Siempre resulta interesante fijarnos en las ciudades que funcionan mejor que la nuestra, que son muchas, por desgracia, para intentar importar sus modelos de éxito y sus experiencias de excelencia. Pero, quizás, también deberíamos fijarnos en ciudades que, tras un pasado esplendoroso y próspero, se han convertido en ejemplos a evitar.

El caso paradigmático de una ciudad literalmente quebrada, tanto en lo económico como en lo social, es el de Detroit, en los Estados Unidos. En la primera mitad del siglo XX, Detroit fue la ciudad más industrializada y de mayor éxito de los EEUU. No sólo por su reconocida industria automovilística, sino también por los negocios relacionados con las farmacéuticas y la construcción naval, entre otros. Uno de los mayores precursores del auge de la ciudad fue Henry Ford, quien transformó, además de la industria del automóvil, mediante las cadenas de montaje y la producción en masa, la propia organización social de la ciudad. Ford invirtió parte de los beneficios obtenidos por la venta de sus vehículos, por ejemplo, en un instituto de arte y en un hospital. Además, los sueldos que pagaba a sus empleados eran lo suficientemente elevados para que estos dispusieran de dinero para consumir ocio, lo que supuso un acicate para la economía local.

Pero, a partir de finales de la década de 1960, la combinación de una fuerte competencia de países como Japón en el mercado automovilístico, sumado a un caldo de cultivo generado por las tensiones étnicas y sociales, llevaría a la ciudad a una espiral de declive industrial. Ese malestar larvado provenía de la paradoja de que la eclosión del consumo masivo sólo había servido para ocultar unas enormes desigualdades en la sociedad de Detroit. La paulatina degradación de la ciudad provocó que quien podía, básicamente los blancos de clase media, abandonaba la ciudad, instalándose en barrios residenciales, dejando a los menos pudientes, en general negros con escasos recursos, las zonas depauperadas.

Esta espiral se agudizó en los años 70, por una parte porque la competencia extranjera en la industria del automóvil era cada vez mayor y, por otra, porque el Ayuntamiento basaba sus ingresos en el IBI, impuesto que fue decayendo al perder valor las viviendas y marcharse la población más acomodada a ciudades dormitorio. Finalmente, cuando estalló la gran crisis financiera entre 2007 y 2008, la industria de Detroit no tuvo la capacidad de hacerle frente y el municipio entró en bancarrota en 2013.

En la actualidad, Detroit está intentando recuperarse, pero aún existen unas desigualdades sociales que lo hacen muy complicado; por ejemplo, en el condado de Livingstone, donde el 96% de la población es blanca, los ingresos anuales medios por familia ascienden a 73.000$ (64.200?), mientras que en el centro de Detroit, con un 82'7% de ciudadanos afroamericanos, esa cifra se queda en 26.000$ (22.800?), y un 40% de la población se encuentra bajo el umbral de la pobreza.

Los datos están ahí, pero si quieren obtener una impresión gráfica, y absolutamente impactante, de la otrora potente ciudad industrial norteamericana, les recomiendo que echen un vistazo a un libro de los franceses Yves Marchand y Romain Meffre, dos magníficos fotógrafos, titulado The Ruins of Detroit, en el que describen, a través de sus magníficas tomas, el estado ruinoso en que ha devenido Detroit.

El pasado día 17 de enero, en este mismo diario, se publicaba una noticia con un titular, cuando menos, impactante: «Elche concentra tres de los 10 barrios más pobres de toda España». En el cuerpo del artículo, también se podía leer «El barrio de Carrús, en Elche, con una renta media de 13.286 euros, es el más pobre de todas las poblaciones de España con más de 200.000 habitantes, según una nueva estadística de los declarantes del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF) y los mayores municipios por código postal, elaborada y publicada este jueves por la Agencia Tributaria».

Entonces si, según las cifras disponibles, empezamos el año 2019 con 29.306 demandantes de empleo en nuestra comarca (291.527 habitantes, de los que el 51'74% tienen entre 30 y 64 años). Si de esos 29.306 parados sólo el 20% tiene una prestación contributiva, 15.200 no tiene ayudas, y los 8.436 restantes sólo cuentan con 430? mensuales. Si tenemos tres de los barrios con rentas más bajas de España, y no se incluyen otros porque sus habitantes ni siquiera hacen declaración del IRPF? ¿Podemos concluir que vivimos en una de las zonas más deprimidas de España?

Respondiendo por teléfono a unas preguntas del diario El País, el pasado día 18 de enero, el alcalde, Carlos González, asegura que conoce «el problema y las causas» que han deteriorado el barrio de Carrús. Una zona «deprimida», dice, «con importantes desigualdades y gran vulnerabilidad social». El alcalde añade que el barrio más pobre de España «no tiene ningún grado de conflictividad» aunque «padece una gran devaluación del parque de vivienda». Y sobre la economía sumergida, subraya que su equipo de Gobierno ha emitido «una declaración institucional contra ella».

«Una declaración institucional». Pues todo arreglado. Espero que no vayamos camino de convertirnos en Detroit, porque eso no se arregla con una declaración institucional.