La cerca del león

Leo Messi.

Leo Messi.

Miguel Ángel Santos Guerra

Miguel Ángel Santos Guerra

Vivimos cargados de ocupaciones, inmersos en un trajín incesante, saturados de compromisos y quehaceres. Vivimos con prisa. Y con poca paz, con poca serenidad, con escasa reflexión. Es memorable la frase de John Lenon: «La vida es eso que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes». «Lo que pasa» puede tener doble sentido: lo que sucede y lo que se va.

¿Hacia dónde vamos corriendo tan de prisa? ¿Qué buscamos en una parte y otra con tanto afán? No sabemos instalarnos sabiamente en el hic et nunc (el aquí y el ahora) de los clásicos, cuyo primer uso se atribuye a Cicerón. Mientras somos niños y jóvenes ansiamos llegar a la edad adulta y cuando la alcanzamos añoramos la infancia y la juventud.

Perseguimos la felicidad como si de un sueño inasible se tratase. Cuando llegue a la mayoría de edad seré feliz, cuando termine la carrera, cuando encuentre trabajo, cuando tenga una casa propia, cuando tenga un hijo, cuando sea rico, cuando me jubile…

Esta es la historia del león que da título al artículo. Un león fue capturado y encerrado en un zoológico. Se encontró con otros leones que llevaban allí muchos años. El león no tardó en familiarizarse con las actividades sociales de los restantes leones, los cuales estaban asociados en distintos grupos. Un grupo era el de los socializantes; otro el del mundo del espectáculo; incluso había un grupo cultural, cuyo objetivo era preservar las costumbres, la tradición en la que los leones eran libres; había también grupos religiosos, que solían reunirse para entonar canciones acerca de una futura selva en la que no habría vallas. Y había, finalmente, revolucionarios que se dedicaban a conspirar contra sus captores.

Mientras lo observaba todo, el recién llegado reparó en la presencia de un león que parecía dormido, un solitario no perteneciente a ningún grupo. Al reparar en la presencia del novato, el veterano león dijo:

- Ten cuidado. Esos pobres locos se ocupan de todo menos de lo esencial: estudiar la naturaleza de la cerca

No hacen falta muchas disquisiciones para comprender que todos los grupos distraían al león recién llegado de la tarea fundamental que tenía que realizar en aquel lugar que le privaba de libertad. Podía estar entretenido en muchas actividades, ajetreado con numerosas ocupaciones. Todas le alejaban de su quehacer fundamental: conseguir la libertad.

Esa es la gran cuestión. Podemos imaginar fácilmente al león incorporándose al grupo del espectáculo, entretenido en innumerables y atosigantes actividades de relumbrón pero desentendido por completo de su quehacer esencial. O participando en un grupo religioso cantando con entusiasmo himnos que henchían su corazón a la espera de una futura patria en la que viviría la plena libertad. Esas trampas le mantendrían para siempre en el zoo bajo la mirada atenta de sus captores.

¿Y qué es lo esencial? Lo he dicho muchas veces: No hay señal más clara de inteligencia que desarrollar la capacidad de ser felices y de ser buenas personas. Y eso tiene que ver con la propia felicidad y con felicidad de los demás.

Es muy conocida la historia que voy a contar a continuación. De hecho, he leído o he oído al menos cinco versiones diferentes de ella. En el fondo, todas tienen la misma estructura conceptual y conducen a la misma conclusión.

Un pastor, tumbado tranquilamente debajo de una encina, vigila su rebaño con ayuda de sus perros. Dos paseantes se detienen y saludan, curiosos, al pastor. Uno de ellos le pregunta por el número de ovejas que integran su rebaño.

• Tengo cien ovejas, señor.

• Un buen rebaño pero, ¿por qué no duplica usted el número y abre una fábrica de quesos?

- ¿Para qué tendría que hacer lo que me propone?

• Porque de esa manera podría usted, con los beneficios que saque de la fábrica, comprar otro rebaño como este, contratar a un pastor y hacer más grande la fábrica.

• Pero, no le entiendo bien, ¿para qué tendría que hacer eso?

• Porque sus beneficios se ampliarían y podría ir creciendo su negocio, podría exportar quesos y, con los beneficios, podría abrir una nueva fábrica en otro punto del país.

• Pero, ¿para qué tendría que ampliar mi negocio?

• Pues mire, muy sencillo, cuando llegue usted a la jubilación sería inmensamente rico, podría retirarse y vivir tranquilamente de los beneficios conseguidos.

El pastor, sonriendo, dejó boquiabiertos a los dos paseantes con esta respuesta:

• ¿Y qué es lo que estoy haciendo aquí y ahora? Ya estoy viviendo tranquilamente .

Es probable, no seguro, que el pastor podría llegar a ser millonario. Pero es fácilmente imaginable el tipo de vida que tendría que llevar para conseguirlo, los desvelos y las noches en blanco ante una enfermedad de las ovejas o ante una crisis económica, las horas de trabajo diario, las preocupaciones y los problemas inherentes al mantenimiento y al crecimiento de una empresa. ¿Cuándo detenerse?

Voy a poner algunos ejemplos en los que se puede observar ese ambicioso comportamiento. Algunos futbolistas son tentados con ofertas millonarias. Y todos damos por hecho que una oferta es irresistible cuando las cifras son astronómicas. ¿Necesita Lionel Messi los millones que le ofrece el Inter de Miami si su anhelo era finalizar su carrera deportiva en el Barcelona? ¿Necesita Karim Benzema los millones que le ofrece el club árabe Al Ittihad cuando su idea era permanecer en el Real Madrid? No cito estos casos para criticar a sus protagonistas sino para reflexionar sobre algunos comportamientos humanos.

Pero no me quedaré en casos tan extremos. Está claro que, por mucho que vivan, no van a poder gastar ni una mínima parte de su dinero. Ni ellos ni sus descendientes.

Por tener un piso más grande y, además, una casa de campo, algunos padres se meten en trabajos asfixiantes que no les dejan tiempo para compartir con sus hijos ni para disfrutar ellos mismos. Cuando ya han comprado el maravilloso chalet para que sus hijos disfruten resulta que están tan distanciados de ellos que ir al chalet resulta un castigo. Prefieren ir con sus amigos y pasar el fin de semana en cualquier lugar. Sus padres se han convertido en extraños. Lo que han hecho por ellos les ha dejado sin ellos.

Hay quien mata, quien engaña, quien traiciona para conseguir dinero, para alcanzar cotas de poder, para hacerse con un poco o un mucho de fama. Esas actitudes y comportamientos apartan de lo esencial.

Lo esencial no solo se busca en unas acciones o en otras sino en el modo de hacer las mismas acciones, en el modo de vivirlas. Hay quien maldice lo que hace, hay quien lo soporta y hay quien lo disfruta. Se cuenta que cuando se construía la catedral de Chartres, un viandante se detuvo y preguntó a uno de los trabajadores:

• ¿Qué está haciendo, señor?

• Ya ve, levantando esta horrible piedra, con este calor insoportable, con la cara llena de sudor y las moscas que se pegan en la piel.

A un segundo trabajador, que está muy cerca, le hace la misma pregunta:

• Señor, ¿me puede decir lo que está haciendo?

• Estoy levantando una pared, colocando unas piedras sobre otras, bajo este sol de justicia.

Le da las gracias y camina unos metros, hasta encontrar a un tercer obrero a quien formula la misma pregunta:

• ¿Qué está haciendo usted, señor?

Con orgullo, satisfacción y alegría, contesta al intrigado viandante:

- Estoy construyendo una catedral.

Están haciendo lo mismo, pero no lo están haciendo de la misma forma, con el mismo ánimo. Uno está desesperado, maldiciendo el trabajo; otro lo está soportando, molesto por el calor y el tercero lo está disfrutando, dándole un elevado sentido. Eso es lo importante. Eso es lo esencial.

Y aquí, como en casi todas las cuestiones importantes de la vida, tiene mucho que decir la educación. Es preciso cimentar la vida en valores. En valores que nos guían a cada uno en la vida y que nos impulsan a la solidaridad y al respeto. Hay quien para conseguir fama, dinero o poder tiene que prostituirse, someterse y perder la dignidad. A mi juicio, lo esencial no es el conocimiento sino para qué lo empleamos, qué hacemos con él, al servicio de quién y de qué lo ponemos. Eso es lo esencial.

En la familia y en la escuela se echan los cimientos de la ética. Sobre esos cimientos cada persona construye el edificio de su vida. Sería deseable que en la sociedad esos valores presidiesen la vida de los ciudadanos y la práctica política. Si viviésemos los valores tendríamos menos necesidad de hablar tanto de ellos. Se aprenderían por ósmosis.

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