Palabras gruesas

El suicidio de Podemos

Podemos cierra con un acto público la página de Sumar y se rearma para las europeas.

Podemos cierra con un acto público la página de Sumar y se rearma para las europeas. / EFE/ Rodrigo Jiménez

Carlos Gómez Gil

Carlos Gómez Gil

La historia de la humanidad está repleta de sucesos protagonizados por suicidios colectivos en los que, mediante rituales de distinta naturaleza, grupos derrotados o dirigidos por líderes mesiánicos llevan a los suyos hasta la muerte. Las crónicas hablaban de la inmolación de los ciudadanos de Astapa, en el 206 A.C., antes de que el general romano Publio Cornelio Escipión pudiera hacerse con la ciudad.

Desde entonces, han sido innumerables las ocasiones en las que grupos de personas han recurrido al suicidio antes de aceptar su derrota, evitando así lo que consideraban un sometimiento intolerable, sin olvidar también los acontecimientos luctuosos en los que líderes fanáticos empujaron a sus seguidores a quitarse la vida, anunciando la llegada de gigantescas catástrofes inevitables.

De la misma forma, la ruptura de Podemos con Sumar y su marcha al Grupo Mixto en el Congreso de los Diputados, así como la deriva que protagoniza la formación morada tienen mucho de un grupo fanatizado que se dirige de cabeza a la desaparición antes de aceptar la situación real de este partido, mientras no dejan de insultar y calificar como traidores a todos aquellos que no comulgan con sus principios. Sin olvidar la actuación personalista de su cúpula, edificada alrededor de un dirigente con un ego descomunal acompañado de un reducido grupo de incondicionales acólitos, cada vez más sectarios e incapaces.

Es verdad que todavía hay militantes en algunos círculos locales que siguen pensando que Podemos es una fuerza política alternativa heredera de los principios del 15-M, si bien estas organizaciones han sido reducidas a simples clubes de fans de los líderes Iglesias y Montero, que actúan como si fueran predicadores pentecostales, con sus homilías, sus sacramentos, la demonización de los rivales y sus dogmas de los que nadie puede abjurar salvo condena de excomunión. Y si no que se lo digan a la larguísima lista de fundadores de Podemos que se atrevieron a cuestionar a la singular pareja dirigente que se ha apropiado de este partido. Muchos de estos exfundadores son personas con una brillante trayectoria intelectual, que han acabado satanizados por cuestionar las doctrinas que Pablo Iglesias e Irene montero aplican en cada momento a su antojo.

El resultado de tanto disparate es que Podemos se ha convertido en un partido antipático, que genera rechazo incluso entre amplios sectores de la izquierda, con unos líderes mesiánicos que hace tiempo perdieron el respeto a militantes y votantes, incapaces de comprender la realidad a costa de manosearla a su antojo y ponerla a su servicio. De un partido que consiguió 69 diputados y cinco millones de votos han pasado a tener cinco diputados tránsfugas obtenidos con una coalición electoral a la que no han parado de desacreditar. De la ilusión pasaron a la desilusión para acabar en el bochorno permanente. El episodio del referéndum sobre el chalé de Galapagar comprado por la pareja Iglesias-Montero ocupa, por mérito propio, una de las páginas más bochornosas en la historia de un partido político y marca, sin duda, el principio del fin de Podemos.

Nacieron como una fuerza horizontal y participativa para acabar convirtiéndose en un grupo vertical, leninista y personalista. Llegaron criticando a la casta política para volverse un reducto que se aprovecha de la política de manera personalista. Prometieron la limitación en los mandatos de los cargos públicos hasta que les tocó renovar sus candidaturas. Ofrecieron limitar los sueldos de los políticos hasta que comenzaron a recibir salarios por sus cargos. Desprestigiaron a los responsables públicos que vivían en chalés hasta que vieron la oportunidad de comprarse uno en una privilegiada zona residencial. Aseguraron luchar contra el transfuguismo hasta que algunos de sus cargos electos protagonizaron sonados casos, como los que se vivieron en las Cortes Valencianas, a cargo de una diputada de Podemos que se llevó el escaño sin dejar su sueldo, o el de Alicante, que llegó a dar la Alcaldía al Partido Popular gracias a la abstención de una concejala de su formación. Se comprometieron a contar con la militancia para convertirla en bailarines al son de la música de sus dirigentes con el riesgo de ser tachados de traidores si no siguen el ritmo marcado. Dicen ser republicanos para acabar como un partido feudal en el que el culto al líder es la máxima expresión de pureza. Dicen querer transformar un sistema sin siquiera mencionar ni comprender las bases económicas estructurales sobre las que éste avanza.

Y en su mundo egocentrista y narcisista, ahora que han abandonado la coalición política con la que se presentaron en las pasadas elecciones, dicen que desde el Grupo Mixto van a presionar al mismo Gobierno que impulsaron en su formación y del que formaban parte desde Sumar. El ensimismamiento de sus líderes, necesitados de continua atención mediática y en redes sociales, les lleva a ignorar que el dilema es si gobierna la izquierda a la que dicen pertenecer en coalición con fuerzas nacionalistas o si lo hace la extrema derecha, porque sus continuas amenazas, pulsos y provocaciones no hacen más que facilitar que esa amalgama de fuerzas reaccionarias cada vez más asalvajadas puedan llegar al Gobierno en España.

También es posible que bajo el cálculo enfermizo de su líder peronista, asaltar los cielos desde la oposición sea su mejor opción para que su ego engorde, aunque sea a costa del suicidio de sus fieles.