“No te puedo comprender, corazón loco…”

Manifestación el 8 de marzo de 2018, en una imagen de archivo, con motivo del Día Internacional de la Mujer.

Manifestación el 8 de marzo de 2018, en una imagen de archivo, con motivo del Día Internacional de la Mujer. / EFE

Arancha Luque Peinado

Arancha Luque Peinado

El 8 de marzo, Día internacional de la mujer, las mujeres feministas sentimos profundo orgullo de nuestra ginealogía, nuestra historia, de los logros conseguidos por nosotras para beneficio de la humanidad. Honramos nuestro linaje, somos hijas, nietas, bisnietas de mujeres sabias a las que llamaron locas, brujas y quemaron en la hoguera. Orgullosas tomamos la calle, como individuas vestidas con seguridad intelectual, la que nos da derecho a pensar, a conceptualizar, a redefinir la reordenación del mundo sin la subordinación de la mitad de la raza humana a la otra mitad. Sabemos que ningún hombre ha sido jamás privado de bienes ni derechos, ni excluido de la narrativa histórica por razón de su sexo, las mujeres, todas, lo hemos sido, lo somos.

Gerda Lerner dijo ; “El hecho de que las mujeres tengan hijos responde al sexo; que las mujeres los críen se debe al género, una construcción cultural”. Por esto, las feministas seguimos trabajando para la abolición del género, principal responsable del estrecho, frío, insalubre lugar que el patriarcado ofrece a las mujeres.

Sabemos que la génesis del poder jurídico-político dentro de las democracias es el poder de los hombres basado en la subordinación de las mujeres y que los pactos patriarcales, con su asombrosa capacidad de adaptación, mutan continuamente sus formas de dominación, tan distintas en el tiempo y en el espacio, pero siempre desarrollan nuevas formas de violencia, de servidumbre en las mujeres.

El androcentrismo mediático, la violencia simbólica tronada en los medios de comunicación, no intermediarios sino interpretativos, perpetúa, ampara las estructuras de poder contribuyendo a crear contextos relacionales que legitiman situaciones de desigualdad. El mensaje subliminal, negando las relaciones de poder que alimenta la reproducción de los privilegios preexistentes, es que la mujer por ella misma, no colectivamente, puede conseguir superar las estructuras de desigualdad generadas de la jerarquía sexual. Pasamos de ser individuas a centauras, entre moto y mamá, bailamos y cantamos SloMo a ritmo de Chanel …” les vuelvo loquito a todos los daddie …y le tengo dando zoom, zoom”… ¡lo llaman empoderamiento!

Kate Millet nos enseñó que el dominio sexual era una de las formas más profundas y puras de poder, sigue siéndolo. De hecho, la reacción patriarcal, la involución en la que nos hayamos, está generando creencias rancias, presentando la subordinación de las mujeres como comportamiento libremente deseado y elegido.

A la luz está, la eterna discusión sobre el aborto, la regulación de la prostitución y de compra-venta de bebés mediante alquiler del útero de una mujer, ¿maternidad subrogada? eufemismos para dulcificar o idealizar un negocio. Todas se inscriben en el tipo de prácticas que implican el control sexual de las mujeres. La posmodernidad huele a naftalina, a prejuicio rancio a viejas ataduras invisibles.

Nos encontramos en plena etapa de la desinformación, en ocasiones bien tratada, el feminismo es diana de bulos promovidos por el machismo, desde donde menos lo esperamos, a derecha o izquierda, salta la liebre, lo llaman fuego amigo. Manipulan datos y referencias, parten de hechos no constatables, niegan cifras oficiales o apelan a las emociones y sentimientos, dejando en el margen lo empíricamente demostrable. Repetimos que la verdad que nos concierne es la verdad del deseo aunque, a veces realidad y deseo, como agua y sed, difícil mezcla. Y llegadas hasta aquí me voy con la música a otra parte:  “No te puedo comprender, corazón loco, no te puedo comprender, ni ellas tampoco…”.