Esperando a Godot

More Pricks than Kicks

Una votación en un pleno del Ayuntamiento de Elche. | AXEL ÁLVAREZ

Una votación en un pleno del Ayuntamiento de Elche. | AXEL ÁLVAREZ / DanielMcEvoy

Daniel McEvoy

Daniel McEvoy

El otro día, paseando por Elche, me encontré con un amigo, nos tomamos un café y estuvimos comentando asuntos de política local y nacional. En un momento de la conversación, mi interlocutor introdujo el tema de la dimisión de la concejal Eva Crisol. Al parecer y siempre según mi contertulio, pues yo no estoy muy al corriente porque estos temas me resultan totalmente tediosos, esta señora, después de tejemanejes varios en interés propio, decidió dimitir como edil del Ayuntamiento de Elche, gesto que fue muy aplaudido por todos los miembros de la corporación, salvo uno (su propio compañero de grupo, que al parecer la conoce mejor que nadie). Claro que la buena señora no había reparado en que cuando uno deja un trabajo, el de concejal no es una excepción, de forma voluntaria, no tiene derecho a la percepción de la prestación por desempleo; de modo que no ha hecho efectiva la entrega del acta, para sorpresa de propios y extraños y especialmente de los que la aplaudían cuando verbalizó las intenciones que ahora no ha cumplido. Imagino que una vez agotado el mandato (y cobrados los emolumentos correspondientes a los tres últimos meses del mismo) acudirá a las oficinas del SEPE para tramitar la correspondiente prestación. Ya le preguntaré a mi amigo.

Eva Crisol y García Ontiveros, en el único pleno en el que han vuelto a coincidir en Cs

Eva Crisol y García Ontiveros, en el único pleno en el que han vuelto a coincidir en Cs / AXEL ALVAREZ

En cualquier caso, vamos a dejar este tema, del que se podrían citar varios ejemplos más, seguramente (aunque también se podrían citar casos contrarios, es decir, de personas que pierden dinero y emplean su tiempo dedicándose a la política y lo hacen por vocación de servicio), porque no es el objeto ordinario de esta sección, que no es otro que hablar de literatura y también hacer cierta crítica política y social, pero siempre dentro de un respeto por todas las personas y por nuestros representantes públicos, que al fin y al cabo merecen la debida consideración por haber sido elegidos democráticamente por los ciudadanos.

En esta ocasión, me gustaría profundizar un poco en la figura del escritor cuya obra da título a esta serie de artículos. Me refiero a Samuel Beckett. El irlandés es un escritor absolutamente poliédrico y fascinante. Su forma de escribir refleja sus vastos conocimientos al referirse continuamente a variadas fuentes literarias y a filósofos y teólogos de diferentes épocas y corrientes. Aunque no cabe duda de que sus principales influencias se deben al poeta italiano Dante y al filósofo francés René Descartes y a su pupilo holandés del siglo XVII Arnold Geulincx. Éste último se preguntaba la cuestión del modo en el que interactúan la parte física y la intelectual del ser humano. A todas estas influencias, por supuesto, se debe añadir la más importante de todas: la de su idolatrado paisano James Joyce.

Sin embargo, la crítica y la prensa populares han generalizado la idea de que el trabajo de Beckett se centra de manera prioritaria en los aspectos más sórdidos del ser humano. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que los personajes de su obra no se nos muestran en situaciones extremas para destacar su mezquindad, sino como un pretexto para investigar sobre las causas que mueven las relaciones sociales entre los individuos, su manera de interactuar para granjearse una posición, o la conquista de sus objetivos sexuales. En este contexto, las preguntas básicas que se planteaba eran: «¿Cómo podemos asumir el hecho de que hemos sido traídos a este mundo sin que siquiera nos preguntaran?», «¿Cuál es la verdadera naturaleza de nuestro ser?» o «¿Qué quiere decir un ser humano cuando dice «yo»?».

Baste como ejemplo su primera obra de ficción publicada More Pricks tan Kicks, que yo hubiera traducido como «matar moscas a cañonazos», pero que mi padre, que sabe más que yo de esto (y de todo, como todos los padres), me ha indicado que encajaría mejor en una expresión tan española como «tanto trabajo para nada». Esta obra es una serie de diez historias interconectadas (víd. Dante y la langosta en «Esperando a Godot», 17 de julio de 2021). Con Dublín como marco espacial, esta concatenación de relatos nos cuenta las peripecias de una especie de antihéroe, Belacqua Shuah, y sus choques con todas las mujeres que conoce a causa de su solipsismo (el solipsismo es una corriente filosófica que preconiza que únicamente mi conciencia existe y la realidad que aparentemente le rodea es incognoscible y puede, por un lado, no ser más que parte de los estados mentales del propio yo).

Por cierto, hablando de las influencias de Beckett, el nombre de Belacqua Shuah está tomada de uno de los personajes del Purgatorio de Dante, un lutier florentino castigado por el pecado de una pereza que le lleva al punto de no querer esforzarse por alcanzar el paraíso y que está absolutamente en consonancia con la absoluta indolencia que muestra el personaje del Belacqua de Beckett.

Pero, como decía mi amigo (con el que me encontré y tomé café al inicio de este relato), si quieren encontrar personajes sórdidos y perezosos, no busquen en la ficción, ni siquiera en la de un autor famoso por su filosofía del absurdo como Samuel Beckett. Busquen en la vida real y especialmente entre algunos políticos, o vividores, porque también hay muchos políticos honrados.