Tiene que llover

Tras el tormento

Un hombre eligiendo la papeleta de la formación política a la que quiere votar en un colegio electoral.

Un hombre eligiendo la papeleta de la formación política a la que quiere votar en un colegio electoral. / Alex Dominguez

Francisco Esquivel

Francisco Esquivel

  Mi madre se habría encaramado en estos días a los cien años de los que se quedó a un par de pasos y la efeméride ha reavivado un pasaje sombrío que se quedó ahí en el limbo. Mi nacimiento la condujo a las tinieblas bajo una depresión posparto de la que tardó meses y meses en salir.

No sé mucho del tormento. Si acaso que no pocos del círculo más cercano se encargaron de señalar su debilidad para traer hijos al mundo. Aunque la consiguiente pérdida del sentido de la realidad sobre todo en casos de primerizas estaba diagnosticada desde mediados del XIX, la desconexión que sufre la mujer descoloca a parte de quienes la rodean hasta el extremo de negarle el apoyo. Nada de esto llegó a través de ella. Es más, aún conocedora de aquellos que le volvieron la espalda reemprendió la relación con los que fueran como si nada hubiese ocurrido. Solo se refirió al maldito trance para poner en un altar al especialista que la atendió que no fue otro que el padre de Carmen Romero, ex de Felipe, a la sazón médico militar en el hospital al que tuvo acceso por ser hermana de un capitán del Ejército del Aire, el mejor padrino que pude tener y que me acogió en su casa el tiempo que duró aquel dolor.

   Así he pasado estas horas. Estremeciéndome a ratos y celebrando que el demonio, al que ni mis hermanas ni yo conocimos, desapareciera igual que entró. Y con ese cuerpo he presenciado los ataques sin cuartel que buena parte de aspirantes dedica por un puñado de votos a quien no es de su cuerda o al ansia exhibido por quienes con los ojos clavados en los resultados, y más allá de la eficacia, solvencia y rigor demostrados a lo largo de una trayectoria, dejan patente que por ellos «matan». Son innumerables las citas a las que acuden a tal velocidad que, efectivamente querido Lennon, tienden a olvidar que la vida es eso que sucede mientras te empeñas en hacer otros planes. Ya veremos qué ocurre cuando se les chafen. Tras sobreponerse al laberinto, mi madre se centró en uno: no dejar escapar la coherencia.