LA PLUMA Y EL DIVÁN

Sobre el ridículo

Es una sana costumbre aprender a reírse de uno mismo, sobre todo para los menos humildes, esos que parece que le han metido un palo y van más tiesos que una escoba, pero no por dignidad merecida, sino por pura desfachatez.

Nadie nos enseña a afrontar el ridículo porque se sobreentiende que lo aprenderemos cuando llega el momento oportuno, es decir, cuando caemos en un estrepitoso y flagrante ridículo y nos quedamos petrificados de espanto. Ese es el momento de humillación que nunca olvidaremos y que nos enseñará a huir de situaciones parecidas, a no ser que disfrutemos, que de todo hay en la viña del Señor.

Hay quienes viven en permanente ridículo y lo llevan con dignidad. Cuenta una leyenda urbana que hay personas llamadas Armando Bronca Segura, León Bicho Bonito o Antonio Bragueta Suelta, que posiblemente nunca hayan existido, o sí, pero que probablemente ilustren la realidad de otras muchas personas que lleven en su nombre y sus apellidos el estigma de la risa floja.

Están también los que buscan quedarse en evidencia porque es la única forma de que se les tenga en cuenta y han aprendido que llamando la atención de una forma absurda y patética los demás caen en la cuenta de que existe y dejan de ningunearlo. Los más arriesgados siguen siendo aquellos que recurren al ridículo artificial y encima consiguen la gloria.

No existe un patrón normalizado del ridículo, es algo que sobreviene al traspasar determinados límites invisibles o se busca para conseguir unos objetivos concretos. No deja de ser paradójico que docenas de tertulianos repartidos por diferentes medios de comunicación, se expongan a situaciones absurdas para poder seguir en el candelero.

Me sigo preguntando si estos personajes habrán estudiado arte dramático, periodismo, ambas cosas o ninguna, porque lo que realmente hacen es interpretación en su más amplio sentido con una gran dosis de desvergüenza que consigue un impacto fulminante en el público mediocre que no deja de babear ante tanto esperpento.

De lo que no cabe duda, es que tienen que preparase los guiones previamente como si fueran verdaderos actores, para que su paso por los múltiples platós de televisión nunca pase desapercibido, porque sería la muerte fulminante de su carrera.

No podemos hablar del ridículo sin mencionar a la clase política, que posiblemente sean el máximo exponente de la resistencia y la supervivencia al mismo. Un botón de muestra son las mentiras. Pueden decir una cosa y su contraria sin sonrojarse. Y para ridículos sin causa, los que siguen votándoles.