Nunca imaginé que la historia de mi ciudad y sus monumentos pudieran llegar a prostituirse de esta forma tan literal». De esta manera tan contundente, el decano del Colegio de Abogados de Elche, Vicente Pascual, lanzaba hace unos días la voz de alerta. Que había un club de alterne en la carretera de Alicante no es un secreto. Como tal lo hemos conocido todos los ilicitanos a poco que hayamos pasado por ese vial en las dos últimas décadas. Lo que muchos no sabíamos es que aquella torre -la de Jubalcoy- con un aspecto bastante hortera forma parte de una antigua casa señorial que, además, es Bien de Interés de Cultural (BIC). Una declaración en la que, a la sazón, según el Inventario General del Patrimonio Cultural Valenciano, sólo entran 27 bienes ilicitanos. El fin al que se destina el edificio puede ser cuestionable, y lo es, sin entrar en juicios de moralidad. Ahora bien, lo más preocupante es que este caso concreto demuestra que, sin voluntad política, los mecanismos de protección patrimonial no sirven de nada. ¿Nadie en el Ayuntamiento ni en la Generalitat reparó en este tiempo en los cambios que había sufrido la torre, sea de quien sea la competencia? ¿Para qué sirve un BIC entonces? Desde luego, con el rosa de la construcción y los corazones de neón, desapercibida no pasa. Cuentan que incluso hace días alguien se jactó en el Ayuntamiento de que, al menos, el lupanar hacía que éste fuera el BIC más visitado de Elche. Visto lo visto, ahora se entiende por qué tantas resistencias a la declaración BIC para los Baños Árabes del Mercado Central, por qué se han ido tapando los restos que han aparecido de forma recurrente en el centro de Elche a poco que se haya abierto una zanja, o por qué la Torre Estaña, otro de los bienes protegidos, está totalmente en ruinas. El mensaje que nos lanzan las administraciones es claro: un BIC sirve de bien poco, aunque ahora salgan con eso de que van a investigar. Y luego querremos que la Dama de Elche vuelva a casa.