el trasvase Tajo-Segura había que dinamitarlo, y que tenía los datos. A pesar de que mi padre ejercía de moderador rozamos el magnicidio en el salón de mi casa. Pero acto seguido nos tomamos un gin-tonic y pronto nos pusimos de acuerdo en que como Margot Robbie, Charlize Theron y Jessica Chastain no había otras, y a otra cosa mariposa.

Pero los profesionales son otra cosa. Yo no sé cómo viven con ese estrés: de la radio a la tele, de la mañana a la noche, de La 1 a la Ser, de Ferreras a Ana Rosa, de Fortes a Carlos Alsina. Yo juro que alguna vez he visto a Jesús Maraña (mi tertuliano de pro favorito; qué facilidad, qué saber estar) en dos sitios y a la mismísima hora. Y diciendo lo mismo, pero con tonos diferentes (es un profesional). El don de la ubicuidad les acompaña, allá por los platós que van. Qué estilo tienen todos, y qué soltura ante el piloto rojo de su cámara, y qué fuerza de voluntad para no poder decir nunca, ante cualquier pregunta, esta frase tan compleja: «No lo sé, no tengo ni puñetera idea». Todo lo responden con esa voz pausada llena de matices, a todo le encuentran una explicación llena de lugares comunes. Ya se trate del impacto de las políticas energéticas de la Unión Europea debido a la guerra en Ucrania («algo tienen que hacer los gobiernos», dice uno) como de las medidas que China va a tomar para hacerse con el control de Taiwan («la geoestrategia es lo que tiene», dice otro). Normalmente los periodistas tienen que preguntar y explicarnos las cosas. En las tertulias opinan, dicen, comentan, sueltan, largan, esparcen. Increíble su capacidad para disertar sobre conflictos bélicos, cumbres europeas, acontecimientos panamericanos, congresos transnacionales, emergencias climáticas.

Pero es en la política nacional donde todos se ponen estupendos y sacan, ufanos, sus armas, a ver quién la tiene más larga. Empiezan a sacar tantas fuentes informativas dignas de toda solvencia que no damos abasto los pobres espectadores, secos de información y sin nadie que nos cuente algún secretillo que otro. Cómo tendrán tiempo de hablar con todas ellas, de manera fidedigna (que diablos significará fidedigna) si además están de tertulia en tertulia, cruzándose Madrid de punta a punta y la compra sin hacer. Al final, de todo lo dicho en los diales, en los programas y en los platós apenas te queda algo (alguna reflexión interesante, media frase llamativa, algún pellizquito de monja) pero yo reconozco mi enganche a la cafeína que me aporta la seguridad impostada y asertiva de este ejército de esforzados tertulianos que hace lo imposible por alumbrarme cada mañana y arrullarme todas las noche. «Au, au, au», gritan.