«Barcalidades» en Barcalandia

«BARCALIDADES» EN    BARCALANDIA

«BARCALIDADES» EN BARCALANDIA / JavierMondéjar

Javier Mondéjar

Javier Mondéjar

Después de muchos años de ejercer esta profesión, porque uno es periodista aunque venda bragas en Simago, tengo el culo pelado de sufrir reveses e incluso decepcionarme por quienes en otro tiempo me convencieron de su buena voluntad. Mis historias de amor/odio son tan antiguas como mi carrera y he llegado a la conclusión de que un político al mando es el ser más traicionero y peligroso de este planeta. Es instinto de supervivencia, claro, venderían a su madre por seguir en el sillón.

Sabiendo que por principio no puedes esperar nada bueno, lo que peor llevo son las ocurrencias. Barcala nos ha regalado la mejor de los últimos tiempos: crea una Zona de Bajas Emisiones en el centro de Alicante, pero no se sanciona ni se persigue al que no la cumple. Es como considerar delito el asesinato en el Código Penal pero que no tenga acarreada ninguna pena, aunque seas un asesino en serie. El Dr. Hannibal Lecter estaría encantado: comería seres deleznables pero sabrosos e interpretaría a Bach al clavecín, sin que nadie le molestara por el pequeño detalle de asesinar a sus víctimas antes de alimentarse. O simultáneamente: hay una escena inolvidable de Hopkins comiéndose el cerebro de Ray Liotta, mientras sigue vivo, en presencia de una impresionante Julianne Moore.

Puede ser una ocurrencia o Barcala quiere tomar el pelo a la Comisión Europea y al resto de los ciudadanos. Lo único que falta para que en Europa nos tomen por el pito del sereno es que llegue a su conocimiento, que llegará, esta forma tan poco estilosa de vulnerar la norma haciendo trampas al solitario. Es una ocurrencia para las que se podría acuñar el término «barcalidades», mezclando el nombre del alcalde con barbaridades. Sólo hay que cambiar dos letras y si Borges y Cortázar inventaron «palabros» que triunfaron, permítanme modestamente que lo intente. Ya puestos llamaré a la capital, Barcalandia. No es precisamente Disneyland, me temo.

De verdad que me maravilla como el terraplanismo ha tomado carta de naturaleza en la ideología de la ultraderecha, como si ser ecológicamente responsables fueran chorradas de progres de izquierdas. Pueden negar el cambio climático hasta quedarse roncos porque, sin duda, hay ciudadanos que no quieren bajarse del coche ni para ir al baño y que premian con su voto a los que no les ponen pegas. Es una forma de verlo. El problema es que están arrastrando a su trinchera a la derecha tradicional, al igual que han hecho en otros temas sensibles como la inmigración. Por cierto, esa fobia del nuevo consistorio ilicitano hacia los carriles bici está en la misma línea.

Por supuesto que no es popular cerrar al tráfico los centros de las ciudades, pero, cuando se limita el acceso a los residentes o ponen una tasa muy alta para entrar, te das cuenta de que pasear por Londres es hoy una delicia y que hay calles en Madrid que eran concentraciones de humo y bocinazos y ahora son islas de tranquilidad. Al final no pasa nada por dejar el coche en un parking y dar satisfacción al reloj inteligente que marca tus kilómetros recorridos.

Pero es evidente que el ser humano es un animal de costumbres y, voluntariamente no va a ceder ni media, si las restricciones no van acompañadas de medidas coercitivas. Que Barcala y la ultraderecha impidan que se multe a los infractores es el mejor argumento para recorrer el centro en tu vehículo particular y dar quinientas vueltas hasta encontrar aparcamiento. Pasó con la prohibición de fumar en restaurantes, bares, aviones, cines y grandes almacenes, que también fue un clamor de algunas derechas bajo el lema de nos quitan la libertad.

Hay que ser muy forofo del «jodío fumeque», Juncal dixit, para mantener que hemos perdido con la norma. Recuerdo que después de una larga jornada de trabajo con actos, comida y cena tenía que entrar en mi casa en pelota picada y dejar las ropas en el jardín para que se orearan. Y he viajado en vuelos de diez horas donde el humo era espeso como la niebla en Londres. Pero, evidentemente, sin multas o amenaza de sanción a los establecimientos que lo permitieran jamás se hubiera conseguido.

En cualquier caso no creo que Alicante vaya a ser más inhóspita de lo que ya es, ni con ZBE ni sin ella. Este sólo es un detalle risible en una larga lista de «barcalidades», como talar los frondosos árboles de la avenida Constitución y sustituirlos por palitos raquíticos. O el contrato de jardinería que tras fallar en contra el Supremo nos va a costar un Potosí.

Si las ocurrencias fueran hechos puntuales y exóticos y a la vez hubiese un plan ciudad, tira que va, pero no es así. Escribía Jardiel Poncela de un cómico, que se caracterizaba por lo mal que se caracterizaba. Para qué dar más pistas…