Entre acordes y cadenas

La crucifixión de los Monty Python

La vida de Brian, una de las películas al límite de la censura.

La vida de Brian, una de las películas al límite de la censura.

José María Asencio Gallego

José María Asencio Gallego

 El humor ha cambiado. Ya no es libre e indómito, como antes, sino encorsetado y juicioso, pues cada vez son más los temas que no se pueden tratar. Y cuando alguien se atreve, el cómico en cuestión habrá cuidarse mucho de hacerlo de forma muy delicada, casi maternal, con suficiente tacto para no herir los sentimientos de nadie, de ninguno de los miles de “colectivos vulnerables” que aumentan conforme pasa el tiempo y salen a la palestra heridos y taciturnos.

Basta con un pequeño comentario jocoso o una burla inocente para que salten las alarmas, para que los vigilantes de la nueva moralidad den inicio una campaña de acoso y derribo contra el emisor del mensaje. Y luego, vilipendiado y acosado por las redes sociales, contempla con estupor cómo su carrera, e incluso su vida personal, se convierten en una horrible pesadilla.

Habida cuenta esta situación, pocos son los cómicos que se arriesgan. Y antes de subir al escenario, revisan una y otra vez sus textos para evitar que, por un descuido, subsista en ellos algún ápice de crítica social o filosófica que se aparte de las verdades universales, únicas e indiscutibles, que hoy en día dominan los cuerpos y las mentes.

Ocurrió, por ejemplo, hace ya dos veranos, en un pueblo de Barcelona, con el humorista Albert Boira. Durante las fiestas patronales, el Sr. Boira, que había sido contratado por el consistorio para realizar uno de sus habituales monólogos, osó bromear sobre las identidades sexuales y de género. Un comportamiento que motivó la rápida intervención de la concejal de feminismos, que subió al escenario y, en medio de los abucheos de sus propios conciudadanos, al parecer, cansados de su proceder, trató de retirar la palabra al humorista aduciendo que sus bromas “ofendían a varios colectivos”.

Pero lo más señalado de los últimos tiempos ha sido, desde mi punto de vista, la censura que ha sufrido el guion de la célebre película “La vida de Brian” en su adaptación teatral, que se está preparando.

Este magnífico filme, como la mayoría de ustedes sabrá, fue estrenado en un lejano 1979, producto del ingenio del grupo de comedia inglés conocido como los Monty Python. Trataba de un tal Brian, un judío que nace en Belén el mismo que Jesucristo, y al que un cúmulo de desgraciados y tronchantes equívocos le hacen llevar una vida paralela a la del verdadero hijo de Dios.

Algunas de sus escenas son memorables, como aquella en la que cuatro revolucionarios, sentados en un teatro romano, conversan sobre la pureza de su grupo, y atribuyen a los demás, también revolucionarios, el calificativo de “disidentes”. Una genial definición de la fragmentación de la izquierda. O aquella otra, la escena final, en la que un coro de crucificados, cantan al unísono, mientras mueven sus cabezas y sus pies, la canción “Always look on the bright side of life” (“Mira siempre el lado positivo de la vida”).

En el momento de su estreno, fue recibida con gritos e insultos por grupos de fanáticos religiosos, que condenaron una y otra vez a los integrantes de los Monty Python a las penas más terribles del infierno. Pero, a pesar de ello, nadie logró censurar ni un ápice de este genial largometraje. Algo que, sin embargo, sí que ha ocurrido en la actualidad, pues los censores contemporáneos, más agresivos y fanáticos que los de antaño, aunque, paradójicamente, justifiquen su destructivo proceder en consignas libertarias y buenistas, han logrado eliminar en la obra teatral una de las escenas más conocidas de la película.

Justo antes de la conversación sobre la división de la izquierda, los revolucionarios hablan sobre los derechos del hombre cuando, de repente, uno de ellos dice “¡y de la mujer!”, “porque yo quiero ser mujer”, “a partir de ahora quiero que me llaméis Loretta”. Esto sorprende tanto a los demás que otro responde con un “¿qué?”, a lo que Stand (ahora Loretta), a pesar de ser un hombre, dice que quiere tener hijos, que los hombres también tienen derecho a tener hijos, si quieren. “¡Luchemos por tu derecho a tener hijos!”, dicen los demás. Pero uno, el único cuerdo, al parecer, les pregunta: “¿de qué sirve luchar por su derecho a tener hijos si no puede (por ser un hombre) parir?”. “Es un símbolo de la lucha contra la opresión”. “No, es un símbolo de su lucha contra la realidad”.

Pues bien, esta escena ha sido eliminada porque, literalmente, “ofende a las personas trans”. A lo que yo me pregunto, ¿por qué?, ¿cómo es posible que la realidad pueda ofender a alguien? Los hombres no pueden parir, por mucho que quieran, por mucho que lo deseen. Esto es tan obvio como que en el mar hay agua y en el cielo, nubes. Y quien no quiera verlo tiene un serio problema.

Pero, es más, ¿acaso el humor no puede ofender a nadie?, ¿quién lo dice? Antaño había tolerancia. Hoy, confrontación, censura y odio al que piensa por sí mismo, al no adoctrinado.

Ya basta de estupideces. Ya basta de inquisidores. Situémonos frente al moderno Torquemada y digámosle que no, mil y una veces que no, que somos libres, que podemos hablar de lo que queramos y cuando queramos. Y extingamos su fuego purificador con valentía, hablando, escribiendo, pintando, creando en libertad. Sólo así podremos vencerles.