Añoranzas alicantinas

Juan Giner Pastor

Juan Giner Pastor

En tartaneta de fira munta el bón alicantí, fragancies de mar i alfábega embalsamen el matí, colomets blancs en el cel fan revols de querubí. Versos airosos y limpios de Eduardo Irles que conocía muy bien la esencia del pueblo alicantino. En su poema “Romans del bon alicantí” va cantando paso a paso todo lo que Alicante tiene de entrañable y ancestral. Son sus añoranzas de lo que nos hace sentir y amar a nuestra tierra. Lentamente recorre todo el sendero maravilloso montado en su “tartaneta de fira”, aquella que, entre fragancias de mar y albahaca, representa las tradiciones de antaño. Así, por medio de sus fluidos versos, nos conduce por las estrechas callejas de Santa Cruz: Caseta de Santa Creu que obris de bón de matí els ulls, tan grans com finestres per mirar el mar vehí; mans fines dálicantina fan de tú un altar diví, la Santa Faç i Quijano son guíes del teu destí.

El barrio de Santa Cruz, bajo el Benacantil, es el corazón del Alicante antiguo, ¡qué hermoso es contemplar desde la Ermita sus tejados, sus blancas fachadas y las viejas murallas del Castillo! ¡Qué sensación escuchar desde allí, confundidos con el aire, los cotidianos sonidos de la ciudad! Bajando las empinadas escalinatas de Santa Cruz, llegamos a la Villavieja, hoy tan degradada, pero de la que antaño se podía decir: Barri de la Vilavella, ánima ardent d’Alacant, cases morenes de sol vestides de colors clars què s’en pujen al Castell per a mirar-se en la mar. Calles de Villavieja, que camino abajo nos llevan hasta el mar, ese mar Mediterráneo lleno de folklore y de historia, desde el que las antiguas civilizaciones descubrieron la peña blanca que domina este hermoso paraje bañado por el sol: Carrers d’Alacant el vell, claror de goig llevantí, en les balcons, les cortines son veles de bergantí. Alfábegues que florexen quam las besa el vent marí.

Y junto a la playa, el Raval, nuestro Raval Roig, aquel ya casi desaparecido, con sus casas de pescadores y su ermita del Socós: Caseta blanca i alegre del Raval alicantí, per a el mar eres gavina, per a el Castell, teuladí. Relicario del Alicante marinero, trasunto del Mediterráneo, que otrora alzó sus fachadas policromadas al sol saliente entre barcas varadas y delicado verdor de palmeras. Añoranzas de antaño, cuando de la playa partían los pescadores a sus faenas diarias. Viejas estampas del faenar de redes en la fina arena al pie de la antigua muralla; canciones de amor que se elevaban al aire mezclándose con la fresca brisa marinera.

Conjunto armonioso formado por el mar, la playa y el Benacantil que, con su cara majestuosa, contempla impasible el paso de los años sobre la ciudad, esos años de historia y viejas tradiciones que los alicantinos jamás deberíamos olvidar: como el “Porrate de Sant Antoni”, cuando todavía en muchos hogares quedaban restos de adornos navideños; y la Candelaria, celebración ahora perdida, festividad de primeros de febrero con los almendros ya en flor, adelantándose a la primavera: ¡J’aplega la Candelaria…! Entre el resplandor diví paraetes de taronges i llimes que son d’or fí: torró, rollets de punxetes, castanyes, torrats i ví. Sobre els almetlers en flor canta el primer teuladí.

Además la entrañable añoranza multisecular de nuestra “Peregrina”, la Romería al Monasterio de la Santa Faz, después de Pascua Florida, rito y liturgia que trasciende los tiempos y las modas, llegando a ser esencia del pueblo alicantino.

Añoranzas también de uno de nuestros más queridos artistas, Gastón Castelló, que así narraba sus evocaciones navideñas: “Recuerdo vagamente aquellos años de mi lejana niñez cuando mi madre, en vísperas de Navidad, me llevaba a un mercado cuadrangular cerca del mar, situado al extremo de la polvorienta Explanada, lugar donde partían las diligencias hacia Alcoy. Aquella plaza parecía para mí como una visión de ensueño, con los belenistas colocados “baix les porxes” en sus puestos repletos de pastores, vírgenes, cuevas, pollitos, Reyes Magos… De allí surgió mi primera composición, un dibujo de colores recordando todo cuanto había visto mi imaginación infantil…”. Quizá desde lo eterno contemplará Gastón al pueblo alicantino que tanto amaba, repitiendo embelesado las canciones folklóricas que su madre, alcoyana, le cantaba.

Y añoranza también, cómo no, de aquellas Festas de Fogueres de los años treinta, sobre la que mucho se ha escrito, como este poemilla recogido en un llibret de por esa época: Les dolçaines, els cohets, els espectaculs i bandes farán la vida feliç entre trons sarabandes. I, com en anys anteriors, a les dotze de la nit naixerán les flamerades. I quant sempre así recorden de la dançaeta el só, dirán tots qu’es Alacant ¡la millor terra del món!

Viejas costumbres, dichosas añoranzas, raíces del pueblo alicantino laborioso y extrovertido; tartaneta de fira que recorre el camino del ayer para construir el hoy. Poetas, músicos, pintores, artesanos, gentes todas que forjaron nuestra esencia y personalidad y que, en cierto modo, han hecho crecer en nosotros esta fructífera añoranza: Porte del porrat taronges, de l’horta, raím valencí; de Santa Faç, madalenes, i del cor alicantí, la sanc qu’es mel i qu’es foc: Fondellol, el nostre ví. Una estrela solitaria brilla damunt del camí. En el cel xiula un cohet, en el camp, lladra un mastí. En tartaneta de fira, ¡torna el bon alicantí!