Entre acordes y cadenas

Oda a la barra del bar

Oda a la barra del bar

Oda a la barra del bar / INFORMACIÓN

 En estos días difíciles para la hostelería, no quisiera perder la oportunidad de dirigirme a todos los bares, tabernas y demás antros de buena vida, para demandarles lo que es necesario, justo y, ¡vive Dios!, el pan de cada día. Que no nos cierren nunca, ni en lunes, ni en martes, ni mucho menos a mediodía, para que, alegres, tristes o cansados tras la acometida, podamos adentrarnos en sus augustos misterios, algunas veces oscuros y otras, colmados de armonía.

Y es que vosotros, hosteleros, taberneros u hombres de barra impía, sois el alimento de las almas de quienes, sin reloj, se abandonan prestos a la bebida. Y piden platos de croquetas, boquerones o mixtos de zoología, mientras los otros, los de las mesas, les contemplan con alegría. Sólo por mantener la tradición, la de sus padres, sus abuelos y otros muchos que, con orgullo, fueron su guía.

¡Oh barra del bar! Tú que te alzas a dos metros de mi mesa, estoica, inmóvil y orgullosa. Tú que me miras y, sin hablar, me susurras que te pida una copa. Una de esas, de las rosas, de ginebra, de ron o de cualquier otro elixir sin glucosa. Lo que sea, será. No discrimino. Muy fea es esa cosa.

Y es que necesito embriagarme. Aunque muchos digan que no es viable. Aunque pretendan prohibirme lo que, por siempre, será realizable, practicable y ¿por qué no?, amable. Aquí me siento como en casa, con Pako, con Ángel y con ese tierno infante, que comienza su andadura en estos bellos parajes.

El vino, el primer fino, amarillento y divino. ¡Ponme una copa Saturnino! Que estoy seco, sediento, apagado y mortecino. No me tengas esperando, que ya ves, lechuguino, vengo sudando como un babuino. La mañana ha sido dura. Mucho trabajo y poco tocino. Casi no culmino. Pero ya he llegado, ya he hecho camino. Y aquí me tienes, vecino, extrafino cual pollino.

¿Un carajillo? ¡Por supuesto! Eso sí, haz el favor, acompáñalo con un quesillo. Y ya que te pones, con algo de membrillo. No hay que ser tacaño que, si miras bien, por debajo, se te ve el rabillo. Además, hoy cumple años Tomás, de modo que ponte un picadillo, con ternera, con pollo o con gambas al ajillo. Para que entremos en calor. Porque fuera hace frío y viento zarzaganillo.

¡Acércate Andresillo! No seas tímido. Aquí estamos todos, incluso tu primo, el de Villanueva del Pardillo. Que ha venido por las fiestas, las de Navidad, que no de invierno. Y te ha traído un regalillo. Un par de piezas de caza, una perdiz y un cervatillo. Para que los ases con perejil, en manojillo, al tiempo que tu suegro se arranca y, con la guitarra de Lucía, se marca un fandanguillo.

Mientras tanto, allá arriba, reposan los manjares. Hechos con uvas, con endrinas o con indómitos cañares. No importa. Unos y otros yacen en los altares. Y, como tales, son alabados con cantares. Unos profanos y otros conciliares, pues ambos son vehiculares de la felicidad de los pluricelulares. Blancos, negros o globulares. Ya que, en palabras del Conde Duque de Olivares, triangulares o cuadrangulares, todos hermanos, más temprano que tarde, nos veremos en los bares.