Profesiones ejemplarizantes. Entre estas han estado, en la España de los 60, los médicos o los maestros. A ellos se les exigía más, porque «eran o podían ser un ejemplo». Sin embargo, también es cierto que hace pocos años sorprendía que muchos médicos, que debían influir en que la sociedad tuviera hábitos no saludables, fumaban, y lo hacían incluso cuando atendían a los enfermos. Por fortuna, eso ha cambiado y, aunque luego las/los enfermeros tomaron el relevo como grandes fumadores, el número de los que lo hacen ha descendido. Yo recuerdo con respeto, le admiraba, la figura de un médico (Don Eduardo) que venía a casa cuando alguno de nosotros enfermaba.

Yo sí creo en eso de la ejemplaridad. Y desde luego para mí no es igual la misma falta, o error, cometido por un ciudadano anónimo que por uno de esos miembros de una profesión supuestamente ejemplarizante. No es lo mismo que una persona anónima evada impuestos llevando su dinero a un paraíso fiscal, pongamos Suiza, que eso mismo lo haga, por ejemplo, Botín, presidente de uno de los mayores bancos españoles... y más inaudito es que luego intente moralizar o dar consejos de cómo conducir la sociedad. O un político, presidente de una comunidad autónoma, despilfarrador, que la arruina y luego pretende dar lecciones de ética, cuando a la vez cobra de un parlamento al que no asiste. Otro tanto sucede con un maestro que descarga su ira sobre un alumno, o un sacerdote que llega a la pederastia. No estoy justificando el mal comportamiento de las personas de a pie, obreros o los llamados clase baja, solo jerarquizo el nivel de responsabilidad.

Lo bueno y lo malo es que «ejemplar» en la sociedad puede serlo cualquiera. Ha sido famosa la frase «yo por mi hija mato», y a la persona que la pronunció le llaman «la princesa del pueblo». En nuestra sociedad es posible que esa persona o, por ejemplo, el hijo disc jockey de una cantante, ahora en prisión, sean modelos a seguir, «ejemplarizantes». Sin duda en el emerger de esos «modelos» los medios de comunicación tienen un gran papel y deberían tener más responsabilidad. Si hay limitaciones al uso de alcohol, a lo mejor debería haberlas en las informaciones que ofrecen o mejor como las expresan o publicitan. Han convertido en «famosillos», en referentes a personas con valores cuanto menos muy discutibles. De lo que hablo tiene que ver con los programas basura o prensa rosa, que a mí me parece más bien marrón.

Me preocupa que nuestra sociedad actual ponga en valor a personajes que pueden destacar en ciertos terrenos: actores, músicos, deportistas, que son admirables pero en escasas parcelas. En un análisis más profundo fallan de forma rotunda; valorados como «persona», en conjunto no llegan ni a la categoría de personajillo. Recuerde la larga lista de «famosos» que han fallecido a causa de las drogas en la etapa de sus veinte años. La lista no para de crecer. No les descalifico, al contrario, me dan pena, no tenían madurez acorde a su situación, y más aún es nuestra sociedad la que no lo evita, sino que favorece que otros sigan ese camino.

¿Quién es ejemplar? No se confunda, no me estoy refiriendo a grandes personajes: no hablo de Gandhi o Teresa de Calcuta, que en el fondo fueron líderes, sino de algo más elemental. Todos tenemos personajes ejemplares, que nos han influido, nos han marcado nuestra vida. Habitualmente son gentes sencillas, a veces uno de nuestros padres, un familiar o un amigo del que admiramos determinadas cualidades.

Todos los tenemos. Puede usted pensar un minuto cuales han sido sus personajes ejemplares. Piense en qué les admiraba. ¿Cree usted que ha intentado desarrollar sus cualidades? ¿les ha imitado en esas fortalezas o virtudes?

Ese modelo de los personajes ejemplares ha pasado al campo de la psicología, como «role modeling»: personajes que nos influyen. Es un buen ejercicio pensar en ellos. Dedicar un tiempo a valorar qué tenían y por qué les admirábamos. A reflexionar qué hemos aprendido de ellos, si lo hemos hecho nuestro y, si no es así, a pensar si no merecería la pena hacer el esfuerzo y tratar de imitarles. Así les ofrezco un juego entretenido para cuando tenga un rato: En una hoja en blanco ponga el nombre de una persona que cree ha influido en su vida (podría haber sido un «role model», un ejemplo para usted). A su lado escriba los valores que tenía, y en paralelo si usted ha tratado de alcanzarlos y a la vez si los ha adquirido, los ha hecho suyos. Y si no ha sido así, plantéese porqué, si no merecerían la pena intentarlo y que podría hacer para lograrlos.

Algo más difícil y comprometido es pensar si usted es «role model». ¿Es usted alguien que otro u otros pueden tener como modelo? ¿y en qué? Si es así siéntase muy bien... pero plantéese en qué otras facetas podría también serlo? y ¿por qué no lo intenta?

¿Quién puede serlo? ¿Qué características deben tener?

Es curioso lo diversos que son: familiares, maestros, compañeros, personajes literarios?Tras entrevistar a 30 modelos, investigadores de la universidad americana John Hopkins les encuentra ciertos rasgos comunes. Todos tienen habilidades interpersonales, una visión positiva de la vida, un compromiso con el crecimiento y la excelencia, integridad, capacidad de liderazgo; capacidad de en- señanza, relación con aprendices; tecnología y metodología propia. Aprendamos de ellos.