Fallece Miguel Romá, el antiguo directivo de la CAM que acogió a inmigrantes clandestinos

Tras finalizar su etapa como director general de la caja en 1992, decidió instalarse en el Barrio Obrero de Alicante, donde acogió y ayudó a migrantes, luchó contra la pobreza y cambió de vida

Miguel Romá, en una imagen de 1997

Miguel Romá, en una imagen de 1997 / Isabel Ramón

Arturo Ruiz

Arturo Ruiz

Con una discreción absoluta, sorprendente casi, sin medallas ni focos mediáticos, cuando Miguel Romá puso fin a su etapa en la Caja de Ahorros del Mediterráneo decidió instalarse en el Barrio Obrero de Alicante. Cambió de vida. Pasó de los despachos suntuosos a un barrio modesto. De reunirse con ejecutivo a mirar a los ojos a inmigrantes sin papeles. Fue uno de esos giros radicales que pueden asombrar al público de una película pero que es muy difícil que se produzcan en la vida real. Él lo hizo. Miguel Romá murió en la noche de este sábado a los 83 años de edad.

No hablamos de un directivo cualquiera. Nacido en Alicante en 1940 desarrolló su trayectoria en la Caja del Sureste, después CAM, en la que fue nombrado director general en 1986. Bajo su tutela se produjo el cambio de nombre a Caja del Mediterráneo. Ya en 1992 se produjo la famosa fusión con la Caja de Ahorros Provincial de Alicante, la CAPA. Fue en esos años, en momentos muy complicados por las relaciones tan complejas entre la clase política y las cajas de ahorro, cuando cesó en el cargo. Y abandonó la banca.

Cuentan quienes le conocieron que vendió su casa céntrica, próspera, en el centro de Alicante y se marchó con su mujer Marinadi al Barrio Obrero. Corría el año 1994. Allí el matrimonio se instaló en una casa grande pero modesta y trabajó para acoger y ayudar a migrantes clandestinos que también soñaban con iniciar una nueva vida. A Marinardi algunos subsaharianos le llamaban Mamá África. En un momento en el que el problema de los flujos migratorios se tensaba por momentos –y así continuó en años siguientes– consideraba un deber moral batallar por aquella nueva tarea desde sus valores entroncados con el cristianismo de base.

Por aquella casa del Barrio Obrero llegaron a pasar 300 inmigrantes. Algunos con papeles. Otros sin nada. Muy pocas personas con las que Romá se había relacionado cuando aún habitaba los vaivenes de las cajas conocían detalles de aquella nueva existencia. Sí, que se manifestaba sin dudar contra la Ley de Extranjera que se aprobaría unos años después.

En su vivienda lo que siempre había para todos los recién llegados, desde Ecuador hasta Argelia y desde Costa de Marfil hasta el Perú, era un plato caliente. Más que un hotel se trataba de una familia. La Navidad se celebraba no solo en varios idiomas sino en distintos credos religiosos. La pensión, los ahorros que conservaban, el plan que le dejó la caja al marcharse y el aliento de sus hijos le ayudaron a cimentar aquel proyecto.

Hubo gente a la que cuidaron que llegó a tener estudios universitarios. Es difícil encontrar una recompensa mayor que esa. Quizás no exista en ningún sillón de despacho. Como diría Pablo Neruda, «un día te cercaré pobreza y ya no te dejaré en paz». Ese era el espíritu.

Miguel Román deja tres hijos, Quique Belén y Miguel. Casi hasta el último momento siguió creyendo que los versos de Neruda eran mucho más que letras guardadas en un libro. Que podían transformar la vida real.

La familia Romá-Romero está hoy domingo en el tanatorio de Sant Joan. La misa funeral será allí a las siete de la tarde del lunes