Al azar

Las juezas de Trump

El expresidente amontona un centenar de acusaciones que serán tramitadas por magistradas estadounidenses nacidas en la India o en Jamaica

Donald Trump.

Donald Trump. / Europa Press/Contacto/Rich Graessle

Matías Vallés

Matías Vallés

Cuál es la probabilidad de que una mujer llegue a jueza, incluso en tiempos de pretensiones paritarias y en geografías occidentales? ¿Y en el caso de que la funcionaria judicial haya nacido fuera del país en cuestión, Estados Unidos? ¿Cómo se reduce este porcentaje si la magistrada procede de lugares no especialmente favorecidos, como la India o Jamaica? ¿Y qué sucede si no se habla aquí de una, sino de dos administradoras de la justicia? Puede que ya esté mareado, por lo que conviene avisarle de que ahora viene el salto mental más exigente:

¿Cuál es la probabilidad de que dos niñas nacidas respectivamente en la India y en Jamaica emigren a Estados Unidos, se licencien en Derecho, accedan a la magistratura por decisión de un presidente y reciban el encargo de juzgar a otro? De uno entre centenares de miles de millones, porque no se habla de un ser humano más, dado que el procesado responde por Donald Trump. Por tanto, este año se ha asistido en la Tierra a un fenómeno más singular que el estallido de una supernova que se trague al planeta.

No hay tres sin cuatro. La incriminación de Trump en Georgia junto a su devoto Rudy Giuliani, después de las escalas penales previas en Nueva York, Florida y Washington, revela una ferocidad acusatoria sin precedentes. El expresidente debe defenderse ya de 91 delitos individuales, casi la mitad de ellos en el último embate de Atlanta. La fiscal Fani Willis no nació en lugares exóticos, pero su padre era miembro del partido marxista-leninista de los Panteras Negras, y ahora coloca al líder Republicano en el vértice mafioso de una trama de crimen organizado. Por supuesto, el último inquilino Republicano de la Casa Blanca ya ha retorcido la biografía de su perseguidora, para declararla inhábil a la hora de juzgarle. Siempre que se enfrenta a un miembro de la fiscalía de color, véase también el neoyorquino Alvin Bragg, el magnate alega que está siendo acusado por una cuestión de «racismo». Es un campeón en el retorcimiento de las palabras, el autoproclamado «Hemingway de Twitter».

Cuando se enfrenta a un fiscal de color, el último presidente Republicano alega que está siendo acusado por una cuestión de «racismo»

La jueza que ordenó el procesamiento de Trump en Washington es Moxila Upadhyaya, nacida en el estado indio de Gujarat. Por si esta procedencia no fuera una ofensa suficiente para el presidente de entonación supremacista, la magistrada le recibió al grito de «Mister Trump», en lugar del protocolario «Mister President» que le corresponde como tratamiento vitalicio. Al aludido se lo llevaron los demonios, por fortuna para sus intereses no hay grabaciones periodísticas de la sesión.

Aunque Trump dilata al máximo la programación de sus cuatro juicios, bajo la artimaña de recuperar antes la Casa Blanca y de ensayar la cabriola de un autoperdón presidencial, el proceso de Washington será dirigido por la magistrada Tanya S. Chutkan. La nativa de Jamaica nacionalizada alcanzó su puesto por decisión de Obama, y el presidente acusado ya la ha convertido en otra de sus adversarias irreconciliables. El empresario no solo asegura que está incapacitada para juzgarle, y anuncia que se dispone a impugnarla, sino que presume de que la propia jueza es consciente de la imposibilidad de la tarea. Y por supuesto, el cliente incontrolable toma la decisión sin consultar a sus abogados, que intentan templar gaitas.

En los dos últimos procesamientos, con una matriz esencialmente política en cuanto vinculados al retorcimiento de los resultados electorales, Trump se defenderá con un argumento de talante progresista. Piensa esgrimir a su favor la sacrosanta libertad de expresión, que le permite dudar de un resultado electoral y manifestarse al respecto. Sin embargo, cuesta cuadrar este derecho inalienable con la conversación telefónica en la que le solicita un número muy determinado de votos a un funcionario electoral de Georgia. En concreto, 11.780 sufragios, con objeto de invertir el resultado estatal.

Pese a las evidencias en contra del acusado, figuras míticas como Alan Dershowitz, que fue profesor de la facultad de Derecho de Harvard con 28 años, aseguran que la apelación a las libertades básicas puede funcionar. De hecho, el célebre penalista irradiado por la aureola maligna de Jeffrey Epstein defiende en su libro Get Trump que no existen causas sólidas contra un presidente al que no piensa votar.

Un jurado formado por la opinión pública y sobre todo Republicana tendería a absolver a Trump. De ahí que el expresidente sienta pánico ante el procesamiento de Washington. No solo por la jueza de origen indio que le falta al respeto, o por la de extracción jamaicana que derrota hacia el progresismo. Sobre todo, porque «la ciénaga» de la capital que pretendía drenar es un bastión Demócrata, donde costará confeccionar un jurado favorable a los intereses del multimillonario.

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