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Entrevista

Un exiliado de Rusia: "El país es un manicomio del que han huido los médicos"

Sasha Kreyn atravesó la frontera finlandesa y llegó a Madrid hace una semana con un visado a punto de caducar

Sasha Kreyn, en la calle de Fuencarral, en Madrid, el pasado viernes. JUAN CARLOS ROJAS

Ha escapado de Rusia para no participar en la guerra de Putin. Pero la suya no fue una llamada a filas ordinaria. Sasha Kreyn (Uliánovsk, 1963) había sido editor jefe del canal RN.ru y, junto a Megasoft, creó la primera plataforma digital del país para alojar vídeos, pero desde hacía siete años dirigía un pequeño teatro en Moscú –el Big Small Puppet Theatre– y rodaba documentales sobre "la Rusia profunda". Nada hacía presagiar que fuera movilizado.

Días atrás se presentaron dos desconocidos en su casa y, recordándole su talento audiovisual, le 'invitaron' a "glorificar las hazañas del Ejército", a dirigir y coordinar reportajes en los "territorios liberados". A participar en el frente mediático, en definitiva. Supo que tenía que huir.

Esta entrevista fue realizada a su llegada a Madrid, después de cruzar la frontera de Finlandia junto a un puñado de jóvenes que habían recibido la carta de reclutamiento. Un periplo de cuatro días hasta una habitación compartida en un hostal cercano a la Gran Vía de Madrid.

"'Si me niego, ¿me dispararéis?', traté de quitar hierro a la situación. '¿Por qué disparar? Hay otras formas', fue su respuesta"

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¿Quiénes eran aquellos dos hombres?

"Somos tus vecinos", me dijo uno, y me señaló el edificio situado detrás del complejo deportivo. Era la oficina de organización de suministros de las fuerzas armadas de la Federación rusa. Les expliqué que ahora me dedicaba al teatro para niños ("para niños judíos", subrayó uno). Les dije tenía tres hijos a cargo, de 6, 5 y 2 años, pero señalaron que "la nueva ley" solo exime de la movilización a los padres de cuatro hijos. Argumentaron que me pagarían un buen dinero, y que revisarían mi futura pensión. "Si me niego, ¿me dispararán?", traté de quitar hierro a la situación. "¿Por qué disparar? Hay otras formas", fue la respuesta.

¿Lo percibió como un órdago o como una amenaza?

Mi posición con respecto a esta guerra inútil y sangrienta es muy conocida –vi con mis propios ojos la destrucción en Grozni cuando viajé a montar una oficina de la plataforma– y sé decodificar este tipo de 'invitaciones'. Si te opones a la autoridad, o peor aún, si no accedes a colaborar con ella, te puede pasar cualquier cosa. Hay personas que caen por las ventanas. Es un estado totalitario. Así que, cuando cerramos la puerta, mi mujer, Sonya, dijo: "Hay que salir de aquí ahora mismo". Al dentista de la familia se lo llevaron al frente directamente desde la clínica.

¿Compartió su perspectiva o le asaltaron las dudas?

Rusia es un manicomio del que han huido los médicos, los enfermeros están encerrados bebiendo vodka y los locos andan sueltos y gritan "adelante, vamos a hacer una Rusia grande". La primera idea fue salir con mi mujer y los niños a través de Estambul. Traté sin éxito de vender el coche familiar para comprar los billetes, que habían subido de 360.000 a 500.000 rublos, pero no quedaban. Como yo tenía un visado de dos semana para España, Sonya me dijo: "Ve tú solo". Decidí salir por la frontera con Finlandia, sin seguridad alguna de que estuviera abierta. Se rumoreaba que se iba a cerrar por el alud de gente.

Kreyn, con una de sus marionetas y un cartel en contra de la guerra en Ucrania ("no mates al ángel"). JUAN CARLOS ROJAS

¿Qué llevó consigo?

Algo de ropa y una marioneta en forma de ángel que protagonizaba una de mis obras de teatro. Pensé que me ayudaría a conseguir algo de dinero y hacer campaña contra la guerra.

¿Cómo fue su travesía de Moscú a Madrid?

Gracias a la ayuda de una empleada de la venta de billetes, pude coger el 'Sapsan' [tren de alta velocidad] a San Petersburgo. Llegué de noche y me dirigí a la estación de autobuses, abarrotado de muchachos que habían recibido la notificación de reclutamiento. Salí en el segundo bus junto a otros 53 pasajeros. Durante el trayecto, la mayoría pasó el tiempo pegado al móvil tratando de tranquilizar a sus madres y esposas, y de dar instrucciones sobre qué hacer si la autoridad llamaba a la puerta. Al llegar a la frontera, fuimos andando hasta los tres puntos de control de aduana. Decían que la espera era de ocho horas. La mía fue de cuatro horas y 34 minutos.

"Durante el trayecto en bus a la frontera los muchachos que huían del reclutamiento trataban de tranquilizar a sus madres y esposas"

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¿Les pusieron alguna traba?

A mí solo me preguntaron por qué viajaba con la marioneta. Estaba tan asustado que me sorprendió que me desearan buen viaje. Cogimos un segundo bus al aeropuerto. Mi avión a Bruselas partía al día siguiente, 28 de septiembre. Nadie pegó ojo. La mayoría de desertores seguían viaje y permanecimos todos juntos. Muchos no tenían dinero ni para la máquina de café. Uno contó que a un amigo suyo se lo habían llevado al frente sin darle botas de su talla, porque no tenían. En el aeropuerto de Bruselas estaban preparados para tramitar asilos.

¿No le tentó la idea?

Me quedaban unos días de visado y quería llegar a Madrid. Encontré un hostal cerca de la Gran Vía, en el que comparto habitación. El viernes pasado actúe en la calle Fuencarral con mi marioneta junto a un rapero venezolano.

¿La mayoría de sus compatriotas comparten su perspectiva?

Muchos rusos opinan que es un sistema cruel, aunque la mitad de ellos ya ha salido del país. Y los que se quedan pueden hacer muy poco. Los líderes de mi comunidad –israelita– hacen lo que pueden para ayudar a los muchachos movilizados, pero algunos de ellos también se están yendo porque se ven obligados a apoyar una causa que atenta contra su moral. Aunque también conozco a gente que de repente se hizo partidaria de esta barbaridad.

Habitación compartida en un hostal de Madrid, ciudad a la que quiere traer a su familia.

Después de su partida, ¿han vuelto a molestar a su familia? 

Volvió uno a preguntar por mí. Sonya, que está tratando de vender todo lo que pueda, se asustó y le dijo que yo estaba de viaje rodando un documental. Tiene miedo. Yo lo tengo. Viajaré a México porque me han dicho que en la embajada de España tramitan visados humanitarios. Si no lo consigo, tendremos que cruzar la frontera a Estados Unidos, ni que sea con una escalera de cuerdas. Mi casa, mi teatro y mi patria están perdidos para siempre para mí.

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