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Ir descalzo

Los beneficios de correr descalzo.

Las más completa definición del amor moderno nos la ofreció hace diez años Nati Abascal: “Yo quiero a todo el mundo. O sea, te quiero a ti, quiero a este, quiero al otro. Yo soy una... tengo un... soy muy humana.” Esta tesis sentimental, dictada desde las profundidades de un espíritu destilado, quedaría incompleta sin la constancia de que su exmarido hubiera confesado en una entrevista que fue un hombre atrapado por su timidez: “No soy un monstruo, soy un ser humano”. El ser humano es una plaga Matrix y su tratamiento no conoce ciencia alguna.

No existe filosofía que pueda abarcar todo el espectro del amor. Desde el amor ideal al del día a día cursan matices incontrolables. Una sensación multiforme, imprevisible como el efecto mariposa, que va cambiando mientras se multiplican los imprevistos. En la misma luna que todos vemos, un enamorado ve a dos enamorados que se besan, un marinero una tormenta, un chino una pagoda con un farol. Las personas nos interesamos por todo, siempre que nosotros formemos parte de ese todo: leemos artículos, novelas, escuchamos canciones y vemos películas porque ahí encontramos las palabras que nadie nos dice.

Quizá sean los aristócratas quienes más saben del amor, porque tienen todos los instrumentos para huir de él y aminorar sus consecuencias. Una boda noble es un arreglo cómodo entre dos familias que desean la prosperidad de su descendencia. Los dormitorios son espaciosos y las camas están separadas. El servicio doméstico evita cualquier discusión directa. Los niños pasan las vacaciones en Irlanda y su futuro académico se desarrolla en Gales. Las posibles fricciones entre sus progenitores son resueltas por amables abogados. Y si un noble estrangula a su esposa, nunca se llama a ese hecho violencia doméstica, sino crimen pasional.

Pero el amor más anhelado sigue siendo el de las revistas del corazón, ese modus vivendi fabricado en mansiones con piscinas azules que acaba en panteones monumentales. Esas revistas están plagadas de fotos de millonarios, que no son la antítesis de la nobleza: son la nueva nobleza, no más arribista que la del Antiguo Régimen, ni menos entregada a los placeres, cada vez más sucedáneos y menos exquisitos.

Lichtenberg, un reformista desencantado por la revolución francesa, describió así a las realezas de Europa: “El rey de Francia hace pasteles y seduce a muchachas honradas; el rey de España despedaza liebres entre timbales y trompetas; el rey de Inglaterra convierte a las inglesas en p...; Y estos son los más elevados entre los hombres. ¿Cómo puede el mundo soportar todo esto?” Años después, ninguno de los reyes de las modernas democracias ha abandonado las reales ganas de sus antepasados con sus súbditos, porque no se ama a los sumisos, como decía Germán Copinni, simplemente se les quiere.

La primera condición para curarnos de un mal es querer curarnos. Los ricos que no conocen que significa ser honesto tampoco saben qué es estar rodeado de amor desinteresado, intoxicado de amor, oír hablar solamente de amor y escuchar como igual que te sostienen una tesis sostienen la contraria, que con la misma convicción te aconsejan un camino como el opuesto con tal de amarte.

Confieso que el amor me sorprendería si no estuviese cansado de ser sorprendido, de haber sido infectado de optimismo, de haber sido alentado a creer en el amor, a amar la vida, a disipar mis temores. El amor es una enfermedad de la inteligencia, un erotismo abstracto que acaba asqueado por las intrigas, las traiciones, los abandonos, las mentiras mal dichas y malvadamente creídas; un acto colmado de palabras y mensajes que nos sobresaltan cuando suena el aviso en nuestro teléfono.

Y al final uno no quiere ser Tonino ni Andrés ni Valentino, sino ir descalzo, lavar sus calzoncillos en una fuente, morder limones, romper las nueces con los dientes, escuchar truenos, ver escaparates de verdura y, sobre todo, no encontrarme contigo, que después de diez minutos de conversación no encuentras nada más original que invitarme resueltamente a seguirte a tu casa a tomar eso que de manera general llamas “algo” y que después de habérmelo hecho tragar querrás que bautice como un hechizo, una pócima mágica, una droga que todo lo ilumina, pero que es solo un ingrediente que enturbia todas las mezclas si no consigue hacer que te entregue todas las llaves de mi alma.

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