Con variados escritos, voy cumpliendo el rito de acercarme a esa tremenda sabiduría que nos aporta el contraste luz-opaca, con que puede definirse el "surrealismo": nuevo código interesante. Ya he dado muestras de su valiosa presencia, tanto en las artes plásticas (pintura, escultura y dibujo) como en literatura (novela, poesía y teatro), y también en la apasionante cinematografía. Pero, hasta llegar a ese planteamiento del recurso de lo ilógico donde ha de escarbar nuestro subconsciente, el surrealismo como movimiento artístico pasó por diversos trances. Y estos oleajes, batiendo ciegamente el nacimiento suyo, debo seguidamente aclararlos. Fueron bandazos por los que andaba siempre a la greña el "papa negro" del surrealismo, André Bretón. Buscaba algo nuevo, algo que acabase con un arte razonable. Soñaba con esa furiosa alegría que da la creación espontánea. Y, en pos de ese arte, donde se volcara el pensamiento libre, fueron desfilando el "automatismo", el "azar", "la locura", "la ingenuidad o primitivismo", hasta llegar finalmente a la "ilogicidad".

Como todo interesado sabe, el movimiento rebelde del surrealismo surgió después de la primera guerra mundial. Los artistas que participaron en la contienda, a su vuelta, desmoralizados se propusieron renovar el pensamiento de la generación de entreguerras. Y el "papa Bretón", muy solemne, estalló por su boca el grito rebelde: "La guerra de 1914 acaba de privar a los jóvenes de todas sus aspiraciones, para arrojarlos en una cloaca de sangre, imbecilidad y fango". ¿Qué pidió a cambio? Que el artista buscase entonces el ajuste de cuentas, justificando el "surrealismo" cual sacudida violenta, revolucionaria e iconoclasta. En esta lucha irracional se pretendía imponer la locura, acabando con el dominio asfixiante de la razón. Y así surgió el Primer Manifiesto, redactado por Bretón en 1924. Un texto que mayormente buscaba la creación imprevista, sin intervención para nada de la razón reguladora. Aunque esto fue al principio, luego se fueron dando los distintos pasos que he señalado, a medida que el aliento definidor se iba perdiendo en el camino. Veamos ahora cada una de estas etapas.

El automatismo. Fue el primer intento. Se trataba de escribir o pintar dentro del rango automático. Léase, dejar el pensamiento sin control de la mente, lo cual implica tomar la palabra que brota de repente, al primer impulso. Algo que no funcionó. Y no digamos para el ejercicio de los pintores a quienes se les obligaba a correr la mano sobre el papel de modo errante hasta que naciese instintivamente una forma originaria que se completaba luego. Algunos pintores lo pusieron en práctica, André Masson, Wilfredo LamÉ pero su obra siempre acababa en abstracciones o en monstruosos engendros.

El azar. Se tomó como segunda salida, cual instante capaz de engendrar imágenes sorprendentes. Lautremont definió la belleza que cabe hallar, en el encuentro por azar, de objetos tan dispares como una máquina de coser y un paraguas dispuestos sobre una mesa de disección. Así, todo cuanto entrañaba azar salió en los escritos y pinturas: el juego, el jazz, las bifurcaciones, los espejos paralelosÉ todo aquello que nos conduce a un infinito dudoso. En literatura, Cortázar nos presenta su novela-juego "Rayuela" y Borges nos deleita con imágenes de encrucijadas y espejos. Y en tocante a pintura Max Ernst busca procedimientos técnicos de imprevisible resultado donde todo se fía al azar: el "dripping", "collage", "grattage", "frottage" y "decalcomanía". Algo así como echar gotas coloreadas a voleo (dripping); pegar imágenes al albúr (collage); usar técnicas de raspado (grattage); emplear grafito sobre un papel colocado sobre superficies rasposas para obtener texturas interesantes (frottage); y finalmente pintar algo sobre un cartón y aplicarlo luego al cuadro como una calcomanía (decalcomanía).

La locura. También interesa como extravío de la razón. Se fue al encuentro de las imágenes buscadas en pinturas y frases de los locos. Mas los intentos que se hicieron no prosperaron. Los dementes desdeñan nexos comunicativos. Breton y Eluard quienes llevaron a cabo experiencias con enfermos psíquicos de L'Inmaculèe Conception (1930) sólo lograron imágenes confusas que jamás dieron nueva voz al surrealismo.

La ingenuidad o el primitivismo. Se miró también con fijeza, buscando ese dulce embelesamiento creativo, que se halla en quienes desconocen el artificio del arte. Se pretendió beber en la ingenuidad naif y en lo primitivo. Hubo algunos focos activos en Mexico (Leonora Carrington, Pérel, Remedios Varo); en Cuba (Lam)É Voces lejanas pero poco primitivas.

Y por fin la ilogicidad que entró como corriente limpia. Creo que éste fue el influjo mayor para el delirio surrealista. Abierto a situaciones ilógicas, enajenantes, impuso la participación del subconsciente para conectar con las vivencias del observador o lector. Fueron artífices pintores de tan disparatado canal: Dalí, Magritte, Pierre Roy, Paul DelvauxÉ Y grandes de las letras surrealistas: García Lorca, Ionesco, Kafka, García MárquezÉ

Confesión desgarrada. He abierto este largo artículo sobre los orígenes del surrealismo para que se advierta su desconcertante nacimiento. Porque cualquier estudioso que busque un libro sobre este movimiento artístico tan prodigioso tendrá que recorrer los variados caminos que he señalado sinopticamente.

¡Y que ya son como un polvo fugitivo que transité!