La plaza y el palacio

El extraño caso del Canelo y dels Països Catalans

El Congreso ya habla las lenguas cooficiales

El Congreso ya habla las lenguas cooficiales / David Castro

Manuel Alcaraz

Manuel Alcaraz

Borja Sémper, Portavoz del PP, que sigue dudando si de mayor quiere ser Ministro de Información y Turismo o poeta, abrió la semana proclamando que su venerable partido no haría el «canelo» usando las lenguas españolas en el Congreso, o sea, que sólo usaría la lengua española. Dadas las circunstancias, y para no cometer la fechoría de errar en asunto tan trascendental, corrí al Diccionario de la Real Academia Española y busqué «canelo», indicándome la tradición y la ciencia, como primera acepción: «Dicho especialmente de los perros y de los caballos: de color canela». La segunda significación indica que si se refiere a un color significa «castaño». Después resulta que hay un árbol llamado así, de la familia de las magnolias. Y al final de todo también le atribuye el significado de cosa fina y exquisita y de algo que tiene valor. Como estas últimas el PP no puede decirlo de la chusma cuasiterrorista de los seguidores de Sánchez, va a ser que considera a estos algo híbrido entre un árbol, un perro y un caballo de un color oscuro, pero no mucho. Para tener estudios no está mal.

Por si sí o por si no, que no lo sabremos nunca, abominó de su propio juicio y dio un tamayazo lingüístico pasándose una parte de su intervención al euskera (vascuence), nada menos. Así que corro al diccionario vasco-castellano del Gobierno Vasco y me dice que se dice kanela o kanelondo, según se refiera al color o al vegetal. Del resto de acepciones nada se sabe. Me quedo tranquilo. Y Sémper debe también quedarse más sosegado, hasta la próxima vez que le toque hacer un gesto paradójico, metáfora, suma y símbolo de aquello en qué ha devenido su partido. Con los felices que fueron cuando Fraga aprendió gallego y gaita, Aznar catalán íntimo y castellano/norteamericanodelsurprofundo; cuando Feijóo hablaba gallego sin parar o cuando Casado se equivocaba en plurilingüe, idioma en el que Rajoy era capaz de edificar trabalenguas: esperpento-esperanto, creo que se dice.

Pero en esas estamos, que ahora las derechas han dado en obsesionarse con los idiomas por ver si, ya que no investidos, pueden al menos gozar de un terrenal Pentecostés, con sus lenguas de fuego y eso. La letra mata pero el espíritu vivifica, que le dijo Pablo a los corintios, que vete tú a saber en qué idioma se expresaban. Lo que es seguro es que no lo hacían en catalán, nefando entre los nefandos, presto siempre a alzarse en disputa y rebelión. Por eso, aquí, en sabrosa coyunda, los consellers (consejeros) de Cultura y Educación, se aprestan a promover todos los remedios a su alcance, y algunos más que acabarán en los tribunales, para doblegar la lengua tradicional de la mayoría de valencianos. Es un triste destino, similar a prohibir la física cuántica como ciencia judía o a quemar los cuadros con desnudos en las colecciones valencianas. Casi mejor que no se empeñen en traer la Dama d’Elx, no fuera cosa que estos dos pilares de la cultura europea la insulten con saña por negarse a hablar en cristiano.

Tengo muchos años para saber cómo acaban estas cosas: los incultos se empeñan en promover con ostentación su incultura; un puñado de catalanistas ardorosos les ofenden con citas de ilustrados y la etimología de varias palabras usadas por March; los ignaros, que ignoran quién era Ausiàs, creen que han mentado a Marx, por lo que agravan su opinión siendo los disidentes catalanistas-rojo-separatistas, en lo que concurren un par de entidades privadas que, por edad y vocación, son coetáneas de la Mare de Dèu dels Desamparats. Al final acaban en empate porque los ignorantes desconocen que las lenguas también se estudian y regulan y que ahora hay una Acadèmia que se dedica a eso. Y luego, la gente del pueblo sigue hablando la lengua que ha hablado siempre –aunque el castellano va mordiendo su penetración y el inglés socavando la posibilidad de regenerarse-. Pero a los niños les enseñan la lengua que toca. Y los niños y maestros también son pueblo. Hasta los profesores de universidad, aunque le pese al Conseller d’Educació. Y se llama valenciano o catalán. Tanto da. Como da igual llamar castellano o español, o colombiano, o guatemalteco. Y todos los desaforados, en fin, hacen el canelo –en valencià-català: «canelo», Dios nos perdone nuestra escasa capacidad de innovación-.

Pero, claro, todo esto lo escribo y sostengo llevado de mi ingenuidad, de la que cada día sospecho más. Porque bajo capa de defender la dignidad del idioma que recibimos, como otros recibieron unas catedrales góticas o un equipo campeón de la Champion, en realidad se oculta la pasmosa pretensión de construir en un momento unos Països Catalans (Países Catalanes). La verdad es que conozco a varias personas que les gustaría que hubiera Països Catalans. En realidad creo que conozco a todas: son pocos y, en general, buenas gentes que se conforman con que les dejen salir con sus banderas un par de días al año por las calles del cap i casal (cabeza y casa, o sea, València capital) y a finales de octubre al Puig de Santa María, por donde anduvo Jaume I con un murciélago. Para la lucha política andan menos dotados, porque agotadas las lecturas de Valor o Estellés, Martí i Pol o Espriu, queda poco margen para la poesía patriótica. Los enemigos dels Països Catalans –enemigos efectivos, digo: los Consellers de Cultura y Educación- tienen una panoplia más amplia de posibles lecturas y pueden odiar por igual a Hernández, Lorca, Cernuda o Machado, que cada uno de ellos se llevó su merecido. En fin, que esto, como sigan con estos soponcios, va a acabar siendo una rechió plena de canelos españolparlantes. Menos mal que el Presidente Mazón, siempre sensible a las letras, reclamó la presencia de la Presidenta de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, órgano –la Acadèmia, no la Llengua- estatutario para decirle que vale, que se la traga –a la Acadèmia, no a la llengua- pero que haga el favor, mujer, de hacer diccionarios como lo haría el pueblo. Mira que es nacionalista. Los demás, claro, somos populistas. Y canelos. De eso en la coalición Vox-PP están profundamente convencidos. Para ofrendar nuevas glorias a España. Como Sant Vicent Ferrer, que lo hacía en valencià de entonces (aleshores, llavors) pero como era milagroso, iba a Catalunya y le entendían. Yo, sin embargo, escucho hablar a algunos Consellers en castellano y tampoco les entiendo.