Josi Alvarado: entre el humor y la tragedia

Josi Alvarado Valero es periodista, profesora y creadora de guiones, de ideas y palabras desnudas para su puesta en escena ante el público

Josi Alvarado Valero posa ante el mar, cerca de su casa.

Josi Alvarado Valero posa ante el mar, cerca de su casa. / Pepe Soto

PEPE SOTO

El periodismo fue su amor y su condena. Dice que siendo niña tenía la estúpida ilusión de que las palabras escritas podían remover conciencias. Es docente en un mundo de gente algo mayor. Habla y escribe en cuatro idiomas. Y escritora de teatro. Antes fue redactora, actriz aficionada, monologuista y mil cosas más entre palabras desnudas. Tiene dos carreras o más. Es lista, aplicada, amable. Escribe de lo que quiere, entre el humor y la tragedia. Rescata en sus textos a mujeres de acero. Directora de un colegio para mayores, en el Mercè Rodoreda, en Elche, dice que su manera de escribir “es orgánica y agrícola”. No considera que la escritura sea un don del cielo ni un legado de nobleza, más bien es como plantar patatas: “Unas salen bien y otras, no”.

Josi Alvarado Valero (Barinas, Abanilla, 1976) sólo tenía dos años cuando su familia hizo las maletas y metió en un coche cuatro trastos cargados de recuerdos. Se estableció en la barriada de La Florida, en Alicante. Santiago, el padre, fallecido durante la cruel pandemia, siempre se dedicó a la jardinería en urbanizaciones de aquí y de allá, a parte de dar patadas al balón de joven; la madre, Carmen, además de cuidar de su familia, trabajó como limpiadora en casas y lonjas. Los Alvarado Valero tienen tres descendientes, listos, perseverantes: la mayor es médica oftalmóloga, el mediano es profesor de Educación Física y ella tiene varias carreras y muchos cuentos que contar.

Siempre estudió a dos esquinas de casa: en el colegio público Mora Puchol y se hizo bachiller en un instituto que lleva por nombre el de un gran alicantino: Francisco Figueras Pacheco, escritor, jurista y arqueólogo, pese a perder la visión en la adolescencia. Y marchó a Barcelona. En cuatro años logró dos licenciaturas: Ciencias de la Información (periodismo) y Traducción e Interpretación: casi doce horas cada día entre aulas de dos facultadas vecinas en el campus de Bellaterra. Lecciones a parte, en esas estancias le entró el veneno del teatro. Tiene un hijo, Biel, de ocho años.

Nos conocimos en la redacción de un periódico. Era una chiquilla con ganas de aprender y con los ojos abiertos de par en par: intuitiva, alegre y sensata, al tiempo. Sería en 1995. Cursaba su segundo curso como universitaria, pero con mucho desparpajo y ágil para contar cosas. Siempre sencilla, sonreía en cada situación como aprendiz en un oficio de locos. Eran días de verano, en un suplemento que elaboraban cuatro becarios -en aquel estío eran todas chicas- y con la enorme fortuna informativa de variados festivales musicales, fiestas sobre aguas turbulentas y en arena mojada en discotecas o cualquier garito de la Costa Blanca. O de invasiones de medusas en las playas. Todo era posible entre el sofocante calor y tímidas tecnologías que de forma pausada se aceleraban entre el espacio y el tiempo.

En este oficio de contar cosas a los lectores estuvo algo menos de una década. Estresada por la impertinente y voraz rutina se pasó a la docencia. El periodista Ángel Bartolomé dice de Josi que “de un vistazo se atisba la calidad humana y la valía de una persona, simplemente por gestos o por un artículo bien trabajado. Es una excelente periodista, un atlas universal, que lo ha demostrado un poquito, en detalles en gotas de esencia, y lo hará en un futuro cercano; el teatro es lo suyo”.

En poco tiempo logró una plaza como profesora de Educación Secundaria como titular de inglés, que alternó con una minuta que recibía como profesora asociada de la Universidad de Alicante.

Siempre ha tenido pasión por el teatro: letras para la escena. Pasó de puntillas como actriz y como intérprete de monólogos en estrados de risas, como en el difunto Clan Cabaret. Tuvo como maestros a Marisol Limiñana, Juan Luis Mira y Paco Sanguino, entre otros. Se ha paseado por los terrenos del humor y la dramaturgia: “La memoria y la lírica de lo fragmentario, en la poética del fracaso”, dice Josi. Su primera obra larga escrita, Fulanas, fue seleccionada para participar en una de las muestras de Teatro de Autores Contemporáneos de Alicante. La versión micro de Fulanas, Anda Jaleo, que recuperó la memoria de las mujeres durante la guerra civil española, se representó dentro de los refugios antiaéreos durante seis meses.

En su primera obra publicada, Fum, editada en 2019 por el Instituto Juan Gil Albert, describe una travesía con aromas a novela negra y a tabaco: un puzle roto, un crimen no resuelto que recupera la rabia, los sueños y la lucha y el trabajo de las cigarreras alicantinas. La segunda fue El Manual de la Señora de la Limpieza, un laberinto escénico escrito sobre mujeres inmigrantes, de supervivencia, alcoholismo y amistad en tiempos de odio: “La ratonera que es la clase baja española”, considera Alvarado

 Su último texto editado, La Tarara, se hizo con el Premio Ana Diosdado de Teatro y el Premio de la Crítica Valenciana. La obra, puesta en pie por el grupo vasco Hika Teatroa, acumula siete  candidaturas en los prestigiosos premios Max. Es la historia con aliento de una mujer que nació hombre; de una hija sin madre y de una madre sin hija. Tiene tiempo para la chiquillería con la obra Baratza Bang Bang, escrita junto a Teresa Sala, que logró hace dos añadas un premio de textos teatrales en Pamplona.

En febrero de 2023 se estrenó en la sala Nueve Norte de Madrid Llévame a Benidorm, una tragicomedia sobre dos mujeres con Alzheimer que se fugan de una residencia de ancianos. O sea, una fuga a ninguna parte. Sabe explicar fácil sus sentimientos. Un año después, el Institut Valencià de Cultura produjo su trabajo Les Troianes, Fucking Nowhere, una herética y personalísima versión del clásico de Eurípides.

Josi Alvarado desde que contó con sus letras el cuento infantil Mumo y el monstruo, la obra teatral Fum o El Manual de la Señora de la Limpieza, tiene a su obra La Tarara, dando vueltas por el país. Antonio Zardoya, periodista todoterreno y experto en artes escénicas, considera que "Josi tiene el arte de combinar en sus textos muchos elementos, desde el humor popular y realidades cotidianas, hasta reflexiones de hondo calado que entroncan con la literatura subversiva como la de Jean Genet, tal y como pudimos disfrutar en La Tarara. Su versatilidad es uno de sus mayores activos".

Nació en una pedanía entre Murcia y Alicante. Creció en un barrio obrero. “En mi casa no había libros, nadie me inculcó la pasión por la literatura. Me hice socia de la biblioteca municipal. Mi manera de escribir es orgánica y agrícola. No considero que la escritura sea un don del cielo ni un legado de nobleza, más bien es como plantar patatas: unas salen bien y otras, no. En mis patatas hay tres vetas: el humor, lo lírico, lo trágico”.

El periodismo fue su amor y su condena. De joven tenía la ilusión de que las palabras escritas podían remover conciencias. El periodismo es un oficio amenazado por todos los flancos. “A mí trabajar de periodista me dio esta mirada descreída y alergia a las cajas clasificadoras de personas. También me inculcó una querencia por las palabras desnudas, una alergia a la pomposidad y una tendencia a la escritura a pie de calle”.

Aborrece la etiqueta literatura femenina: “He escrito muchos personajes de mujeres”. Se preocupa por los grandes temas universales, como cualquier escritor hombre. En sus obras suelen aparecer personajes del “margen”: muertos, niños, personas LGTBIQ, ancianos, enfermos mentales. “Lo mejorcito de cada casa. No es pose. Es que, de verdad, me resultan más interesantes”.

Sabe contar cosas. Con humor. Y sin dejar atrás tragedias humanas.