Al azar

Netanyahu está muerto de miedo

US President Joe Biden meets Israeli Prime Minister Benjamin Netanyahu in Israel

US President Joe Biden meets Israeli Prime Minister Benjamin Netanyahu in Israel / MIRIAM ALSTER / POOL

Matías Vallés

Matías Vallés

Netanyahu no es Churchill, ni siquiera es Trump. El ultraderechismo casa bien con la cobardía vociferante, aunque esta evidencia desmonte los clisés. De ahí que el primer ministro israelí esté muerto de miedo, ante su primer compromiso armado a gran escala. Se enreda en la oratoria, porque comparte el pánico estadounidense a los ataúdes con un soldado dentro. Su último hallazgo compartido con Olaf Scholz consiste en equiparar a Hamás con los nazis. Sí, y Osama bin Laden era el Magneto que desafiaba a Spiderman.

Prestamos tanta atención a los expertos en bucle, que habíamos descuidado los discursos de los auténticos protagonistas del drama. Tras ser ridiculizado por Hamás, el primer ministro israelí pronunció su ya célebre «estamos en guerra», con precedentes en el 11S de George Bush y en Emmanuel Macron, que siendo francés solo combatía a un virus. Sin embargo, Netanyahu pronunció la frase definitiva de su mandato con voz trémula, sin convicción, se adivina un sudor reticente en el labio superior. De hecho, reprendió pedagógico a sus atacantes, señaló que «se habían equivocado» como si hubieran entrado en Israel conduciendo en dirección prohibida.

La leyenda asesina de Netanyahu, vendida en las manifestaciones que nunca mencionan a los doscientos rehenes de Hamás, fabula sus méritos sangrientos. Nunca Israel estuvo tan a la derecha en lo político, ni tan moderado en sus acciones militares. Como de costumbre, este comportamiento deriva de un trauma infantil. Yonatan Netanyahu, hermano del premier, fue el único soldado israelí fallecido en el famoso asalto de Entebbe a un reactor de Air France, secuestrado por los palestinos en los setenta.

La formación militar de Netanyahu no sirve de antídoto a su pánico a una guerra desatada. Esta circunstancia no apaciguará a quienes lo desearían muerto sin más, ni a quienes se alinean románticamente con Palestina pero disfrutando de las condiciones de vida de Israel, que tampoco eran palaciegas en las modestas granjas asaltadas por Hamás. En el resultado todavía incierto de este enfrentamiento entre cobardes, el miedo puede salvar más vidas que los empalagosos llamamientos de una Europa fosilizada.

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