Corrían los tiempos aquellos donde tradiciones hoy tan arcaicas, como la de guardar luto riguroso, eran de obligatorio cumplimiento. En este contexto a una rica hacendada de la Vega Baja, veraneante habitual en Torrevieja, se le murió el marido días antes de comenzar la temporada estival que abarcaba los meses de julio y agosto. Por lo visto la mujer de nuestra historia no estaba dispuesta a encerrarse en su casa al tórrido resol de la Sierra de Callosa y prefirió venirse a su mansión veraniega. La criticaron a mansalva, le dijeron más que "pringuesorra" y, cuando una amiga le recriminó su actitud, ni se defendió. Se limitó a decir: "Tres días para que despotrique la gente y a mí me queda todo el verano para tomar el fresco", que no deja de ser otra versión de aquello gongoriano de: "Ande yo caliente y riáse a la gente".

Me vino el otro día a la memoria este chascarrillo a raíz de la interminable tragicomedia protagonizada desde hace más de un mes por el equipo de gobierno municipal del PP, porque el alcalde, Eduardo Dolón, parece haber adoptado la actitud de la viuda del alegre estío: dejar pasar el tiempo a la espera de ver resuelto su problemón.

Le crecen los enanos. Se me antoja que al primer edil le crecen los enanos y ha contraído el mal de la cabra, que cuando más corría más le dolía y si paraba, se moría. Desde un punto de vista normal, lo lógico en el engendro generado por el uso indebido de los teléfonos municipales hubiera sido destituir a los "apañaos" de los concejales y demás personal responsable de esta crisis que lleva con camino de ser permanente, pues se agiganta como un alud conforme van pasado las horas.

Pero tomar medidas de este calado no es tan fácil, pues de acometerlas podrían generar el movimiento de su sillón en los pleno municipales. Los destituidos deberían ser expulsados al rincón de los no adscritos, para quitarles de la cabeza cualquier tentación de moción de censura porque el acta de concejal no se la quita ni Dios. Siempre callado, y como no hay peor cuña que la de la misma madera, vaya usted a saber cómo se dejarían caer los mozos en su nuevo papel.

De bragas y braguetas. Vivir en este pueblo cafre y servil en una situación virtual -es decir, aquella que nada tiene ver con la realidad- resulta a veces delirante. Con tantos años, tantas historias con mis mismos y doloridos huesos y casi la misma memoria, como venía a decir una canción minera, durante las últimas semanas me han llegado por distintos conductos desconocidas historias locales de bragas y braguetas. Nunca he sido marujero ni voy a serlo a estas alturas, pero en tan sólo unas fechas he recibido un aluvión de posibles verdades y clamorosas mentiras, curiosamente todas ellas intentando manchar la memoria de los abuelos, padres, tíos y demás familia e incluso de algunos de los miembros de la oposición en el Ayuntamiento. Este pueblo, con sus parados y sus problemas se asemeja en estas circunstancias a una de aquellas antiguas calderas de la empresa salinera que cuando se forzaba su rendimiento perdía vapor por todos los lados y amenazaba con explotar.

Alguien o algunos deberían tomar cartas en el asunto, como se especula que sopesa hacerlo de oficio la Fiscalía, para acabar con tanto desmadre en la casa de la actual olla grande, donde quienes entran hacen o pretenden hacer lo que ven: despilfarrar el dinero público con una alegría impropia y menos en esta inacabable etapa de tiempos de penurias.

Si hay que ir, se va. A todo esto mientras el concejal de Hacienda y portavoz del equipo de gobierno del PP, Joaquín Albaladejo, anda de picos pardos en Londres en función de diputado de Turismo, el alcalde se da un garbeo por Madrid, de convidado de piedra, para estar presente en la firma de la renovación, otra vez mas desde el año 1951, del arrendamiento de las lagunas salineras a la Nueva Compañía de las Salinas de Torrevieja, asunto donde no ha tenido parte ni arte. El primitivo contrato supuso dotar a la ciudad de su actual término municipal. A lo mejor Eduardo, tal y como lo vende, logra su ampliación hasta Pinoso.