Bajan revueltas las aguas en la política, revueltas como de tormenta perfecta, como de riada grande, como de compuertas de pantano rotas y de avalancha descontrolada. Cada día, el ciudadano de a pie, el currito que luche por sobrevivir y tiembla ante la posibilidad de la pérdida de su empleo con un ERE salvaje, un cierre a traición o una "espantá" del empresario que aparece a los pocos meses en Brasil, en Panamá o en alguna isla caribeña disfrutando del exilio y de la lejanía de la patria a la que tanto echa de menos.

Cada día, ese ciudadano asustado, hipervigilante y que duerme a base de orfidal o de tranquimazin (dicen los expertos que la crisis multiplica las consultas y las urgencias psiquiátricas) cada día, ese ciudadano que es el que paga en definitiva, se despierta con una nueva sinvergonzonería política, con una nueva bronca que a nadie le importa un bledo, con un nuevo pufo que añadir a los mil que hemos visto en los últimos lustros.

El culebrón Bárcenas -dicen los sabios que Rajoy ha prohibido pronunciar su nombre y se refieren a él como "esa persona"- el folletín por entregas, nos brinda cada día un nuevo capítulo. Si daba vergüenza el anterior, más nos da el siguiente. La señora Cospedal, toda una secretaria general del partido gobernante, toda una abogada del estado, se hace un lío mortal ante los micrófonos abiertos de un centenar de periodistas y habla de simulación, de pago en diferido y de cosas que, en labios de cualquier empresario, pondrían a la inspección de hacienda y de la seguridad social en la puerta de su empresa para meterle mano de inmediato en el peor de los sentidos.

Bárcenas, el del culebrón, el de bar que da cenas por el módico precio de los billetes que caben en un sobre, no se arredra. Parece tenerlo todo bien planeado y contraataca con dureza. Esto es un pleito de largo recorrido por el que suspiraría cualquier abogado -yo misma, y cualquiera, lo haría sin cobrar porque la mera designación ya comporta una publicidad millonaria- y que nos va a dar que hablar y que pensar durante mucho tiempo aunque Rajoy siga fiel a su manera de ser y actuar: no hacer nada y ya pasará el jaleo. Mala cosa eso de esperar que los problemas se pudran y se resuelvan por sí solos con base en algún milagro que nadie sabe cuál va a ser ni cuándo tendrá lugar.

Bárcenas, el marchante de arte que compraba y vendía bodegones a otro que tal baila -Naseiro- el que esquía en Vancouver o cena con cava en Baqueira, cuando muchos con la milésima parte de indicios en contra, comen rancho carcelario en Foncalent, presenta comparecencias ante notario y denuncia allanamiento de despacho y robos de ordenadores -hablo de lo leído en todos y cada uno de los medios porque mi información privilegiada es cero, la misma que todo ciudadano que lee la prensa y oye la radio a diario-. Todos, o casi todos, en el partido del gobierno, anuncian querellas que no vemos por ningún sitio. Ya veo la técnica: a ver si ocurre alguna cosa -el Papa ya ha dimitido, pero hay que elegir uno nuevo-, a ver si ganamos eurovisión, ganamos la champion, si expulsan a Ronaldo como ayer a Valdés, si hace un milagro la Santa Faz en su año jubilar, lo hace el Cristo de Limpias o la Virgen del Rocío atendiendo a la ministra Báñez -la única que no ha creado un puesto de trabajo en más de un año de mandato-. A ver si sucede el milagro y nos salvamos por los pelos.

Yo no hablo de responsabilidades penales porque sería una irresponsabilidad que una jurista hablase de condenas sin conocer hasta el último recoveco y la última coma del último párrafo instruido sobre la cuestión, hablo de política.

Política es lo que tienen que hacer quienes nos dirigen para sacarnos del atolladero en que estamos, del agujero en que nos hundimos un poco más cada día, del abismo al que nos precipitamos de manera irremediable según parece.

Hacer política es crear empleo, facilitar el crédito, potenciar la sanidad para todos, mejorar las infraestructuras, atender a la educación porque ahí está el futuro del país, mimar a los autónomos y a los pequeños empresarios porque ellos son los que crean riqueza. Eso es política y lo contrario es mezquindad.

Mezquindad es, con la que está cayendo, preocuparse por si Sepúlveda -otro defenestrado- canta sobre los cumpleaños, preocuparse por si Bárcenas canta sobre los donantes, esos que otros llaman inversobres, preocuparse por si al barón tal o al barón cual le mueven el sillón. Mezquindad es no hacer nada esperando a que escampe. ¿Y los socialistas? Lo suyo es para nota, andan preocupados sobre si en Galicia hacen primarias - con Blanco en primera fila, otro inversor con cosas pendientes- o si en Cataluña se suman a los "Mas" y a los menos. Nada de esto le interesa al ciudadano que tiene la mala costumbre, de necesitar un techo y un plato de comida cada día.