Un premio que homenajea a una generación de empresarios

Javier Mondéjar

Javier Mondéjar

Conocí a Joaquín Rocamora por mediación de ese gran visionario del urbanismo que es Jesús Muñoz. Jesús era un empresario muy conocido en los primeros 80, pero Joaquín estaba absolutamente en la sombra. No lo sé seguro, pero apostaría una cerveza y una marinera a que yo le hice la primera entrevista de su vida para el fenecido diario “La Verdad” de Alicante. Era tan humilde y en esa época tan tímido que, a pesar de ser yo un pipiolo de veintipocos años con muchos humos y muy poca tolerancia, me sedujo completamente. Luego tuve una relación muy estrecha con él en sus cargos y en los míos y por eso me encantó la iniciativa de Información y de Toni Cabot de crear el Premio Empresarial Joaquín Rocamora. Por caballerosidad y saber hacer empresa merece indudablemente que su nombre quede unido al galardón del periódico.

No me apetece para nada hacer de abuelo Cebolleta y contar batallitas, pero en los 80/90 hubo en Alicante un puñado de empresarios de relieve, muy implicados con la sociedad, a la que dieron su don más preciado: tiempo. Así a bote pronto recuerdo a Fernando Gallego, Eliseo Quintanilla, Emilio Vázquez Novo, Isidro Martín, Montes Tallón, Rafael Bernabéu, Manuel Peláez, Pepe Llorca, Joaquín Arias, Salvador Miró, Jesús Navarro, José Luis Serna, Pedro López o Juan Antonio Sirvent, por citar sólo algunos. Y por supuesto Joaquín Rocamora, probablemente uno de los más modestos y quizá con menos relumbrón que otros de los que he citado anteriormente, pero con un perfil conciliador y pocas aristas. Un hombre con el que se podía contar y en el que se podía confiar.

Entiendo que el premio lleva su nombre en representación de todos esos capitanes de la industria. Que, de alguna manera, Rocamora representa al colectivo. La generación de Joaquín, sin tener la preparación que tienen hoy los jóvenes empresarios de la provincia, suplía con entusiasmo y trabajo algunas lagunas en su formación. Les he visto hacer el pino puente en reuniones de muy alto nivel, en España y en el extranjero, ante economistas de prestigio y pasaban el examen con nota, cubriendo brillantemente sus falencias (un término que me enseñaron en Argentina, me encanta y pocas veces puedo usar).

He tenido el honor de conocer personalmente a todos, algunos muy profundamente, y en momentos complejos demostraban estar al servicio de sus empresas en primer lugar y de la provincia y sus asociaciones en todo momento. Desde Cámara y Coepa y las sectoriales se fue de la mano para promocionar Alicante, en tiempos en los que el dinero era un bien escaso y había que estrujarse las meninges para hacer cosas buenas, bonitas y baratas.

Y, en mayor o menor medida, se llevaban razonablemente bien entre ellos. Eran muy celosos de sus competencias e independencia, especialmente en las organizaciones empresariales de las que formaban parte, pero se prestaban a colaborar si la provincia los necesitaba. He montado desde la Cámara, de la mano con Coepa, muchos actos conjuntos: una concentración contra la pérdida de la internacionalidad del aeropuerto de El Altet, manifestaciones por el agua en Alicante y Valencia y multitud de reuniones con Cámaras y Confederaciones empresariales de Albacete, Murcia y Almería. Nunca, desde el respeto a las instituciones que representábamos, hubo codazos por el protagonismo; los presidentes estaban muy por encima de esas vanidades de mesa camilla.

Hay un adjetivo que los define: respeto. Desde la más feroz independencia fueron capaces de respetar y hacerse respetar, en cabañas y palacios, por dirigentes políticos y por el ciudadano corriente o el pequeño empresario, que veía en ellos un referente. Yo no creo en eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero en el mundo de la representación empresarial de la provincia de Alicante sí que lo fue.

Fueron grandes y quizá fuera conveniente contar sus historias para no olvidarlos. Este Premio tiene todos los argumentos para hacer posible recordar vidas y obras.

Concederle el premio Rocamora a una persona tan centrada como José Juan Fornés, el patrón de Masymas me parece el segundo gran acierto. Fornés es uno de los empresarios más corteses que conozco, con menor vocación de polemista y la máxima vocación de abrir su despacho a cualquiera y arrimar el hombro cuando se le necesita. Es, además de empresario pujante, persona dialogante, enemigo de ruidos y griterío y digno sucesor de la generación de Rocamora.

Los empresarios valientes de los años ochenta han sembrado las bases de lo que debe ser la provincia de Alicante. Gran parte de donde estamos se lo debemos a ellos y ojalá sus sucesores fueran capaces de olvidar personalismos y barullos en pro del bien común. La mayoría lo hacen, aunque hay garbanzos negros, o garbanzo negro en singular, que estropea visualmente el cocido.

Rocamora es el símbolo de una generación que creía en la provincia e hizo más fuerte Alicante. El Premio demuestra que hay muchos otros que han recogido el testigo y se aprestan a continuar la carrera.