Salieron corriendo con lo puesto hace tres semanas porque el edificio se les venía abajo. Un pilar se quebró y el forjado del primer piso cedió de forma brusca. Podría haber sido una tragedia pero no se produjo ningún herido. Sin embargo las cinco familias afectadas por la ruina del bloque de pisos de los números 37 y 39 de la calle San Miguel fueron desalojadas ante el riesgo de derrumbe inminente.

La Policía Local, siguiendo las instrucciones de los técnicos municipales que inspeccionaron el edificio, precintaron toda la zona. Colocaron vallas en la calle para evitar el tránsito de personas y cadenas en las puertas para impedir el acceso de los propietarios. La estructura podía colapsar en cualquier momento y, por motivos de seguridad, no permitieron a los vecinos entrar en sus hogares, ni siquiera acompañados por los bomberos, para retirar sus pertenencias. Todas sus cosas se quedaron dentro. Documentos, ordenadores, móviles, fotos, ropa, libros y las pocas joyas y dinero que tenían.

El riesgo de derrumbe era tan elevado que ni siquiera una empresa especializada se ha atrevido a apuntalar el edificio, lo que aceleró el expediente municipal de declaración de ruina, de tal modo que en la mañana de ayer comenzaron las tareas de demolición a instancias del propio Ayuntamiento. Y mientras los operarios comenzaban a echarlo todo abajo partiendo del tejado los propietarios contemplaban, con desolación e impotencia, cómo sus recuerdos quedaban sepultados bajo los escombros.

«Después de diez años viviendo aquí con mi hermana y mi hijo lo hemos perdido todo...y aún me quedan diez años de hipoteca», decía Luz Adriana Vergara sin poder contener las lágrimas mientras imploraba que la dejaran coger, al menos, el ordenador. Ella ocupaba el primer piso y Ana María Carrillo el último. «Yo solo pido -decía ésta última- que nos den una casa o me tocará irme con mi hijo de ocho años a vivir debajo de un puente».

De momento familiares y amigos les han dado cobijo pero necesitan ayuda para rehacer sus vidas.