La amnesia de González y Guerra

El dúo más poderoso de la España reciente descarga sobre Pedro Sánchez las fechorías imaginarias que ya adjudicaron a Zapatero, olvidando la viga en el ojo propio de los noventa

Pedro Sánchez y Felipe González en el acto homenaje al expresidente por los 40 años de la victoria del PSOE.

Pedro Sánchez y Felipe González en el acto homenaje al expresidente por los 40 años de la victoria del PSOE. / EFE

Matías Vallés

Matías Vallés

Alfonso Guerra y Felipe González, por orden de importancia, rebosan salud en sus comparecencias ante micrófonos de la derecha radiante. Si acaso, les aqueja un conato de amnesia. Así se explica que el dúo más poderosos de la España reciente descargue sobre Pedro Sánchez, con la cobardía de no atreverse a nombrarle, las fechorías imaginarias que previamente adjudicaron a Rodríguez Zapatero. En cambio, omiten la viga en el propio ojo del PSOE de los noventa, que cobijó todas las variantes imaginables de la corrupción. Del BOE al Banco de España, pasando por la Guardia Civil y dejando piadosamente fuera a los GAL.

Derogar el sanchismo es un objetivo modesto para la furia desatada de G&G, que abogan por el aplastamiento de su sucesor. Es muy fácil de demostrar. La próxima vez que la pareja sevillana proponga con los colmillos desenfundados que el PSOE actual vote al PP heredero de Rajoy y Bárcenas, antes que pactar con Puigdemont, replique a los proponentes emboscados de la grosse Koalition que Sánchez debería ser vicepresidente de Núñez Feijóo. De inmediato brotará el rechazo de ambos a la alianza donde pretenden ahogar a sus herederos desvalidos, porque solo buscan el exterminio del actual presidente del Gobierno.

¿En qué ha empeorado Sánchez al González de los noventa, que en 1993 se arroja en brazos de un Jordi Pujol repudiado hoy hasta por los independentistas junto a quienes se alineó entusiasta? Pablo Iglesias tenía doce años en 1990, y 18 cuando el PSOE pierde el poder en un mar de condenas penales que incluían secuestros a cargo de ministros, según sentencia del Supremo. Cuesta culpar a Podemos de la mayor etapa de degradación de la democracia española, en dura competencia con las mentiras del ultrapatriota Aznar tras el 11M. Si el cacareado régimen del 78 sobrevivió a la degradación impuesta por G&G, posee una vitola de inmortalidad. Gracias a la prueba de estrés del felipismo, puede asegurarse que el actual líder socialista carece de energía suficiente para acabar con la democracia, y sus enemigos mucho menos.

En hora y media de entrevista, los promotores de Susana Díaz como presidenta del Gobierno no pronuncian ni una sola vez la palabra Vox

Las entrevistas radiofónicas canónicas a González y Guerra suman noventa minutos de descalificación indirecta de Sánchez. A lo largo de esa interminable hora y media, nadie menciona a Vox. La disertación y disección más erudita de la política española reciente omite a un partido de ultraderecha moderada, con 33 diputados y un papel decisivo en el Gobierno de derechas que avalan los dos nostálgicos tras la aniquilación del sanchismo. Podría concluirse que los socialistas a regañadientes aprueban a la tropa de Santiago Abascal, pero resulta más sencillo atribuir el espectáculo al cinismo.

Una vez expuestas las intenciones maldisimuladas de G&G, conviene evaluar su perspicacia analítica. No hace falta remontarse a las décadas en que impusieron su ley sin fisuras, cuando podría escribirse de Guerra el retrato del personaje interpretado por Clint Eastwood en El fuera de la ley. En concreto, «no es un hombre difícil de seguir, deja cadáveres por todas partes». Pues bien, la última apuesta conjunta de ambos visionarios para La Moncloa se llamaba Susana Díaz, y ninguna ecuación permite concluir que han mejorado su porcentaje de aciertos en la descalificación de Sánchez.

El trío profético formado por González, Guerra y Aznar señala el camino a los actuales diputados. Sería más sencillo que se presentaran en persona a las elecciones, y así podrían demostrar cómo se puede gobernar sin Vox, Esquerra, Junts o Bildu. Se critica en abundancia a Biden y Trump, pero tienen la misma edad que los salvadores españoles y se someten con deportividad al arbitrio de las urnas que el régimen del 78 consideraba el único termómetro democrático.

(En contra de lo anterior, este párrafo contiene una predicción). En realidad, González, Guerra y Aznar fabulan sus juicios fulminantes sin mancharse porque tienen pánico a una votación, que los colocaría en el rango de los influencers mediocres. Obtendrían unos resultados electorales irrisorios, los micrófonos sirven de sucedáneo acogedor, en especial para G&G cuando se prestan a dinamitar a su partido. Ni siquiera procede detenerse en sus comparsas, ¿qué le deben exactamente los españoles a personajes como Jordi Sevilla, Ramón Jáuregui y demás secundarios de la función, que fueron recompensados por encima de sus prestaciones?

La pregunta previa a cualquier acercamiento a la política española plantea quién debe instalarse en La Moncloa, con la actual composición del hemiciclo. Y a quien hable de nuevas elecciones, solo hay que recordarle 206 y 2019, cuando el doblete no resolvió el dilema. 

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