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Luis M. Alonso

Alternativas

Son cuentas, en cualquier caso, que no lo imputan hasta ahora en un delito

Juan Carlos I, en 2018.

Digamos que Juan Carlos I arrojó su enorme prestigio a un albañal. La Fiscalía seguirá investigando el caso de sus tarjetas opacas. Ha regularizado su vida fiscal pero nadie lo va a regularizar a él.

Hay demasiadas cuentas pendientes y el viejo rey, pese a todo, quiere pasar la Navidad en casa. Son cuentas, en cualquier caso, que no lo imputan hasta ahora en un delito. Pero quienes no lo han visto actuar siquiera dudan de que es un tipo amortizado por las defunciones morales.

El problema está en querer utilizar la imagen menos decorosa del viejo monarca en un asalto a la Jefatura de Estado. No se ha visto en las democracias modernas. El Partido Socialista está metido en un enorme lío con un secretario general y presidente del Gobierno que aparenta no preocuparse del asunto cuando en realidad pretende sacar tajada de él. El mejor PSOE nunca fue así, siempre intentó que las instituciones del Estado se mantuviesen sólidas en contra de las apetencias partidistas. Ahora no se puede decir que ocurra del mismo modo. La impresión de que el acoso al llamado Rey emérito es un asunto manipulado para tumbar no digo a la monarquía sino a la democracia como la entendemos desde el tiempo de la Transición gana adeptos. Pensar distinto es ser naíf. ¿Juan Carlos I en algún momento se corrompió? Parece que sí. ¿Puede servir su ejemplo para menoscabar el sistema que nos ofreció tantos años de concordia y bienestar?

Vamos a ver, seamos por un momento conscientes de lo que nos jugamos. ¿De verdad alguien con dos dedos de frente se arriesgaría a votar por la presidencia de un mandato republicano que tuviese como candidatos a Pablo Iglesias o Gabriel Rufián, o al propio magister del Gobierno que se ofusca en no ver la realidad de lo que le rodea? No estamos tan locos todavía, ¿verdad?

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