Vuelva usted mañana

Un tiempo de retorno

Ayuso Feijóo y Almeida celebran su victoria desde el balcón de Génova

Vídeo: PI STUDIO

No soy político. Serlo exige una manera peculiar de ver las cosas, el mundo, de sentir la ambición por el poder, de empatizar poco con la verdad, aunque sea relativa, sin mudar la palabra dada y no sentir incomodidad al menos. No soy político y por ello no puedo interpretar los resultados electorales desde la fría matemática de los números y menos conforme a los reiterados errores “técnicos” de ese CIS que todos pagamos en beneficio de la insolvencia intelectual.

Lo acaecido hace dos días, sin embargo, leído en términos ajenos a los politólogos, a los periodistas de carnet o similares, a los militantes cegados por la maniquea perversión impuesta por las corrientes del presente aciago para la libertad y el humanismo, a los adictos a causas de lectura imposible fuera de la pasión o la obsecuencia, algo dice que debería ser aprendido y aprehendido por todos, muchos, de los que viven del erario militante. Se ha impuesto una lectura ética de la realidad, la que exige que los compromisos se cumplan, que la decencia de lo prometido no se vea empañada por la deshonestidad del engaño que se sabe carece de precio, pero no de valor, como se le ha recordado a este presidente, que ha perdido el respeto generalizado porque antes nos lo ha perdido a todos con la displicencia propia de quien no conoce la virtud de la lealtad a los demás.

Los españoles, en general, hemos optado por dejar a los muertos descansar en paz y exigir una vida honrosa para los vivos, un respeto a nuestra condición de seres libres, no de súbditos de la torpeza moral. No queremos vernos comprados con prebendas por el voto, ilícitas, cual comportamiento impropio de una sociedad democrática aunque a Sánchez, su descubrimiento delictivo que, de seguir adelante, indultaría como ya lo ha hecho en su indescifrable conciencia. Tampoco admitimos prebendas lícitas en esa suerte de tómbola que regala en meses lo que no hace en años: “panem et circenses” redivivo tras varios siglos. Pero ofende la grosería del regalo envenenado a los más débiles para agrietar su voluntad y ofende porque no hemos aún sucumbido al secarral de la educación dirigida.

Los españoles no queremos que la política entendida como poder, maquiavélica, frustre los ideales de un país que no desea regresar a las cavernas de los enfrentamientos viles entre hermanos, ni desterrar la misericordia que pidiera Azaña, ni vernos limitados en las libertades propias de personas adultas y educados en una moral ignota por profesores sin título humano que les habilite.

Creo que seguimos siendo bastante parecidos a lo que se ve en la calle, la que no pisan los que se confabulan en espacios cerrados e impenetrables para la luz de lo común, de lo general. Creen que pueden cambiar la sociedad con leyes leguleyas, mal hechas, de suspenso, aunque de apariencia soberbia, la propia del ignorante engreído, con el control de lo hablado, de lo escrito y lo pensado. Y eso, el sueño de los dictadores de este siglo XXI, seguidores pertinaces de los ya idos en tantas épocas, se les ha frustrado en un solo día premonitorio de la inevitable, pero dura realidad de trabajar por un sueldo en la calle.

No entender el voto político me resulta indiferente, incluso me produce cierto orgullo como persona. Comprender lo que esconde es vital y debe serlo para quienes parece anunciarse que vendrán en breve y que tendrán la obligación de cerrar la sesión del esperpento y abrir la puerta a la esperanza de recuperar lo mejor de nosotros mismos. El mensaje no es vendido, ni regalado. Es cedido a condición de cambiar lo que se ha venido filtrando en las conciencias que se han mantenido con fuerza y reclaman ser atendidas.

Ha empezado en la realidad lo que será en pocos meses. Tal vez quien es el responsable de la debacle, deba ser puesto en el lugar que merece, que no será la historia de una exhumación, tributo pobre a una sociedad de este tiempo y viva. Él fue el que quiso todo porque le beneficiaba a su sonrisa fingida y sus escasas convicciones o, al menos, poco duraderas y frágiles.

Quienes llegan deben asumir responsabilidades y no incurrir en la necedad o en la autocomplacencia. Visto está que las fidelidades no son eternas. Todas las marcas son legítimas, aunque a los que se van, socios de ilegítimos acuerdos, aunque lícitos, no les agraden los acuerdos con sus peores pesadillas, que no coinciden con pérdida de derechos y libertades cuando es el liberticidio lo que identifica a las nuevas tendencias de una izquierda poco reconocible como tal.

Los que decían poder, lograron el Poder y ya no pueden. Son pasado y fracaso por su rictus agotador, agresivo, nunca amable. Los que querían sumar, no suman. Los de la lengua como arma elitista, no han logrado tampoco hacer que cale un arma ventajista frente a la igualdad en el acceso a lo público. La lengua, entre otras razones, no deja de ser un negocio aunque se vista de proclamas vacuas.

Lo imaginado, que estaba en la calle, se ha hecho verbo y voto. Y quien se ensalzó tras una censura hipócrita se empieza a despedir por su escaso apego a todo menos a él mismo. Tal vez sea el momento de recuperar lo que su formación fue. Su creación ha agotado, pero no ha logrado destruir lo que tanto costó construir.