Opinión
El mismo mar de todos los veranos
Empiezo a leer La seducción (Reservoir Books), segunda novela de Sara Torres, y me vienen a la mente dos cosas. La primera: su innegable habilidad, como poeta, para elaborar imágenes a través de párrafos que encajan, quizá como un puzle, en la narración. Y es que la poesía, como la pintura, crea imágenes difíciles de desligar de la propia memoria, como recuerdos no vividos a los que recurrimos una vez experimentados por tantas primeras veces.
La segunda es casi personal y forma parte del imaginario colectivo de mujeres “sáficas”, que dirían ahora los seguidores de Christina Rosenvinge: se necesita urgentemente una reedición de El mismo mar de todos los veranos -la Trilogía del mar: El amor es un juego solitario, Varada tras el último naufragio-, de Esther Tusquets. El recuerdo lector y las sensaciones vívidas que me transmite La seducción se acerca al verano que experimenté con la trilogía del mar (gracias a la autora), resultándome inevitable volver a reivindicar la importancia de Tusquets.
El relato que firmó la editora catalana en 1978 forma parte de la historia de nuestra literatura por ser de los primeros en representar el deseo lésbico de forma transparente (también desde la poética), contribuyendo a que lesbianas y bisexuales se quitaran de encima una parte del miedo y el lastre social que venía incluido en el pack de homofobia, también y “tan bien” aderezada por la misoginia propias de la época. Este cóctel sirvió para invisibilizar a las mujeres homosexuales, empujándolas a crear sus propias imágenes en novelas que hoy por hoy, deberían reimprimir y prologar como merecen.
Ya ha ocurrido con “Julia”, de Ana María Moix, rescatada por la editorial valenciana Bamba, pero seguimos esperando una reedición a la altura de la obra de Tusquets que aporte algo de luz a la genealogía. Aunque sea, simplemente, para contar a futuras alumnas de literatura lo que costó llevarla otra vez a las librerías de libro nuevo o lo mucho que tantas disfrutaron leyéndola en la inminente adolescencia, casi sintiendo el salitre cubriendo la puerta de una casa donde se refugiaron las protagonistas (yo las ubicaba en el Pinet, como si la Naxos que citaba en la obra fuera Tabarca). Elia, que es muchas, aunque con un solo nombre en esta trilogía, también ha sido todas las jóvenes que la sentían propia durante una lectura que parecía, hasta incluso en los años dos mil, algo que solo se podía nombrar en un susurro. Ojalá que “El mismo mar...” no corra la suerte que sufrió Ariadna al despertar sola en una isla.
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