¿Profesores o algoritmos?

Carles Cortés

Carles Cortés

En los últimos meses, he escrito diversos artículos en la prensa sobre los avances en la inteligencia artificial (IA) y su impacto en nuestra sociedad. Por este motivo, he tenido algunas conversaciones interesantes sobre la materia que partían de interrogantes como el motivo de mi interés. No esconderé que siempre he sido un informático frustrado. Era el año 1986 y, mientras realizaba mis pruebas de acceso a la Universidad de Alicante –en aquel momento llamadas Selectividad–, decidí saltar de los estudios de ciencias que había hecho en el bachillerato para dedicarme finalmente a las letras. Pesó en mí en aquel momento la atracción hacia la literatura y hacia la reflexión de la creación artística de los humanos frente a la empírica, aunque nunca dejé de interesarme por los avances tecnológicos. Por este motivo, siempre he utilizado las tecnologías en mis tareas como profesor o escritor, ya que me han permitido entender un poco más el razonamiento humano desde una perspectiva más técnica y racional. Dicen que el pensamiento de los informáticos se basa en números binarios, aquello de 1 y 0, como encendido y apagado respectivamente. Cierto es que nunca he podido comprobar si sus mentes están llenas solamente de estas dos cifras, pero en mi caso, siempre tengo dos opciones que resuelvo de manera racional.

Hecha esta introducción, me planteo si los avances en IA obedecen a la resignación del ser humano a no implementar nuevas capacidades cognitivas en nuestras mentes. El mito de que solo utilizamos una parte ínfima de nuestras potencialidades intelectuales ha sido desacreditado. Tenemos, pues, que considerar el desarrollo y la optimización de nuestras capacidades mentales a través de la educación, el aprendizaje y la exposición a los estímulos. Tal vez el desarrollo de la IA viene a complementar nuestro sistema neuronal. Así, con la aspiración histórica a la telepatía, hemos construido aplicaciones que nos comunican al instante sin importar la distancia. De este modo, los avances en robótica nos aportan instrumentos tecnológicos que pueden tener una mayor precisión y concreción que un ser humano.

Pero ¿qué sucede con los docentes? Se ha hablado ampliamente sobre la posible substitución de esta profesión en beneficios de los chatbot u otras aplicaciones que puedan mantener conversaciones en tiempo real por texto o por voz. No volveré a abordar el avance que ha representado el famoso ChatGPT y otros desarrollados paralelamente como el buscador Bing de Microsoft: su uso se va extendiendo y alertando de los diversos peligros para la docencia. Disculpadme que sea radical: negar la evidencia, bloquear su uso docente, no sirve para nada. No es cuestión de sentirse substituidos, como docentes, por unas herramientas que basan la obtención de datos a partir de algoritmos. Si los humanos aprendemos a través de la experiencia acumulada a lo largo del tiempo, la IA lo resuelve a través de secuencias ordenadas de instrucciones o reglas lógicas que le permiten resolver tareas o cuestiones planteadas. Los humanos necesitamos una fuente de información, unos maestros que vayan implementando o dosificando este conocimiento que se va depositando en nuestras mentes. Es obvio que esta aportación de información puede proceder de las nuevas herramientas tecnológicas.

Soy de los que piensan que la IA no podrá nunca sustituir los docentes en su empleo, pero sí que lo podrá realizar en muchas de sus tareas. Debemos pilotar su uso, formar nuestro alumnado en el uso de las herramientas correspondientes según el área de aprendizaje. En el momento de aparición de las calculadoras, entendimos que la tecnología iba a ayudarnos sin impedirnos el desarrollo humano en el campo de las matemáticas u otras disciplinas que las utilizan. En una comida con otras dos compañeras del ámbito de la filología y otro de la informática, comentábamos un artículo donde se citaba que “el ChatGpt no es Aristóteles, ni lo va a ser nada en su estela, aunque su formalismo lo situaría más cerca de este que de Sócrates”, en clara referencia a las dos escuelas de pensamiento clásico. Debemos, pues, aprender de la historia del aprendizaje, adaptarnos a las novedades creadas por los humanos, sin negar su existencia. Formemos un alumnado que sea capaz de integrar estas herramientas durante el curso adaptando nuestro sistema de enseñanza donde cada uno puede aportar su conocimiento. Fomentemos el espíritu crítico de unas mentes, indistintamente de donde proceda la información que obtienen, bien de sus maestros, bien de los algoritmos que van ensanchando el conocimiento de las herramientas digitales. Una de las primeras consecuencias será, sin duda, la alteración de un sistema de evaluación obsoleto que tiene que adaptarse a los nuevos tiempos. ¿Tienen cabida en la nueva realidad las llamadas lecciones magistrales y aquellos exámenes o trabajos infinitos de desarrollo sobre un tema? Si en mi época universitaria ocupaban gran parte del curso, la IA las puede hacer realidad en cuestión de segundos. Este es el reto: adaptarse o quejarse. Mi opción es obvia: aprender de las herramientas que hemos creado y, una vez más, superarlas. Nunca podrán conseguir la interacción humana con nuestro alumnado. Tal vez también fuimos diseñados para aprender de los algoritmos de la vida, aquellos que nos ayudan a superar nuestros problemas.