La plaza y el palacio

Primeras noticias de la campaña

El president de la Generalitat, Ximo Puig, en una imagen de archivo durante un acto celebrado en Casa Mediterráneo.

El president de la Generalitat, Ximo Puig, en una imagen de archivo durante un acto celebrado en Casa Mediterráneo. / @GENERALITAT

Manuel Alcaraz

Manuel Alcaraz

Vaya por delante la expresión de mi admiración por el interés cívico que han mostrado los promotores, en Alicante, del manifiesto y plataforma a favor de Ximo Puig; a muchos les considero inteligentes amigos. Y, por supuesto, nadie dudará a estas alturas de mi lealtad, afecto y amistad al mismo Ximo Puig. Como puede imaginarse, cuando alguien comienza un artículo así, es que va a difundir alguna crítica. Así es.

Me parece que la plataforma y Puig se han equivocado en el planteamiento que intenta absorber toda simpatía y apoyo en torno a la figura presidencial. Para mi Puig ha sido el mejor President de la Generalitat y lo que ha tenido que hacer en estos años le asegura un lugar en la historia del pueblo valenciano. Pero lo que ha hecho no lo ha hecho solo, no lo pudo hacer solo. Esa es su grandeza: su capacidad para articular mayorías cambiando la cultura política a la que estábamos habituados. Por lo tanto, al focalizar en él un determinado tipo de apoyos, al construir la (pre)campaña bajo el somero reclamo de “El President”, no está aprovechando su merecido prestigio, sino que está renunciando a una parte esencial de su capital político: se está aislando.

Si esa plataforma hubiera intentado articular un movimiento de masas favorable a la continuidad del Botànic hubiera sido mucho más amplia y con mayor capacidad para organizar encuentros y otro tipo de actos. Una foto de candidatos y candidatas del PSOE y veteranos militantes, no parece que pueda competir con la frescura de buscar otras expresiones de la sociedad civil. Ya sé que estamos en una campaña electoral, y muchos de esos firmantes y el propio Puig, darán testimonio de que no soy un ingenuo ni un recién llegado a estos asuntos. Pero es que estas campañas electorales, últimamente, no son lo que eran. Esto no es una carrera de velocidad por ver quien acumula más metros en menos tiempo. Ya no podemos pensar, al menos en la Comunidad Valenciana, en términos de partidos incomunicados, sino en términos de bloques, para bien y para mal. Y el mismo President ha dicho muchas veces, y le creo, que aunque toda fuerza política deba tener la lógica aspiración de gobernar con mayoría absoluta, las coaliciones, ahora, pueden dar mejores resultados en términos de estabilidad y buen gobierno.

Posiblemente el Botànic es el mejor ejemplo de ello en España, y uno de los mejores en la UE. Porque los acuerdos parlamentarios no agotan la utilidad de la fórmula, sino que también expresan el reconocimiento de la pluralidad social, aportando capacidad para que nadie se quede atrás, que nadie se quede sin sentirse materialmente representada. No ignoro lo molesto que es para el PSOE, fuerza mayoritaria, tener que soportar algunos pueriles ataques de hipersensibilidad de las fuerzas minoritarias. Exactamente la misma molestia que éstas han de padecer por la tradición de prepotencia del PSOE, heredada de épocas de pasada grandeza.

Al final, la cuestión es siempre la del día después. O hay Botànic o gobierna la derecha. O adiós estabilidad. Y me parece lógico que el PSOE intente ladearse hacia el centro, por ver si puede pescar en ese desastre hueco que ha acabado siendo Ciudadanos. Pero hacerlo de una determinada manera puede acabar por restar votos a las fuerzas de la coalición sin compensarlo. Y aquí volvemos a encontrarnos con tres cuestiones clave que hacen que mi crítica, espero, no sea una mera abstracción.

La primera es que la sociedad civil parece inclinarse a favor de una reedición del Botànic, por lo que gestos demasiado marcados hacia el partido mayoritario y su dirigente genera un espacio de confusión que puede arrastrar votos a la abstención. Ya sé que esto hace muy difícil la maniobrabilidad de las legiones de asesores del Palau, pero esa es la servidumbre de ser los mayoritarios, que luego se reequilibra acumulando, lógicamente, más poder.

Hay otra razón estratégica: el PSOE debe administrar la vulnerabilidad ambigua y continuamente fluctuante que proporciona el Gobierno del Estado y Pedro Sánchez. De cómo vaya de aquí a finales de mayo, puede depender el 2 ó 3% de votos: los que acaben por definir la mayoría absoluta en les Corts. Por lo tanto esa mayoría no depende exclusivamente del voto de UP –que en parte también pende de lo que pase en Madrid-. La única solución que se me ocurre para atemperar ese flujo inestable en favor de la participación de izquierdas es prolongar la feliz imagen de encuentro diverso. Los giros a la derecha están bien, como los que otros hagan a la izquierda, siempre que se inscriban en un relato integrador, amable incluso, y que convoque a la sociedad civil como garante del Botànic III y no, exclusivamente, a favor de una de sus partes.

La tercera razón se centra en Alicante. En las peticiones de la plataforma -que avisa que no es del PSOE– se incluye de manera destacada la temática provincial. Santo y bueno. Pero me da la impresión de que se está –no sólo el PSOE- a un paso del exceso. Por supuesto que hay que reclamar asuntos propios en materia de infraestructuras o disponibilidad hídrica. Pero hacer de eso un eje diferenciado puede llevar a que muchos consideren que esa “identidad del agravio”, tan tenazmente construida, puede dirigirse no sólo contra Madrid… pues València está más cerca. Por otro lado ese agravio como instrumento político tiene dueño histórico: la derecha localista, estrecha de miras y que sólo reclama lo que interesa a unas élites. Un inmoderado recuerdo de ultrajes puede incrementar la confusión y favorecer a quienes son maestros en esta dinámica cantonalista. Podemos hablar de “bicapitalidad”, pero a estas alturas ya ha dado de sí todo lo que podía dar: acumular promesas sin redefinir políticas generales que alteren los relatos globales de la identidad valenciana ya no sirven, es como inaugurar edificios sin acabar. De la bicapitalidad deberemos hablar a partir del 29 de mayo. Y, en todo caso, hablar en València y no sólo en Alicante.

(Por lo demás de este virus del localismo nadie está exento porque es cómodamente contagioso: candidato de mi partido tengo visto hincharse a hacerse fotos con la bandera alicantina. No me gusta la política de banderas: al final sirven para que se argumente con los mástiles y no con las telas. La bandera está bien para el fútbol o las fiestas. Y, si me apuran, para las guerras. Pero para hablar de aparcamientos o turismo son contraproducentes.)

En fin, así estamos y veremos cómo avanzamos. Tampoco es que esto sea un desastre. Es sólo que me va apeteciendo hablar de política concreta. Al parecer voy el último de la lista de las Autonómicas de Compromis y eso me acelera el pulso. Son los nervios por la posibilidad de salir. No desdeño la idea de convocar plataforma y pagarme vallas con mi foto y un mensaje de probada eficacia: “Los últimos serán los primeros”.