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Antonio Ortuño

Antisistema o borrego

Los disturbios del pasado fin de semana en Logroño.

Amparo es una amiga muy activa en redes sociales. Hace unos días escribió, como tantas veces, en su muro personal. Esta vez, y resumiendo, venía a confesarnos que quería que sus hijas fueran antisistema. Y dejaba una pregunta en el aire; ¿y tú? ¿quieres que tus hijos e hijas sean rebaño o que sean personas que luchen por una vida mejor?

En la Alemania de Adolf Hitler, la Alemania de 1935, era un fenómeno muy frecuente y normalizado que se persiguiese, se discriminara y se prohibiera cualquier acto cultural que fuese en contra de las directrices marcadas por el führer. La música tampoco se escapó de la intransigencia y de un cruel cribado consecuencia de una dictadura totalitaria. A pesar de todo, el jazz y el swing encontraron en esta Alemania, prebélica y de falta de libertades, un público entusiasta y con muchas ganas de bailar. Con sus reuniones, sus ideas y fiestas clandestinas comenzaron a preocupar al régimen hitleriano. Preocupación que fue en aumento cuando, lejos de acobardarse, para un grupo de jóvenes alemanes escuchar las bandas de jazz de Duke Ellington y bailar al ritmo trepidante del swing de Benny Goodman, era mucho más que una moda pasajera. Los swingjudend, los “jóvenes del swing”, como fueron llamados de forma despectiva por las juventudes hitlerianas, llegaron a fundar toda una tendencia, una nueva corriente juvenil. Con una apariencia agradable, con una peculiar forma de vestir, de bailar y con una filosofía de vida con raíces profundamente angloamericanas, tenían una forma muy peculiar y desenfadada de enfrentarse a la vida que irritaba y mucho a los dirigentes nazis. Noche tras noche, en la clandestinidad y al ritmo de “swing heil”, jóvenes alemanes manifestaban su total rechazo al régimen tiránico y opresivo impuesto por Hitler. El 18 de abril de 1941, unos trescientos “jóvenes del swing” fueron arrestados por la Gestapo. Los castigos oscilaron entre un corte de pelo al cero, el envío a una escuela controlada o, en el caso de los líderes, el internamiento en un campo de concentración. Los jóvenes del swing, sin lugar a duda, fueron un grupo antisistema del Tercer Reich Alemán. ¿O no? ¿Es este el modelo de joven antisistema que sueña mi amiga Amparo para sus hijas?

Días atrás, cuando en España se celebraba el puente de “Todos los Santos”, los hosteleros se echaron a la calle. En ella expresaron su preocupación por las últimas medidas autonómicas adoptadas para tratar de mitigar los efectos de la pandemia. Los dueños de bares y restaurantes también estaban acompañados por un grupo de jóvenes y no tan jóvenes que, en principio, empatizaban con sus preocupaciones. Jóvenes que movilizados por las redes sociales organizaron una “quedada de tardeo” que se prolongaría más allá de los toques de queda. Y ocurrió que aquellas protestas organizadas de forma pacífica, poco antes de media noche y capitaneados por “jóvenes antisistema”, se convirtieron en verdaderas batallas campales. Eran jóvenes sin un perfil definido, al parecer sin ideología política y que daban la sensación de que no estaban dispuestos a renunciar a sus largos, ajetreados y nocturnos fines de semana. Jóvenes que al grito de “libertad” o “nos quieren quitar nuestros derechos”, destrozaban mobiliario urbano, se enfrentaban con antidisturbios y rompían cristaleras de los comercios. Eso sí, sus ganas de libertad y de luchar por sus derechos se paralizaba cuando lograban reventar algún escaparate y podían acceder al interior de las tiendas. Las reivindicaciones se desmoronaban como los cristales, y ya el asalto era lo prioritario para esos jóvenes que desplegando unas sonrisas se daban a la fuga montados en una bicicleta, o con varias prendas de ropa bajo el brazo, todo robado, todo producto de un saqueo que seguramente ya habían planeado. ¿Son estos los jóvenes antisistema de los que habla mi amiga Amparo?

El novelista Wallace Stegner decía: “La sabiduría comienza cuando uno reconoce que lo mejor que puede hacer es elegir bajo qué reglas quiere vivir”. Y añadió: “Es una imbecilidad persistente y agravada pretender que uno pueda vivir sin reglas”. La cuestión tal y como la presenta Amparo es tendenciosa. Entre ser un adoctrinado y un abanderado de las nobles causas hay muchísimos términos intermedios. “Ni los buenos son tan buenos, ni los malos tan malos”. Es fundamental que nuestros pequeños, los futuros antisistema o amaestrados, tengan unas bases sociales muy sólidas. Y todo es cuestión de educación. Una educación que pase por reconocer que hay reglas básicas de convivencia que son infranqueables. Por otro lado, ante las injusticias a las que crean se están enfrentando, que sepan primero reflexionar, tener un sentido crítico de la situación y luego actuar de forma autónoma y libre. Esto es una labor de todos, siendo muy importante y de manera fundamental en los primeros años de vida donde la tarea educativa recae sobre los hombros de los padres. Desde muy temprana edad, con los primeros biberones, desde que nuestros retoños duermen en la cuna hay que enseñarles que las normas existen, que sus libertades acaban donde se solapa con la libertad de sus amigos. Hay que enseñarles a ser críticos, responsables y consecuentes con sus actos.

Como dice Stegner, no hagamos imbéciles a nuestros retoños haciéndoles pensar que pueden vivir en un mundo sin reglas. Es la única manera de poder preparar el camino para un futuro más esperanzador y justo. Podremos soñar que nuestros hijos, todos juntos y sin soportar calificativos peyorativos como negro, borrego, rojo o facha, ahora sí, puedan desarrollar todo su potencial para crear un mundo más equitativo y feliz. Si los preparamos bien, si hacemos nuestro trabajo, seguro que no volverán a ver la inconsciencia de algunos ante una pandemia y podrán mantener a los futuros Donald Trump en las cavernas de las cuales nunca tendrían que haber salido.

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