Opinión

Se acabó

El mundo parece caerse, quedarse helado. Calles vacías, balcones llenos y aves insólitas inundan los ojos de los muchos valientes que deben arriesgar su vida y su integridad para salir a trabajar y tratar de mantener en marcha el engranaje de un sistema que no estaba preparado para un golpe tan sumamente fuerte.

Sin duda, estos meses en casa me han hecho darme cuenta de que la soledad es quizá, para mí, el momento más ruidoso del día. Cada noche, de manera casi inconsciente, apagaba la luz y encendía mi mente, dando paso a una lluvia de pensamientos ansiosos que se movían a gran velocidad dentro de mí, sin que yo pudiera hacer nada para frenarlo. Así fue como la cuarentena se acabó convirtiendo en la cuna de mi ansiedad, y en la de muchos. Ese ha sido, desde mi punto de vista, uno de los factores que agravaron la situación y contribuyeron a que todos nos sintiéramos, en cierto modo, paralizados. Supongo que es difícil reaccionar y acostumbrarse a una nueva realidad cuando tienes miedo. Pero a pesar de todo me sigue pareciendo absolutamente admirable la capacidad de reacción del ser humano. Ya que fueron muchos y muy grandes los esfuerzos realizados en tan poco tiempo, para garantizar el posible acceso de los alumnos a todos los contenidos y su contacto con los docentes. Uno de los principales problemas fue la imposibilidad de algunas familias de proporcionar a sus hijos los dispositivos necesarios para garantizar su educación desde casa. Pero muchos Gobiernos actuaron con rapidez y la administración pública se encargó de facilitar el material necesario a estos estudiantes.

A día de hoy, habiendo pasado más de un año, la educación, por desgracia, todavía no ha vuelto a ser la misma. A lo largo del año, la pandemia ha experimentado varias olas que han hecho que nuestro miedo aumentara o disminuyera del mismo modo en que lo hacía el número de casos positivos. Pero el ambiente achacoso y la tensión han sido constantes, por lo que ha sido necesario cambiar mil normas y desaprender lo aprendido. Cada uno de nosotros hemos tenido que asumir el compromiso de seguir una serie de pautas que velaban por nuestra propia salud y seguridad. Nos hemos visto obligados a guardar distancias, abrir puertas y ventanas, y usar gel, mascarillas y todas las fuerzas que nos quedaban después de unos meses agotadores. Todo ello con un objetivo claro y común, cuidarnos. A pesar de que ha sido una tarea para nada fácil, estoy convencida de que todos los centros educativos, y en concreto este, han sido capaces de acompañarnos en este camino que se ha vuelto tan duro. Desde mi punto de vista, han sido, en parte, muchos de los profesores y profesoras, quienes nos han recordado con su ejemplo que, en situaciones como esta, el futuro se construye con proyectos, con esfuerzo, cooperación y trabajo constante. Nos han mostrado su lado más humano, dejando constancia de que la persona va siempre antes del maestro y de que el virus no solo nos ha hecho palpar nuestra vulnerabilidad, sino también nuestra capacidad de empatizar, y solidarizar con los otros.

Durante este curso, mirara donde mirara, he podido comprobar que la humanidad brilla todavía más cuando el mundo se apaga. Porque es innegable que este ha sido un año duro, triste y raro. Francamente raro. Pero lo que nos llevamos es mucho más que una experiencia. Tal vez, ahora empecemos a darnos cuenta de que nadie se salva solo. Tal vez, y solo tal vez, haya llegado el momento de entender que la vida es frágil. Pero también más fácil si la compartes, si eres capaz de recordar, aún en momentos como este, que el amor a dos metros sigue siendo amor, que no hace falta estar juntos para estar unidos, ni cerca para sentir a esa persona contigo. Al fin y al cabo, y llegados a este punto, no nos queda otra que seguir. Seguir luchando, confiando en que el mejor de los escenarios será posible. Haciendo de tripas corazón, intentándolo una vez más. Seguir, incesantes, peleando desde nuestra susceptibilidad y dejándonos la piel para hacer todo lo que podamos para protegernos a nosotros, y a los nuestros.

Siendo plenamente sincera, diré que yo también he llorado viendo las noticias y me he sentido tonta sonriendo detrás de una mascarilla. Yo también he pasado noches haciendo malabares con las sábanas, resignándome a aceptar que lo mejor que podía hacer era quedarme en casa. Pero acabé haciendo lo mismo que hiciste tú, lo mismo que hicimos todos los valientes, sacar fuerzas de donde no las había para tratar de normalizar lo que estaba pasando. Todo ello, sin perder las ganas de seguir aprendiendo, creciendo y formándome como alumna, y como persona. Tratando siempre de ayudar a quien tenía al lado, y hacerlo, además dando gracias por tener la suerte de ser yo quien tendía la mano y no quien la necesitaba.

Acabé este curso y quiero creer que estoy cerca de acabar esta historia como cualquiera que se enfrenta al miedo debería acabar, renovada. Ahora camino por los pasillos, estudio, me frustro y disfruto de los descansos de la misma forma en que lo llevo haciendo desde hace años, pero a estas alturas, y después de lo vivido, los ojos con los que miro no son, ni volverán a ser jamás los mismos. Hoy, a unos días de decir adiós al instituto, agotada y con el corazón en la mano, sangrando, decido quedarme con lo bueno, con lo aprendido, con los aplausos de las ocho, y los “te quiero” que sí dije. Me quedo con las vivencias, con las risas en el patio y los cientos de besos que he mandado en la distancia. Y con todos y cada uno de los “ojitos chinos” que me han acompañado en este año tan malo, tan distinto. Que me han ayudado a entender que lo más bonito de esta guerra es que no estamos, o al menos no deberíamos estar, luchando contra la vida, sino en su defensa, y lo hacemos codo a codo, todos juntos, porque de esa forma somos y seremos siempre el mayor de los ejércitos.

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