Junto a la desembocadura del río Nalón, los perfiles de las casas de San Esteban de Pravia y el paisaje que las rodea evocan nombres de quienes veranearon en este lugar de Asturias. A los devotos de la cultura quizá le seduzca recordar las estancias de Rubén Darío -que también estuvo en San Juan de la Arena, en la otra orilla de la desembocadura- y Rafael Altamira. El poeta nicaragüense encontró en la zona un escenario de retiro, vacacional, a principios del siglo XX. "Me he venido a un rincón pequeño, solitario, sin más camino que ásperas rocas, ni más automóviles que los cangrejos", contaba de San Esteban. El intelectual alicantino, varios años catedrático de Historia del Derecho en la Universidad de Oviedo, adquirió allí un chalet para sus hipotéticos descansos -hipotéticos porque seguía escribiendo con el mismo frenesí - que hoy permanece ante una plaza con su nombre.

Tanto uno como otro se apartaban en semejantes dominios de todo trajín profesional, aunque no de sus proyectos ni de sus obras. El reposo del poeta y del catedrático podía ser interrumpido, de cuando en cuando, por imprevistas visitas. Y de hecho, Rubén Darío relató que al caer cierta noche de agosto, estando en San Juan de la Arena, le anunciaron que un caballero preguntaba por él. Era Azorín, que acudía en compañía del gijonés Ramón Pérez de Ayala. No tardó Darío en escribir una semblanza sobre su visitante, fechada en San Esteban en agosto de 1905 y publicada en La Habana. Al escritor de Monóvar -un filósofo que trabajaba para la eternidad, en su opinión, y que "para saber muchas cosas nuevas, lee muchos libros viejos"- le vio comedido, con urbanidad clásica y estricta, pero con ironía aguda, penetrante, fina. La presencia de Azorín no era casual: realizaba una gira por los balnearios del norte con fines periodísticos. Por entonces era cronista parlamentario, de manera que durante el cierre temporal de las sesiones de Cortes y hasta su reapertura concebía otras series de crónicas. A su paso por Asturias no desaprovechó para detenerse en Oviedo, visitar la biblioteca de Leopoldo Alas Clarín, primer grande que había reparado en él en una crítica literaria, encontrarse con Ramón Pérez de Ayala y acercarse a ver a Darío.

Asturias era entonces como un cruce curioso de caminos intelectuales: por un lado con la universidad ovetense en su más alta cota de prestigio académico tras reunir desde la última década del siglo XIX un claustro de profesores influyente, activo, predominantemente krausista, del que se echaba ya de menos al propio Clarín, catedrático de Derecho Natural fallecido en 1901; por otro lado, con la concurrencia y el paso de notables foráneos que hallaban frente al Cantábrico ese mundo perdido, sereno, apacible, que les desconectara de sus rutinas de trabajo. De ahí que sea una gozosa coincidencia que la UNED haya organizado en Gijón un curso de verano, del 2 al 4 de julio, titulado "Grandes nombres del periodismo literario", donde serán tratadas figuras como Larra, Clarín, Pardo Bazán, Altamira, Azorín y Javier Marías. La inclusión de dos nombres alicantinos que tuvieron una conexión asturiana -en el caso de Altamira profesional y prolongada, en el caso de Azorín literaria y puntual- añade el aliciente de considerar este encuentro como un simbólico regreso de ambos.

Altamira, por ejemplo, protagonizó una destacada participación en el ambiente universitario ovetense. El discurso de apertura del curso 1898-1899 que leyó en la Universidad de Oviedo, el año del Desastre, pasó a la historia por su contenido nacionalista que derivaría en su libro Psicología del pueblo español (1902). En Oviedo además, a la par que su docencia académica, forjó su carácter americanista por el que se convirtió en su representante del viaje a América que realizó en 1909 y 1910, estableciendo fructíferos contactos con universidades y profesores del continente. En su legado quedó también el libro Tierra y hombres de Asturias, publicado en 1949 durante su exilio mejicano, elaborado con memoria de su etapa asturiana. No será esta vinculación el objeto de la conferencia sobre Altamira en el curso estival, sino su participación en el periodismo de la época, al igual que hicieron tantos intelectuales, algunos para extender la difusión de sus ideas y otros adoptándolo como oficio -y podría decirse también que con servidumbre-, dado que los derechos de los libros no auguraban sustentos elevados. Éste era el caso de Azorín, un periodista profesional cuya conexión asturiana se fundaba en sus relaciones literarias y personales.

A pesar del trato con su buen amigo Pérez de Ayala o su conocimiento del político Melquíades Álvarez, escribir sobre Asturias era a menudo para Azorín un pretexto para hablar de Clarín. En El paisaje de España visto por los españoles, el capítulo asturiano lo centraba en el autor de La Regenta, recordando entre otras cosas la visita en 1905 a la casa en la que había fallecido cuatro años antes.

Sin embargo, en este libro no aludía a los dos artículos que dedicó a su presencia en la biblioteca de Clarín, en una casa ocupada por el ovetense días antes de su muerte, dando tiempo al traslado de su biblioteca pero no a ordenarla. Azorín, al que le dejaron recorrer la casa solo, ya que sus moradores habituales estaban veraneando, pudo regocijarse examinando libros, dedicatorias, papeles. Observó que los manuscritos inéditos habían sido retirados, pero reparó en un cuaderno de 1882. Le pareció que estaban anotados por Clarín los gastos de un viaje a Andalucía, con parada en muchas fondas, y pensó que podían ser cuentas de su viaje de novios. La anécdota es que no consiguió resistir una tentación, favorecido por su soledad. "He cerrado el precioso cuaderno y me lo he metido en el bolsillo. Si vosotros hubierais pasado la vida estudiando las cosas menudas, triviales, sin importancia real, pero con trascendencia oculta; y si además de esto hubieseis sido uno de los escritores a quienes más alentó y quiso el maestro, ¿no llegaríais a sospechar que este cuadernito estaba, desde la nebulosa, destinado a vosotros?".