Les voy a contar una historia. Va de vallas que cortan caminos, carteles que dan el alto y controles policiales. Acaece en el puente que salva el río Molinell, que separa los términos de Dénia con Oliva, esto es de Alicante con Valencia. El Molinell, por donde bajan aguas limpias siempre que la depuradora averiada de alguna urbanización no venga a mancharlo todo, desemboca en la playa de Les Deveses, un lugar de dunas que parecen colinas, arenales generosos y unas vistas grandiosas: al sur, lejano, el Montgó que parece tumbado sobre el mar, al norte todo el golfo de Valencia, desplegado como en un mapa. Un lugar aún olvidado por las promotoras de primera línea, y que así siga, donde el río no divide nada porque es la misma playa a un lado y otro: se llama Les Deveses en la parte de Dénia y Les Deveses en la de Oliva. No va mucha gente a bañarse: sobre todo vecinos de los dos pueblos y de Pego, que está mucho más cerca y cuya gente ha tenido pequeñas casas detrás de las dunas desde tiempos inmemoriales. También está allí el autocine más antiguo de España, ese al que hace unos meses acudieron un montón de televisiones para entrevistar a su propietario, Carles Miralles, que es pegolino, porque también fue el primer lugar del país donde se proyectó una película después del confinamiento.

Como en Les Deveses apenas hay cobertura telefónica, los niños sólo tienen dos cosas que hacer, inútiles y grandiosas: deslizarse por las dunas como si fueran toboganes y bañarse en el río, que está junto al mar y que es un prodigio geográfico: uno puede meterse en la orilla en Dénia/Alicante, salvar los metros escasos del cauce y acabar saliendo por Oliva/Valencia: se cambia de provincia en apenas un par de minutos y luego se vuelve a cambiar. Pero tal milagro ya no es posible.

Ahora no se puede alcanzar Oliva ni nadando, ni andando ni conduciendo porque este último municipio es uno de los 29 de toda la Comunitat que se encuentra sometido a cierre perimetral. Tal circunstancia ha supuesto un fuerte trastorno: hay gente de Dénia pero sobre todo de Pego que comparte con Oliva familia, negocios y amigos; son dos provincias porque las separa un río real y una frontera virtual pero en realidad son el mismo mundo, la misma gente, a la que la pandemia ha separado como nunca antes había sucedido. De hecho, el puente de la carretera que poco antes de llegar a la playa permite salvar el Molinell para que los conductores pasen de una provincia a otra, ha sido ahora cerrado al tráfico con una valla reforzada por bloques de hormigón para que los vehículos no accedan por ahí a Oliva y se dirigen a la carretera nacional, donde existen controles policiales que fiscalizan quien puede entrar al pueblo y quien no.

Tal barricada, que ha dejado desiertas las dunas, el río y los sueños de cine de Carles Miralles, retrotrae a una Europa muy antigua de aduanas, muros y guardas fronterizos que nuestra generación no había conocido. También simboliza todas las cosas que se han hecho mal desde octubre con la pandemia.

Para comenzar, Oliva está atrincherada con una incidencia acumulada del virus en los últimos 14 días horrorosa, de 525,8 casos por cien mil habitantes, mientras que a su vera Dénia y Pego se mantienen abiertas con una incidencia muchísimo más horrorosa: de 1.150,2 casos por cien mil habitantes nada más y nada menos en Dénia y de 967,6 casos en Pego. ¿Cómo puede ser? Todo eso deja inquietantes dudas sobre cuáles han sido los criterios para confinar unos pueblos y otros no; es verdad que también influye la presión sobre los hospitales, pero el de Dénia también es un puro colapso. Eso lo saben hasta en Les Deveses por muy poca cobertura que tengan. ¿Entonces?

El alcalde Oliva, David González, dijo que era por otra cosa: pidió y logró el confinamiento para su municipio porque aseguró que en realidad tenía muchos más contagios de los que indican las cifras oficiales. Eso, claro, no consuela: pone en duda la estadística de la propia Conselleria de Sanidad y por lo tanto los criterios que indican cuál es el impacto del virus en cada sitio porque, ojo, lo dice un alcalde y además no es el único: el de Xaló, Joan Miquel Garcés, también ha agregado lo mismo de su población.

Demasiada política y poca ciencia: Dénia y Pego están abiertas con mayor incidencia que municipios cerrados

Uno sospecha que hay demasiada política y muy poca ciencia. González pidió y pidió el cierre siguiendo las líneas de su partido, que es Compromís, y que aboga por confinamientos parciales, incluidos cierre de bares. Garcés, por cierto, también ha pedido lo mismo y también es de Compromís. En cambio los alcaldes del PSOE creen que las restricciones actuales dictadas por el jefe de su partido, Ximo Puig, bastarán para reducir el virus como han dicho precisamente los munícipes de Dénia -Vicent Grimalt- y Pego, Enrique Moll, ambos socialistas. Y mientras PP y Cs están a verlas venir aunque la alcaldesa popular de Calp, Ana Sala, ya ha dicho que ella no quiere que cierren los bares pero sí los colegios, en lo que coincide (en lo de los coles, no en lo de los bares) con su antagonista político, que es Podemos. En fin: como ven todo muy reflexivo. Muy mesurado. Muy tranquilo. Muy científico. De políticos que juegan a epidemiólogos. Y de alcaldes, del PP y del PSOE, que a lo único que están es a vacunarse ellos mismos (Ximo Coll, Carolina Vives, Bernabé Cano). Y sálvese quien pueda.

Ni un atisbo de autocrítica

Lo más tremendo de todo -y en eso la culpa ya es más de la Generalitat y del Gobierno que de los ayuntamientos- es que en octubre -¡¡¡en octubre!!!- ya podía saberse que unos meses después habría bloques de hormigón sobre la carretera del Molinell. Porque desde entonces todo el mundo conocía que en los periodos festivos aumentan los contactos sociales y los contagios: pasó en el puente del Nou d’Octubre, y luego en diciembre en el de la Constitución; Pero aún así nada se cambió para Navidades. Y encima la ciudadanía tiene que soportar que la clase política la llame irresponsable mientras esta última no hace atisbo alguno de autocrítica.

Se sigue culpando a los ciudadanos mientras nadie pide perdón por la pésima gestión de la Navidad o las vacunas

Hemos intentando salvar las Navidades condenando la Semana Santa, a pesar de que esta época era mucho más propicia para el turismo de la provincia, porque para entonces aún no habrá suficiente gente vacunada. Sobre las vacunas pesan muchas dudas: el president Puig dijo que la reducción de las dosis de Pfizer era, nada menos, que «un golpe, un trastorno y una desgracia» pero a la vez aseveró que no alteraría el plan de vacunación de la Comunidad. ¿En qué quedamos? Dio la impresión de que el jefe del Consell quería curarse en salud alegando que aquí se vacunaría igual de bien que siempre pero que si fallaba algo sería culpa de la farmacéutica. Y mientras estamos al que dirán y a que mis electores no crean que les he decepcionado, la inmensa mayoría de la ciudadanía no sabe todavía cuándo podrá inmunizarse. Y el río Molinell, claro, permanece ausente de niños, de voces que salven fronteras y de futuros.