La plaza y el palacio

Sobre la refundación de Compromís

La portavoz de Compromís, Esther Díez

La portavoz de Compromís, Esther Díez / INFORMACIÓN

Manuel Alcaraz

Manuel Alcaraz

Vayan por delante dos declaraciones de principio: A) En mi militancia política y social pocas veces he encontrado un ambiente más grato y generoso que en Compromís, que confió en mi para ser Conseller. B) Sigo creyendo que Compromís es un instrumento útil para la defensa de la democracia y de las políticas de cohesión social y de izquierda en la CV, como resultado de su trayectoria concreta, con hondas raíces y apoyo de amplias capas de nuestra sociedad. Si Compromís se debilitara mucho o desapareciera, la grieta que se crearía en el sistema político valenciano sería muy difícil de cerrar, beneficiando sobremanera a la derecha y ultraderecha.

Por ello me preocupa la deriva de los últimos meses. Aunque fuera candidato recientemente, estoy bastante apartado de la militancia activa, en parte para atender otras preocupaciones –la reflexión política-, en parte por discrepar de bastantes cosas. Dispuesto a ayudar en lo que se me pide, no pertenezco a ningún órgano de la coalición. La crisis no es de Iniciativa del Poble Valencià (IPV), partido en el que milito, sino que es una crisis transversal y como tal debe ser analizada. No tengo interés personal: ninguna ambición sostiene mis críticas. No todos podrán decir lo mismo, pero no me rasgo las vestiduras ante lo que es inherente a la política.

Compromís surgió del acuerdo de varias organizaciones en circunstancias particulares y pudo construir un relato unitario y acciones coordinadas gracias, principalmente, a: 1) Liderazgos que cohesionaron los discursos y generaron ilusión. 2) El convencimiento de que sólo el encuentro entre diferentes pero próximos –y el acercamiento sin prejuicios al PSPV- desalojaría de las instituciones al PP de la corrupción y el abuso de poder. Bastó para generar una fuerza de atracción centrípeta que diera coherencia a los elementos constituyentes, cuya identidad, hoy, bebe más de lo común que de lo distinto: casi todos conocen a Compromís, muy pocos a sus partes.

Se pasó casi del cero al infinito: en 2015 se gobernaba la Generalitat, el Ayuntamiento de València y varias decenas más de municipios. La influencia era notable. ¿Se estaba preparado para ello? No. Hubo que improvisar mucho y Compromís mostró agilidad, voluntarismo e ingenio. Pero se abrió una pregunta inquietante: ¿qué pasaría con una fuerza política así fortalecida, sin mucho debate teórico, el día en que se perdiera el poder? Mantener el Botànic y los gobiernos locales se convirtió en la máxima prioridad. Nadie se preocupó de fortalecer Compromís, de tejer estructuras, de formar cuadros, de preparar el futuro. Que algunos hicieran de la necesidad virtud y presumieran de toda esta improvisación no desdice mis palabras: dirigentes principales, en el ámbito interno, se dedicaron a interminables riñas para conservar parcelas de poder para cada partido que, a veces, fracturaban el buen entendimiento por razones personales o intereses locales. A ello se sumó un sistema de Primarias absurdo, que contradecía lo que pregonaba: simulacro democrático, la salvaguarda de cuotas desfiguraba la voluntad de los electores y, sobre todo, impedía configurar equipos razonables con proyección en el medio y largo plazo, como si la gobernabilidad no fuera una prioridad democrática, sobre todo para los más débiles.

Pero lo más significativo es que la situación política cambiaba aceleradamente. Compromís fue una de las «fuerzas del cambio» y, en cierto sentido, ha sido la que mejor ha resistido en todo el Estado. Pero los discursos genéricos, la abstracción en las propuestas, los hiperliderazgos, se han acabado. No han podido resistir a pandemias, ascenso de la ultraderecha o tensiones internacionales. Sin contar con la inexperiencia de muchos, dedicados a presumir de lo que ignoraban. El mismo hecho de que aquí gobernara la izquierda ha supuesto alteraciones en las formas de entender la política o las relaciones con el PSPV –necesario para todo, molesto para numerosas cosas al final de la segunda legislatura-.

Cuando se pierden las Elecciones autonómicas –aunque con resultados muy respetables- y las locales –que revelan la debilidad orgánica en muchas comarcas-, ninguna de las características que contribuían a la unión persisten. Ni podemos inscribirnos en fuerzas del cambio como antes se entendieron, ni el discurso político anticorrupción y de estabilización institucional sirven para gran cosa. Y las relaciones con el PSPV están deterioradas. El crédito de los discursos de noche electoral se ha agotado. Guste o no, hay que efectuar una autocrítica y replantearse las cosas.

Pero no sabemos hacerlo. Siempre me ha llamado la atención que la autocrítica nunca se ha practicado. Seguramente era un requisito para mantener unido lo diverso. Pero eso significaba pagar un alto precio, creer que a la sociedad le preocupan más nuestros asuntos internos que nuestras propuestas políticas y dejar de hablar de cuestiones clave para que las diferencias no se acentuaran. Así, Compromís ha dicho muy poco sobre el modelo de Estado, sobre la construcción europea o el ascenso de la ultraderecha –la épica ritual antifascista sirve de poco-. Compromís no ha profundizado en las cuestiones económicas, como la globalización y sus efectos, y se ha sentido más cómoda en las materias identitarias. Se ha burocratizado, porque la burocracia se da cuando una fuerza dedica más tiempo a los asuntos domésticos que a formular políticas públicas.

Por lo demás el debate interno era imposible: ¿dónde hacerlo? A veces los órganos de la coalición han pasado meses sin reunirse o lo han hecho para abordar cuestiones técnicas inaplazables. No han discutido sobre el presente y el futuro ni han emitido directrices políticas. No es extraño, pues, que la acumulación de contradicciones haya empezado a evidenciarse ásperamente con conflictos internos en las fuerzas de la coalición, y entre ellas. Sigue sin ser debates políticos pero expresan un profundo malestar. Ahora es IPV, mañana será Més, las fuerzas principales que llevan semanas de desencuentro sin que nadie trate de hacer nada mínimamente eficaz por superarlo. Últimamente emerge la «variable Sumar» que es incorporada al acervo interno como ocasión de incrementar el poder, antes de analizar su significado en términos estratégicos y en relación con un posible nuevo Gobierno de izquierdas, en una escenario internacional atormentado. Es muy difícil que un dirigente de cualquiera de las fuerzas de Compromís opine sobre todo esto si no es dirigiendo las culpas a otros dirigentes o a otra organización. En realidad, a mi modo de ver, cualquier dirección hubiera cometido similares errores, porque estos se deben a circunstancias objetivas que nos rebasan o a la pasividad convertida en seña de identidad. Los militantes –a menudo vocingleros, orgullosos y nostálgicos-, en última instancia somos responsables por no ser capaces de mirar a la realidad con el valor del que tantas veces presumimos.

Puestas así las cosas el debate sobre el futuro de Compromís se ha lanzado. Mal, pero se ha lanzado… para que cada partido cardinal diga que hay que esperar porque se abren periodos de escucha y reflexión y se convocan Congresos. Bien. Pero la realidad no espera y no sería demasiado exigir a nuestros dirigentes que se reúnan y lancen un mensaje de coherencia y de capacidad de pensar, dando prioridad a la unidad en el futuro, estableciendo un calendario común. Y, sobre todo, que enunciaran formalmente la voluntad de refundar Compromís. Porque se trata de una refundación: de reexaminar los actos fundacionales y escribir otros que incluyan lo mejor y aprovechable, renunciando al conservadurismo y las rutinas. A todos interesa: IPV sola –o cayendo en la tentación de querer ser aliada preferente de Sumar- no sobrevivirá por su extrema debilidad; Més, solo, volverá a ser el Bloc: Compromís desaparecería y su voto regresaría a niveles muy bajos; independientes y Verds dependen para existir de la presencia de la unión con los demás. Por eso la racionalidad exige de todos una generosidad que se supo tener en otras épocas; otro contrato social que nos aleje de los peligros del estado de naturaleza.

A mi modo de ver, esa refundación exige:

1Primar la eficacia sobre la identidad. Una fuerza con vocación de gobierno no puede pasarse la vida en el narcisismo de pensar que su estilo de funcionamiento atraerá sufragios. La pluralidad interna debe garantizarse siempre en una estructura democrática, pero no tiene por qué hacerse con partidos en disputa y primarias abiertas para todas las candidaturas. Eso se deriva de suponer que a la sociedad le preocupan, sobre todo, la forma más que el fondo. No es así. Y más en los tiempos actuales, de desazón y urgencias. La diversidad es riqueza: su abuso es imprudencia y aislamiento.

2Una fuerza política no tiene que ser una especie de mitin permanente en el que con alegría se afirman, reiteradamente, principios ideológicos y cuando se gobierna se enfatiza la gestión. Ideología y gestión son necesarias, pero más lo es, ahora, la política misma, esto es: la crítica a la realidad, la formulación amplia y no demagógica de propuestas, el establecimiento de escenarios alternativos. Y, para ello, liderazgos no excesivamente densos, una cierta coralidad en las voces y el firme compromiso con la formación de la militancia y los cuadros –por encima de la obsesión por «estar» en las redes-.

3Una fuerza política real se caracteriza por expresar el pluralismo político –hacia afuera, se entiende-, contribuir a la formación y manifestación de la voluntad popular y servir de instrumentos a la participación. Ni más ni menos, aunque la obediencia valenciana exige de adecuaciones particulares. Se decida lo que se decida de futuro, no puede perderse esta idea de funciones legítimas que estabilizan la vida interna y la relación con la colectividad y otros actores sociales. Todo ello desde Programas debatidos y aprobados colectivamente –sin miedo a mayorías y minorías- y en diálogo con la sociedad civil.

4La fórmula coalición está claramente superada. Todos los dirigentes lo piensan. Lo llevan diciendo bastantes años: ¿por qué no se ha cambiado? Probablemente porque esos mismos dirigentes, o parte de ellos, se encontraban cómodos en la indefinición. Hasta que ha llegado a significar nada: la indefinición se ha convertido en estable fuente de inestabilidad.

5Se ha habla de Federación desde, hace, aproximadamente, un lustro. Estando en el gobierno quizá no hubiera sido mala idea: se reforzaban las estructuras sin necesidad de que se interpretara que había problemas. Hoy es una propuesta que llega tarde. No alcanzo a entender qué aportaría la Federación que no aporte ya la coalición, aparte de alguna precisión administrativa menor. Las fuerzas federadas -¿qué pasa con los no adscritos?- conservan su poder originario y, por lo tanto, se acentúan las tendencias centrífugas. Porque es el problema de fondo: coalición o Federación mantienen a Compromís en la indeterminación de cómo se debaten y aprueban objetivos y políticas y quienes son responsables de cada cosa. No es una opción seguir manteniendo una estructura poco transparente y dependiente de que los jefes se lleven bien o/y emerjan superlíderes a los que aplaudir.

6Por eliminación queda la fórmula partido. No se trata de que sea una fórmula que entusiasme: basta con que parezca más racional que las demás. Otra cosa será la estructura interna, que puede incluir fórmulas de pluralidad como corrientes internas para la formulación de propuestas o el análisis de las políticas. Un partido debe contar con momentos especiales de debate legítimo que impliquen a toda la militancia en Congresos, Conferencias o consultas telemáticas; debe tener unos líderes reconocidos que a la legitimidad de origen –elección democrática- deberán unir una legitimidad de ejercicio –saber lo que hacen, las acciones que emprenden-; una relación más compleja que la actual entre cargos públicos y estructura partidaria; fórmulas diversas pero más sensatas de designación de candidaturas.

Concluyo:

-No soy ingenuo: entiendo y comparto el miedo de IPV a que Més se quede con todo. Podría suceder: en Més, ahora, hay quien teme perder identidad y otros que prefieren gobernar un partido pequeño. Tendrán que optar. Pero en Més hay sensatez suficiente como comprender que la contención les beneficia tanto como a los demás si es que quieren sobrevivir a los efectos devastadores que un abuso de posición tendría en aliados y opinión pública. Verds y No Adscritos tendrán sus propios intereses, respetables, que confrontarían con ese posible abuso. De todas maneras podrían establecerse cautelas como que en el Congreso de refundación hubiera alguna cuota que genere confianza en las minorías. No existe el partido perfecto, no nos empeñemos en imaginar todas las desgracias posibles.

-¿Y qué pasa con Sumar? Conviene hablar de esto públicamente. Creo que Compromís debe ser, por razones históricas y de conocimiento de la realidad, la fuerza de izquierdas de obediencia valenciana que ejerce de aliado estable con Sumar a través de un Protocolo. Esto significa que igual que en Catalunya o Madrid, Sumar no tiene organización, aquí tampoco la tendría. Los casos de Podemos y EUPV se podrían estudiar aparte. Lo que no tiene sentido es que algunos dirigentes de la coalición dediquen ahora buena parte de su existencia a cortejar a Sumar a ver si, llegada una crisis, encuentra su abrazo cálido. Eso también está debilitando a Compromís y no tiene nada que ver con apoyar el pacto Sumar(-Compromís) y PSOE, que apoyo decididamente. Pero para que esto sea real, Sumar debe apreciar que Compromís es fiable, responsable… y fuerte. Un partido es lo que mejor garantiza estas cosas.