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José María Asencio

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

Tabarnia

Tabarnia, una idea, pero, siguiendo las modas impuestas por el progresismo cañí, una propuesta más democrática que la que quiere delimitar el voto conforme a un territorio determinado de antemano por una historia forjada a golpe de voluntad y deseo. Desde la atemporalidad y lo absoluto, Tabarnia es posible, tanto como que cada pueblo o ciudad decidan sobre su futuro. Si hay que ser demócratas y reivindicar el derecho a decidir, hagámoslo sin sujeciones y sin ataduras a circunscripciones previamente fijadas; antepongamos las personas a los territorios, lo eterno, a lo caduco. Un desastre, evidentemente, pero coherente con el maximalismo democrático que pregonan a los cuatro vientos secesionistas e indignados de todo pelaje.

Los proponentes de Tabarnia aducen razones tan cercanas a los independentistas catalanes, que negarles su derecho a autodeterminarse sería negar la propia veracidad del relato de aquellos. Y, en todo caso, la Constitución tiene cauces para hacer realidad esta idea sin necesidad de una reforma. Complicados, pero interpretables. Si es por la democracia tanto da diecisiete autonomías, que trescientas. Todo por el pueblo y cada uno por el suyo.

Todos estos que ligan libertad a territorio, no a personas, juegan con conceptos históricos en los que la trampa reside en el momento de determinar el nacimiento de la identidad que proclaman. Se trata de poner el punto de partida en un evento histórico, no en otro anterior o posterior y declarar ese momento como el cumbre de su reivindicación, normalmente inventada o, cuanto menos, voluntariamente establecida. Basta, pues, mover esa señal doscientos años atrás o adelante, para poner en aprieto esa identidad común que destacan o quieren hacer aparecer como eterna o universal. Cataluña no existió siempre ?nunca como reino-, ni España, ni Europa, ni siquiera como realidad geográfica si nos remontamos a millones de años. Basta con tomar como punto de partida Pangea, la unidad universal en tiempos anteriores a los dinosaurios, pero tan terrenal y concreta como la guerra de secesión, que no de sucesión, para hacer descalabrarse todas las memeces identitarias absolutas.

Me gusta esa idea de Tabarnia por su brillantez argumental. No sé si los proponentes se han planteado algo posible y cierto, pero sus razones son de peso. Si en ese territorio, el de Tabarnia, se vota por la unión con España y, además, financian al resto de Cataluña, se puede concluir que esa Cataluña restante les roba. Independizarse es de lo más lógico o, al menos, tanto como manifiestan los catalanistas irredentos frente a España. Y no hablo del tres por ciento, que está, como la lotería, muy repartido.

Lo que proponen los tabarnianos es democracia en estado puro y adecuado, fiel a los postulados secesionistas. Los mismos argumentos en cada caso y las mismas inquietudes.

Barcelona y Tarragona para quienes la trabajan y el resto, para Puigdemont y sus obsesiones. Y, naturalmente, para quienes quieran seguirlo. No me opondría a su independencia si dejaran en paz a las mayorías no secesionistas que no desean verse envueltas en el lio de ese gerundés de probada paranoia.

Tabarnia es un espejo en el que los independentistas deberían mirarse. Para ellos Cataluña, la rica, debe segregarse de España, que consideran pobre y parásita. Tabarnia es la parte rica de Cataluña que quiere alejarse de la más deprimida, agrícola y menos productiva. Tabarnia es la gallina que pone los huevos en palabras de Llach. Tabarnia es la modernidad, frente al apego a la nostalgia. Un golpe en la misma línea de flotación de los hoy imputados insolidarios y mendaces reivindicadores de una libertad que solo esconde rechazo al menos favorecido.

Tabarnia es el resultado de una Cataluña más pudiente y que alimenta a esa parte independentista, pero que se ve envuelta en ese lío conservador de los sectores más derechistas de Cataluña, aunque con la ayuda inestimable de los anarquistas herederos del carlismo rural y los fueros. Y, a la par, de tantos progresistas anticentralistas y antifranquistas, anticlericales, antimonárquicos, anticapitalistas, antitaurinos y todos los «anti» imaginables, que se pasan el día en las redes sociales lamentándose de cualquier cosa, pero sin proponer nada. Plañideras insoportables transmisoras del más radical pesimismo. Todo lo que sea ruptura les viene como anillo al dedo, aunque solo sea para dar alimento a su depresión. Tabarnia, me imagino, querrá salir de ese atolladero en el que le quieren meter los imputados, presos o libres provisionales y, sobre todo, que no sean los chicos de las CUP quienes marquen el futuro de una sociedad normal en la que la anormalidad o lo extraordinario ?porque no me negarán que esos chicos son algo extraordinario-, se quede reducido a lo que se expone como rareza digna de ser observada. Devolver lo inusual al escaparate de lo curioso sería necesario para recuperar el seny.

Tabarnia y Cs, un tándem que puede endurecer las seseras reblandecidas de tanto profeta y que han aparecido de golpe para oponerse al desastre de una sociedad rural empeñada en seguir enclaustrada entre el Ebro y los Pirineos. Se creen más europeos que nosotros y tal vez lo eran hace un tiempo. Ahora distan mucho de ser otra cosa que ellos mismos en su mismidad insoportable.

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