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Segunda RFEF

Cinco minutos de dolor y angustia

Javier Acuña, que se temió lo peor mientras los fisios le exploraban la rodilla, pasó buena noche y no se resintió del golpe. El Toro marcó en el Rico Pérez 16 meses después de su debut con la camiseta blanquiazul tras solo 12 encuentros jugados

Javier Acuña se duele sobre el césped nada más recibir la dura entrada de Kaiser en el partido contra el Alzira del domingo. Jose Navarro

«Cuando empecé a jugar al fútbol como profesional, algunos de mis compañeros no habían nacido». El Toro jamás se rinde. Sobrevivir a la mala suerte no es un don, es una cualidad. Del infortunio se sale con tesón, con energía, con fe en uno mismo y con la ayuda de los demás, de los que están cerca y de los que saben lo que te pasa más que tú. Para darle esquinazo a la desgracia hay que ser valiente, aprender a confiar, pelear en todo momento para salir adelante sin la certeza de que habrá una puerta abierta al final del laberinto.

Javier Acuña llegó a Alicante en 2020 en un verano turbulento como tantos otros en el Hércules. Aterrizó dispuesto a triunfar. Marcó en su estreno como blanquiazul el 25 de octubre y, justo después, empezó para él un calvario que ha durado 16 meses.

El paraguayo venció ayer al fantasma gigante que le persigue desde que se pegó al pecho el escudo con el «negre lloma» coronado en laurel. Es la primera vez que el delantero marca y no abandona el campo lesionado de gravedad. La fascia, el peroné, las dos rodillas... todas dolencias que han requerido de intervenciones quirúrgicas y posoperatorios densos.

El delantero paraguayo sale a un tanto cada 150 minutos, ninguno desde el punto de penalti y el 66% de ellos de cabeza

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Cuando en el primer cuarto del partido Kaiser le arrolló de camino al gol, sus gestos de dolor, sus gritos y la rabia de los alaridos que profirió hacían presagiar lo peor, otra vez, a él también. Los cinco minutos de angustia que se vivieron entre que empezó a ser atendido hasta que finalmente solicitó reingresar al partido se le hicieron eternos a todos los presentes. Tardó en sentirse seguro, pero no dejó de pelear cada pelota. Apoyaba con cierta dificultad sin renunciar a correr. Tras el descanso se mantuvo en el once y se dio por cerrado el trance. Después, cuando marcó de cabeza su tercer gol como futbolista del Hércules, rompió a llorar y su emoción quedó en la memoria del club para siempre. Lágrimas de felicidad que alivian un duelo infinito, muchas horas de soledad en el gimnasio, en la sala de fisioterapia, en las frías camas de los quirófanos.

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En dos campañas como blanquiazul, Javier Acuña solo ha jugado 449 minutos. Doce partidos en total. Sale a un tanto cada encuentro y medio que disputa, una media sensacional de no ser por la oscuridad que oculta. «Qué ganas tenía. ¡Que la pelotita siga rodando y el ritmo no pare!», escribió ayer el Toro a sus seguidores en las redes sociales para festejar con ellos un éxito merecido en lo personal y brillante en lo colectivo.

Cuando marca el Toro, el Hércules no pierde. Dos triunfos (Atzeneta y Alzira) y un empate, en Elda, con un vuelo rasante muy similar al del domingo, una plancha de ariete puro. El hombre que Carmelo del Pozo se trajo del Albacete de Segunda División para ser la referencia absoluta del ataque únicamente ha podido ser titular cuatro veces desde que pisó Alicante. 

El bisturí de los doctores Mariano de Prado y Pedro Ripoll ha dado a Acuña la valiosa oportunidad de ser feliz jugando al fútbol. Con los 34 años asomando al fondo, cuando ayer telefoneó a su entrenador para decirle que todo estaba bien, que solo sentía dolor residual, se enterró el miedo y se descorchó una botella de cava.

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