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Crónica desde Pekín: Esplendor y oprobio en el Palacio de Verano

El emperador Kangxi ordenó construirlo a principios del siglo XVIII para aliviarse de la canícula que apretaba en la Ciudad Prohibida y su nieto, el emperador Qianlong, lo completó 150 años más tarde

Un selfie ante las ruinas del palacio de Verano.

Un selfie ante las ruinas del palacio de Verano.

Adrián Foncillas

Tan majestuoso era que fueron necesarios 4.000 saqueadores y tres días para vaciarlo y destruirlo. El Palacio de Verano o Yuanmingyuan (Jardín del Perfecto Brillo es una de sus traducciones menos imperfectas) ocupa 350 hectáreas en una zona de colinas y humedales al noroeste de Pekín. El emperador Kangxi ordenó construirlo a principios del siglo XVIII para aliviarse de la canícula que apretaba en la Ciudad Prohibida y su nieto, el emperador Qianlong, lo completó 150 años más tarde. Aquella residencia imperial secundaria fue un armonioso conglomerado de jardines, lagos, palacios y templos que compendiaba lo mejor de la arquitectura y el arte de una civilización milenaria. La comparación con el palacio de Versalles es tan gastada como eficaz.

Ahí quedaron sedimentados siglos de tradición nacional junto a aportaciones cosmopolitas. Qianlong encargó a misioneros jesuitas la construcción de palacetes y de ahí surgió una inédita arquitectura con fachadas de piedra occidentales sobre estructuras de madera chinas. Quizá lo más valioso, y sin duda lo más célebre, eran las doce cabezas de animales del zodiaco chino esculpidas en bronce y diseñadas por el italiano Giuseppe Castiglione por las que fluía el agua en la fuente más señorial del complejo.

Un domingo otoñal

Hoy es un conjunto deslavazado de piedras entre la maleza pero incluso sin aquella grandeza es aún el plan perfecto para un domingo otoñal. Su inmensidad esponja cualquier aluvión de turistas y en sus lagos de flores de loto y nenúfares aún se descubren, antes de que llegue el frío, patos y cisnes. Muchos visitantes se fotografían con ropajes imperiales, peinados barrocos y actitud solemne sobre los puentes. Otros degustan las empanadillas y fideos que despachan los tenderetes.

Una mujer se fotografía en un puente del antiguo palacio de verarno en PekÍn.

Una mujer se fotografía en un puente del antiguo palacio de verarno en PekÍn. / ADRIÁN FONCILLAS

En 1860, cuando las tropas inglesas y francesas entraron en el palacio, China carecía ya del esplendor que había querido plasmar la dinastía Qing con su construcción. Ebria de autocomplacencia y grapada al feudalismo, fue una víctima fácil de las potencias europeas que habían gestado la revolución industrial. Inglaterra inundaba China de opio indio y, ante las protestas imperiales, le declaró la guerra para prorrogar su papel de narcotraficante a escala continental.

Los soldados enemigos robaron lo que pudieron y destrozaron el resto. El fuego arrasó las construcciones y solo sobrevivieron las piedras de aquellos edificios híbridos. No hay precedentes de una barbarie similar. Las más delicadas sedas fueron quemadas, las más antiguas cerámicas fueron reducidas a añicos. Mucho de lo que guardaba el palacio se perdió y el grueso del botín de guerra acabó en Gran Bretaña. En la colección real se mantiene la fotografía del primer perro pequinés en la isla, regalado por un soldado a la reina Victoria y bautizado con gusto mejorable como Looty ('Loot' es botín en inglés).

China está ocupada en recuperar las reliquias y no es una misión sencilla. Más de un millón están en museos de todo el mundo, según la UNESCO. En el mejor de los casos tiene que pagar fortunas en subastas por lo que es suyo. Ha rescatado ya siete de aquellas cabezas del zodiaco y la llegada de cada una de ellas es recibida con júbilo popular. Más de ocho millones de dólares pagó por la del caballo el magnate hongkonés de los casinos, Stanley Ho, quien la regaló al Palacio de Verano. Hoy es su principal atracción, fuertemente custodiada en el único palacete reconstruido. No hay noticias de las otras cinco.

Descartada la reconstrucción

Expertos, políticos y sociedad civil han debatido durante décadas sobre qué hacer con el Palacio de Verano. Fue un alivio que China descartara la reconstrucción en aquellos tiempos no tan lejanos de chapuzas arquitectónicas. La cuestión ahora es filosófica: ¿urge celebrar aquellas glorias o recordar los peligros que acechan a un país débil? La Administración Nacional de Patrimonio Histórico finiquitó la cháchara tres años atrás. Su valor, aclaró, reside en la destrucción de los “agresores extranjeros”. “El lugar y sus ruinas sirve de aviso a nuestros descendientes de que nunca pueden olvidar la humillación nacional”, añadió. El Palacio de Verano es la saludable excepción en un país obsesionado con exteriorizar su auge.

Entre las escasas aportaciones recientes al complejo figura un busto de Víctor Hugo en un camino arbolado. El escritor francés pidió a su país que algún día se disculpara y devolviera lo robado en una carta que todos los colegiales chinos conocen. “Nos llamamos a nosotros civilizados y bárbaros a los otros. Esto es lo que la civilización le ha hecho a la barbarie”, escribió.

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