23 F, un día para no olvidar

Antonio Tejero, el golpista que asaltó el Congreso el 23-F

Antonio Tejero, el golpista que asaltó el Congreso el 23-F

Joaquín Galant Ruiz

Joaquín Galant Ruiz

Hoy, 23 de febrero, a pesar de haber transcurrido ya 42 años, es uno de esos días que nunca se debieran de olvidar. Los que estuvimos ese día sentados en los bancos del Hemiciclo del Congreso de Diputados lo tenemos grabado ínsito en nuestros genes y, sin apenas darnos cuenta, cuando llega el 23 F, nos vienen a la memoria las secuencias vividas esa tarde noche, cuando se estaba votando la elección de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno por dimisión de Adolfo Suárez González. La votación ya había empezado cuando de improviso se abre violentamente la puerta de la izquierda de la presidencia y entra un Guardia Civil con una pistola en la mano gritando “Quieto todo el mundo”.  

Nuestro primer pensamiento fue que era un asalto de la ETA al Congreso de Diputados –el terrorismo seguía siendo una lacra inaceptable--, rechazado inmediatamente por advertirlo un Diputado también de la UCD de Almería, al decir: “es Tejero el del Galaxia”. Pero aparecen más guardias civiles. Un teniente coronel con su metralleta en la mano, después de reclamar silencio, empuñando la metralleta grita: “¡Todo el mundo al suelo!”, mientras dispara una ráfaga de disparos que impactan en el techo. Disparos visibles conservados. No eran balas de fogueo.  

España había hecho una transformación modélica y admirada por toda Europa: Habíamos pasado de una dictadura a un régimen democrático y de libertades, con una monarquía parlamentaria. El rey Don Juan Carlos I, con la elección de Torcuato Fernández Miranda y Adolfo Suárez, habían conseguido una transición modélica sin violencia, conseguida “de la ley a la ley”, como decía Fernández Miranda, que había cristalizado en una Constitución redactada por los verdaderos representantes del pueblo, democráticamente elegidos, para un pueblo que amaba y añoraba la libertad y el final de dos Españas enfrentadas en una guerra fratricida. Pero estos recuerdos se me entrecruzan con otro que aflora de mi mente: la primera sesión del Congreso de Diputados de las primeras elecciones democráticas. Habían ya empezado a entrar en el hemiciclo los nuevos diputados elegidos. Con un compañero de UCD esperábamos para entrar, veíamos con emoción y asombro pasar a Fraga Iribarne, Silva Muñoz, Carrillo, Arzallus, Jordi Pujol, Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Garrigues, Iñigo Cavero, Camacho…Era cierto. Por fin todos los políticos del arco parlamentario español, como en cualquier país europeo avanzado, iban a trabajar todos juntos por una sola España y se reconocía que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”, como se plasmaría después en el artículo 1.3 de la Constitución. Y entonces, como ahora, recordaba a la Agrupación Provincial de Abogados Jóvenes de Alicante, que desde 1972, en plena dictadura, empezaba una andadura plagada de dificultades y peligros que nos llenaba, y nos llena, de orgullo y satisfacción por esta gesta histórica española a la que contribuimos desde Alicante.

Ya lleno el hemiciclo nos disponíamos a entrar, cuando a nuestra derecha venían Dolores Ibarruri, la “Pasionaria”, con un elegante traje negro y falda larga, con una cofia blanca, con andar pausado y cogida del brazo de nuestra Diputada alicantina Pilar Bravo. Ahora sí, creímos en el final de las dos Españas. En su semblante se reflejaba satisfacción al entrar en el santuario de la democracia parlamentaria. Ocupó el asiento que le indicaron, hasta que empezada la sesión pasó a ser la vicepresidenta, por edad, de la Cámara.  El democristiano Maritain escribió que “solo el pueblo salva al pueblo”. ¡Qué gran verdad! Allí estábamos todos los elegidos democrática y libremente por el pueblo español. Recordé, y recuerdo, a mis compañeros del PDC con los que desde el primer día permitido, compartimos los ocios y hasta nuestros cansancios dedicados a la restauración del Estado de Derecho, desde la Vega Baja, hasta las Marinas. Y me acordé de las horas quitadas a mis hijos y a Manoli, mi mujer, por ello. Valió la pena y lo entendieron.

Pero necesariamente el golpe militar iniciado el 23 de febrero de 1981 tenía que fracasar. Porque aquel pueblo, que votó a los que estábamos en el hemiciclo, nos oyó y nos creyó. Como también el ejército, con la excepción de Milans del Bosch en Valencia con su sacada a la calle de unos tanques y algún otro militar irrelevante. El rey don Juan Carlos, cuyo discurso oí con una radio de pilas, verdadero muñidor de la Transición democrática ejemplar y admirada por los países de nuestro entorno, ordenaba el respeto a la Constitución que nos habíamos dado.  

No debe el pueblo español olvidar aquella gesta iniciada con la Transición, que pudo romperse con ese frustrado golpe de Estado que pretendió anular nuestra Constitución por que había cristalizado en derechos y obligaciones para una sola España libre, próspera, democrática y en paz, a la que amamos y de la que nos seguimos sintiendo orgullosos de su historia.

Y hoy, 23 de febrero, cuando están próximas unas elecciones amplias, donde van a presentarse de nuevo por los partidos políticos programas y propuestas para mejorar la vida de los españoles, debemos recordar, cuando tengamos que decidir nuestra elección, que el fracaso de ese asalto se debió, sin duda, a la inamovible e incuestionable cimentación empezada por los componentes de aquella primera sesión para una sola España, que redactaron, línea a línea, una Constitución que es el frontispicio visible de una Nación que quiere seguir siendo libre, tolerante y próspera y vivir en paz. Por ello hoy es oportuno recordar que en su artículo 2 proclama que “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. Aleluya.