Tertulias

Una vista panorámica de la Glorieta de Elche, situada en pleno casco histórico.  | SERGIO FERRÁNDEZ

Una vista panorámica de la Glorieta de Elche, situada en pleno casco histórico. | SERGIO FERRÁNDEZ / por Tomás Martínez Boix Doctor en Arquitectura

Tomás Martínez Boix

Tomás Martínez Boix

Tengo que declararme un incondicional de las tertulias. Una a la que asisto es el Ruskin Coffee, tertulia de arquitectos, hoy un tanto alicaída; y otra es mi tertulia de la Glorieta. La Glorieta es un trozo del paraíso en nuestra ciudad, en la Glorieta se está en la gloria. Dicen que la gloria era un sistema de calefacción bajo los suelos (hoy diríamos suelo radiante) que cuando se encendía permitía un confort soñado. Aunque la frase en nuestra ciudad resultaba equívoca ya que la mayor casa de lenocinio en mi infancia era casa Gloria y estar en la gloria era otra cosa. Pues bien, una de las actividades más grata de mis últimos tiempos es mi tertulia en cierto café de la Glorieta. Un café que es continuador de aquellas tertulias que existían años atrás en el café Marfil. También el Florida las soportaba, pero el Marfil era otra cosa, incluso llegó a tener un premio literario.

Ya hemos dicho alguna vez que la ciudad es el invento humano más creativo y productivo de todos los pensados por el hombre. Pero hoy vamos a mantener que resulta ser la comunicación de ideas que se ocasiona en el interior de la ciudad el elemento generador de esa creatividad. Tal vez los mercados fueran los primeros lugares en los que se produjera ese intercambio de ideas del que hablamos. Pero junto al mercado, en el mundo griego el ágora resultó el lugar en el que en términos socráticos se podía ejercitar el razonamiento y buscar denodadamente la verdad. Sin embargo, en la ciudad moderna, la ciudad de la razón, el café ocupará el principal lugar público destinado al intercambio de opiniones. Podemos decir que nuestra cultura moderna, que arranca de la Ilustración, tuvo sus orígenes en las conversaciones de los cafés (y tal vez en los debates de los salones). Hoy las redes sociales invaden nuestro mundo, aunque aún perviven algunas tertulias.

El café, llevado a París por el embajador turco, pronto dispondrá de locales para su venta y degustación. Los primeros cafés se situaron en las Galerías del Palacio Real. Luis Felipe de Orleans falto de dinero, tras unas reformas sustanciales en su palacio, dio paso a un uso comercial en parte de sus estancias con el fin de rentabilizarlo. De este modo este Palacio que había pertenecido al Rey se convirtió en un conjunto de Galerías en las que tiendas, restaurantes y cafés configuraron un lugar público de gran concurrencia entre las élites. Y junto a los cafés comenzaran las tertulias que a la luz de la razón llevaron a poner en entredicho el orden vigente (lo que hoy llamamos «l’Ancien Régime»). Pronto las opiniones se vieron reflejadas en gacetillas, pasquines y solo después se crearon los temibles periódicos. En fin, de ahí a decapitar a los reyes solo hubo un paso.

Antonio Bonet Correa, al ingresar en la Real Academia de San Fernando, leyó un discurso que versaba sobre los cafés históricos. Comenzó don Antonio por relatar la importancia de los cafés en su formación como historiador, allá en la húmeda Santiago. A los cafés se iba a participar en las tertulias y narraba Bonet sus primeros escarceos con aquellos intelectuales organizados en torno a Gonzalo Torrente Ballester. En su exposición nos relató la existencia de los primeros cafés vieneses, venecianos, suizos o parisinos; para adentrarse en los primeros cafés madrileños. Cafés estos descritos por Galdós en su genial labor comprensiva de aquel Madrid del XIX. Punto y aparte merecía el estudio de las grandes tertulias literarias del siglo XX como la del café Pombo inmortalizada por el cuadro de Gutiérrez Solana. También hay que mencionar los cafés de los bohemios, con niveles de violencia a veces desmedida. Recordemos a Valle-Inclán, que perdió el brazo en la toma de una posición especialmente complicada. Y es que las tertulias podían llegar a ser violentas. En mi época juvenil era un mundo perdido. Aún recuerdo cuando me llevaron en Madrid al café Gijón en el que perduraban las sombras de Cela o Paco Umbral.

La ciudad es lugar de socialización, de comunicación, de tertulias y encuentros. Pero también es el lugar de la disensión y del conflicto. En la ciudad se pueden manifestar las disconformidades a través de la manifestación pública. Es por tanto la ciudad un lugar de intercambio de información y de disensión. En nuestra terminología todo tertuliano debe conformarse con tener adversarios. Pero es la adversidad la que hace que nos volvamos más tolerantes. De esta manera el café, entendido como espacio público, puede interpretarse como escenario de múltiples sensibilidades.

Hay que decir que la nueva acepción de la palabra «socializar» proviene de las teorías evolucionistas que la interpretan como un mecanismo de adaptación para la supervivencia. En este sentido creo que las tertulias pueden convertirse en instituciones necesarias en la ciudad futura. Porque será fundamental romper el aislamiento y la tendencia a encerrarnos en casa y será necesaria la relación humana. ¡Y es que la soledad puede ser una próxima pandemia!