Las recurrentes epidemias que han azotado a la humanidad a lo largo de su historia siempre han transformado las ciudades. Desde Hipócrates en sus ciudades estado, pasando por la peste en la Edad Media, hasta el origen del urbanismo como disciplina, a mitad del siglo XIX, cuando el urbanismo combatió decididamente el crecimiento excesivo de la densidad y de las enfermedades causadas por la Revolución Industrial, que atrajo a las ciudades grandes masas de población que vivían en condiciones miserables.

Surgió entonces el urbanismo higienista, en oposición a las enfermedades infecciosas. Sus principales heraldos en Europa fueron, por un lado, el barón Haussmann en París, y por otro, el ingeniero de caminos Idelfonso Cerdà, en Barcelona. Tanto en París como en Barcelona, grandes operaciones urbanísticas permitieron reducir la excesiva densidad de población, abrieron amplias avenidas, calles y plazas, crearon parques públicos, redujeron la densidad de la ciudad antigua y aplicaron innovaciones como los jardines en el interior de las manzanas. Fueron dos de las mayores demostraciones históricas del poder transformador del urbanismo para mejorar el bienestar de la población.

El urbanismo fue palanca de cambio para adaptarse a las pandemias y mejorar la vida de las personas. Entonces, como ahora, ya surgieron debates para airear, solear y naturalizar las ciudades. Entonces el enemigo era la cólera, la tuberculosis, la escarlatina, la malaria o la gripe española. Ahora, el enemigo es el coronavirus y ataca por igual al centro que a la corona de la ciudad.

Esta evolución tiene su rúbrica en la Carta de Atenas de 1933, dónde se deja claro que la salud y la calidad de vida de las personas son la razón y ser de las ciudades, aunque en aquel momento la apuesta por la idea de la ciudad funcional, que ensanchaba, pero que separaba y fragmentaba espacialmente la ciudad para trabajar, de la ciudad para vivir, y de la del ocio, no sospechaba ni remotamente, los perniciosos efectos que la dependencia por el dominante vehículo a motor privado y el excesivo tiempo para desplazarse, iba a tener en el cambio climático, la cohesión social y la salud pública, décadas más tarde.

La doctrina higienista acompañó el desarrollo del urbanismo y estimuló las innovaciones urbanísticas hasta finales de los 60, pero la llegada de antibióticos, vacunas y demás progresos de la medicina, provocó que el urbanismo se distrajera de su esencia, de su raíz, y trasladó a otros sectores de la sociedad moderna la responsabilidad sobre la salud pública (hospitales, sanidad pública universal, ciencia e investigación, etc.). Se creyó invencible, y fruto de esa arrogancia, el urbanismo giró hacia el desarrollismo como medio para atender la espectacular expansión demográfica de finales del siglo XX, el tiempo se dilató y las distancias se contrajeron, tanto para las viviendas -había que producir muchas, baratas, concentradas y pequeñas-, como para el espacio público, en el que apenas entraba el sol al escaso espacio no ocupado por la edificación y los coches.

Hoy, en el Día Mundial del Urbanismo, sólo el tiempo nos dirá si la crisis sanitaria, social y económica producida por la pandemia del covid provocará un nuevo cambio radical, no por extremista, sino el propio de la etimología de la palabra, para volver a la raíz del urbanismo, en otras palabras, a restablecer la alianza entre la salud, la naturaleza y el urbanismo.

Recordemos que antes de la pandemia ya teníamos la emergencia del cambio climático como vector de cambio en nuestro modo de habitar y respirar en la ciudad. A ese respecto, la contaminación del aire es actualmente responsable de muy graves enfermedades respiratorias y cardiovasculares en la salud de la población. El covid ha aparecido de repente, pero esta otra pandemia permanente, la provocada por la contaminación del aire, no la produce un virus, la hemos producido nosotros y sobre todo las ciudades. Es urgente y necesario pensar en nuevos modelos de ciudad, más verdes y sanas.

Además, enfrentamos otro gran reto colectivo, que incrementa nuestra vulnerabilidad a estos riesgos y apremian más que nunca la necesidad del cambio. El impacto del envejecimiento de la población dentro de la Unión Europea (UE) es inminente y, asociado al incremento exponencial de la esperanza de vida, provoca una resultante que localmente para nuestra provincia de Alicante es vital, por el significativo peso que para la vida tiene el turismo residencial y la irresistible atracción para habitar y mejorar su bienestar, que la inigualable calidad de vida de nuestro territorio ejerce en las personas mayores provenientes de Europa.

Actualmente uno de cada cinco ciudadanos de la UE es mayor de 65 años, lo que representa más de 100 millones de personas. Se estima que en 2050 el porcentaje será superior al 30% y alcanzará a más de 150 millones de personas. Con estos datos, impulsar el talento y la fuerza laboral senior mediante fórmulas innovadoras asociadas a la digitalización es un factor clave para mantener el Estado del bienestar, por ejemplo, alargando su edad laboral mediante una adecuada conciliación familiar y teletrabajo, que permitiría una mayor deslocalización de la población y una mejor distribución poblacional por el territorio. Y, en consecuencia, se contribuiría a reducir los desplazamientos y, a la vez, a la mejora de la calidad del aire.

Si sumamos a todos esos factores, el «Green Deal» de la Unión Europea, lanzado por la Comisión Von der Leyen en diciembre de 2019, que ha puesto en el centro de las políticas comunitarias la propuesta de un nuevo marco para el desarrollo económico y social con un horizonte a 2050. Dentro de este marco, establece un objetivo plenamente alineado con el Acuerdo de París (2015) y con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas (2015): la descarbonización de la economía europea a 2050, una cuestión que se entiende como desafío a abordar necesariamente en un contexto de emergencia climática y ambiental.

Lo que sí podemos afirmar, por tanto, es que la pandemia, una vez más en la historia, ha provocado que el cambio que ya estaba en marcha se acelere, en dirección al mundo de los tres «zeros» promulgado por el premio nobel de la paz, Muhammad Yunus; «zero» carbono, «zero» pobreza y «zero» exclusión social. Por tanto, el urbanismo del futuro tiene que crear valor ecológico, valor económico y valor social por igual, en definitiva reivindicar una ecología humanista, capaz de crear una economía con rentabilidad social y ambiental.

El urbanismo, la ciencia y la tecnología, en definitiva, la sociedad que todos conformamos y todos debemos de cuidar, sabrá responder a este formidable reto.