El teléfono es muy frío

Una mujer consulta su teléfono móvil.

Una mujer consulta su teléfono móvil. / Shutterstock

Luis Beltrán Gámir

Luis Beltrán Gámir

Cada vez tendemos a hablar menos por teléfono, y a comunicarnos más por whatsapp y correo electrónico. Tiene la gran ventaja de que no interrumpes lo que estés haciendo en ese momento, y, además, queda constancia clara de lo que has dicho, ya que las palabras se las lleva el viento. A mi, al menos, me molesta mucho cuando me telefonean mientras estoy trabajando, ya que paralizan lo que estoy haciendo, y luego tengo que volver a coger el hilo. De hecho, siempre pongo el altavoz, para poder seguir con mi faena mientras hablo.

Así como me fastidia si, despues de comer, estoy viendo la televisión medio frito, y me llama mi prima de Novelda para cotillear, o, hasta hace un par de meses, un comercial para que me cambiase de compañía telefónica. Somos la generación que normalizó que alguien a quien no conoces, te llamase al número que no le habías dado, para ofrecerte algo que no necesitabas, y, si le decías que no lo querías, tenías que explicar porqué. ¿Dónde obtuvieron mi nombre y teléfono? Menos mal que desde el 29 de junio ya no es legal, ¿por qué no se hizo antes?

En algún sitio leí que los datos son el petróleo del siglo XXI. El caso es que, habitualmente, cuando haces una compra por Internet, aparece escondida una cláusula por la que aceptas "ceder" tus datos a un tercero. A este paso, cualquier día me pedirán mi número de teléfono, correo electrónico y hasta el nombre de mi artículista favorito (os daré una pista: es juez y escritor) en el kiosko donde compro INFORMACIÓN. Yo cedo mi asiento en el autobús a una persona mayor, o el sitio en la cola del supermercado cuando quien va detrás sólo tiene un artículo. Los clubs de fútbol ceden a futbolistas para que se fogueen en un equipo inferior. Mi padre cedió recientemente cuadros para una exposición. Por tanto, sería más correcto decir que estamos "regalando" nuestros datos. Cuando haces un regalo, es porque tienes afecto a la persona que lo recibe. Sinceramente, ¿qué cariño voy a tener yo a una empresa con sede en un paraíso fiscal, que está forrándose vendiendo mis datos? Gracias a esta acción, me bombardeaban a llamadas, hasta que me apunté en la lista Robinson. Quién te vende el producto, gana dinero dos veces contigo. La primera porque pagas por el artículo que has adquirido, y la segunda, porque vende tus datos. Y tú, amigo lector, no recibes nada a cambio de regalarlos.

Recientemente escuché que los millennials son la "generación muda", porque odian las llamadas de teléfono. Pues, que quieres que te diga, creo que se comunican más que nadie. Están a todas horas enviándose mensajitos de audio por whatsapp, que le ha ganado claramente la tostada al teléfono. Hay un estudio de una empresa de móviles que detalla que a los jóvenes les da ansiedad hacer o recibir llamadas, especialmente si es alguien a quien no conocen. Todos hacemos mil cosas a la vez, y que se pare el mundo para atender una llamada es muy fastidioso, máxime cuando, como decía mi abuelo, esa llamada suele interesar al que llama. Es más cómodo enviar un WhatsApp cuando estás en un descanso, y ya leerás la respuesta cuando tengas otra pausa.

¿Se pierde la auténtica conversación? Obviamente, si necesitas tratar un tema rápido y complicado, es mejor el teléfono, y así tienes horizontalidad en la charla a tiempo real. Creo que el tema se nos está yendo un poquito de las manos, después de enterarme que hay influencers como Charli d'Amelio, Addison Rae o Loren Gray, con unos cien millones de followers cada una (se dice pronto), que nunca hablan con voz humana a sus seguidores, y suelen optar por sonidos robóticos que leen los textos que aparecen sobredimensionados en los clips.

¿Lo siguiente? Que, cuando recibas un mensaje de voz de WhatsApp, el mismo se acelere para que no pierdas esos pocos segundos qué tantísimo necesitas, adivina tú en qué. Hay mucha gente enganchada a la prisa y a la inmediatez, y no porque dispongan de poco tiempo. Si te falta tiempo en tu día a día, puedes mudarte a vivir a Marte. Allí un día dura 24 horas y 40 minutos.

Acabaré con la canción de Miguel Ríos (que actúa en Alicante en dos semanas) que da título al artículo. En vez de tanta mensajería electrónica , "vamos a abrir las puertas y vernos poquito a poco". Una conversación cara a cara, con una cervecita, lo arregla todo. Al menos para los de mi generación, que somos casi vintage. En mis tiempos, para bloquear a alguien, dejabas descolgado el teléfono fijo de tu casa.......