Una de las cuestiones que se plantean alrededor de nuestra Festa o Misteri d’Elx, es la posibilidad de identificar a los distintos apóstoles que participan, especialmente aquellos dos que se unen a San Jaime en el canto del Ternari. De entre los textos conservados, únicamente Juan Orts Román, en su Guión de la Festa o Misterio de Elche (1943), indica que tales apóstoles son el citado San Jaime, que entra por la puerta de San Agatángelo, San Andrés, que entra por la puerta de la Resurrección, y el evangelista San Mateo (aunque, por distracción, escribe San Marcos, que no perteneció a los Doce), que entra por la puerta Mayor.

Sin embargo, no sabemos si esta identificación es fruto de una tradición hoy perdida o una asignación que el autor, nombrado responsable escénico del drama sacro en la posguerra, quiso implantar. En nuestros días resulta imposible saber los nombres de tales apóstoles al haber desaparecido con el paso de los siglos los signos que permitían su identificación y al no constar en la consueta indicaciones precisas.

Hasta principios del siglo XX los doce apóstoles, de manera similar a las Marías, portaban en sus cabezas unos nimbos con sus nombres escritos en latín, de forma que era fácil identificarles. Tales nimbos fueron eliminados en la reforma de la Festa de 1924 y, aunque el citado Orts Román los recuperó en 1942, no prosperó la iniciativa por la incomodidad de unos elementos realizados con hojalata y sujetos mediante alambres a la cabeza de los cantores. Actualmente, pueden verse tales nimbos de la posguerra en el Museo Municipal de la Festa.

Las consuetas históricas se refieren al conjunto de los apóstoles con este apelativo genérico y únicamente especifican el nombre y las acciones de cuatro de ellos. Es el caso de San Juan, que es el primer discípulo de Cristo en llegar al cadafal. Este apóstol, además del nimbo con su nombre, era identificado claramente por ir vestido completamente de blanco: túnica, cíngulo, manto y sandalias. Este color era símbolo de pureza identificada con el apóstol más joven, que permaneció virgen. Los cambios de vestuario del siglo XX hicieron desaparecer ese exclusivo color blanco para combinarlo con un manto verde (1960) o para transformarlo en un tono crema (1994).

San Juan recibe de manos de la María la palma dorada que baja el ángel de la Mangrana con el encargo de portarla delante de ella en el momento de su entierro. Y la palma se convierte en el principal elemento identificativo de este apóstol, de manera que en algunos lugares se le denomina «San Juan de la palma». Actualmente, además, porta también en sus manos un libro de pergamino que simboliza su propio evangelio. Pero este libro fue introducido también en la posguerra por iniciativa del citado Orts Román, que quería señalar a los evangelistas presentes de esta manera.

Hay que pensar que hasta las últimas representaciones previas a la guerra civil todos los apóstoles portaban unas libretas con la letra y la música de sus respectivos cantos, de manera que en el caso de San Juan resultaba materialmente imposible sostener la libreta musical, la palma y el libro del evangelio. Fue a partir de 1942 cuando se eliminaron tales libretas o particellas, y cuando el libro del evangelio se hizo característico de este apóstol.

Joan Castaño, archivero del Patronat del Misteri d’Elx y Mestre de Cerimònies.

El siguiente discípulo que entra en Santa María es San Pedro, interpretado, como es sabido, por un sacerdote. Sus vestiduras y sus sandalias mantienen el color rojo, propio del papado. Y sostiene en sus manos dos grandes llaves doradas, que simbolizan las del cielo que le entregó Jesús. En la segunda parte del Misteri, cambia su traje de apóstol por ornamentos sacerdotales: alba, cíngulo, estola y capa pluvial. Así revestido presidirá las exequias de la Virgen. Sabemos además que, hasta el siglo XVIII, San Pedro llevaba ―seguramente, sujeto con el cíngulo― un «coltell» o sable con el que figuraba luchar con el Gran Rabino ―que portaba otro― en la escena de la «Judiada». En la restauración de esta escena en 1924, tras estar suprimida unos ciento cincuenta años, se prescindió de dichos elementos y la lucha se recuperó tal como la vemos actualmente.

Naturalmente, otro de los apóstoles que podemos identificar es San Jaime por aparecer vestido de peregrino: túnica y capa adornadas con conchas, un sombrero que actualmente lleva colgado a la espalda, pero que hasta la segunda mitad del siglo XX cubría su cabeza (y sobre el mismo, el nimbo con su nombre), y un bordón de madera con la calabaza característica de los peregrinos, que hace la función de cantimplora.

El cuarto de los apóstoles conocido es Santo Tomás. No presenta ningún signo externo que lo relacione con su figura o su martirio, como es habitual en la iconografía de los santos, pero su entrada tardía y en solitario al final de la Festa y su referencia a las Indias, donde, según la tradición, predicó el evangelio, permite su clara identificación.

Otro símbolo actualmente perdido, pero que podemos ver en alguna fotografía de época, era la espada que portaba el apóstol San Pablo, signo de su martirio. Aunque no fue discípulo directo de Jesús ni se le considera como uno de los Doce, las consuetas de 1639 y 1709 lo citan al inicio de la segunda parte de la Festa en lugar de a San Jaime.