La fatiga tras dos años de Guerra en Ucrania

Ucranianos trabajan en el lugar de un ataque con cohetes a un edificio privado en Kharkiv, noreste de Ucrania.

Ucranianos trabajan en el lugar de un ataque con cohetes a un edificio privado en Kharkiv, noreste de Ucrania. / EFE/EPA/SERGEY KOZLOV

Carlos Gómez Gil

Carlos Gómez Gil

No parece que Vladímir Putin haya conseguido ninguno de los objetivos que se marcó cuando el 23 de febrero de 2022 anunció la invasión de Ucrania por su ejército mediante lo que llamó una simple “operación militar especial”, de unos pocos días, para cambiar al gobierno de “drogadictos y nazis” en Kiev. Pero tampoco se puede afirmar que Volodímir Zelenski haya podido contener el avance del ejército ruso que controla ya una quinta parte del territorio ucraniano tras estos dos años de guerra.

A medida que la ayuda militar de occidente fluía a Ucrania y se multiplicaban las sanciones sobre la economía rusa, se extendía la falsa idea de que se podría ganar en el campo de batalla y llevar a Rusia al colapso, causando a este país un daño tan severo que favoreciera la caída de Putin. La retirada de las columnas de tanques rusos hacia Kiev en los primeros meses y los éxitos posteriores sobre Járkov y Jersón apoyaron la ficción de que una contraofensiva del ejército ucraniano en la pasada primavera, de la mano de las estrategias impulsadas desde el Pentágono mediante simulaciones de ordenador, como recientemente ha desvelado el Washington Post, causarían la derrota de Putin y la expulsión de las tropas rusas del campo de batalla.

Nada de esto ha sucedido ya que la pasada ofensiva de Ucrania ha tenido un enorme coste en vidas y en pérdidas de un material militar que Occidente no puede reponer al ritmo que Zelenski pide, con un frente estancado y los ataques de tropas rusas más numerosas y mejor armadas. Hasta el punto de que tras la reciente pérdida de Avdiivka por el ejército ucraniano, junto a una creciente falta de municiones y equipamiento, se extiende la idea de que la guerra está estancada y que el avance del ejército ruso puede capturar más territorio.

Fuentes del Pentágono reconocían al diario New York Times recientemente que “Ucrania puede perder la guerra”, mientras el gobierno de Zelenski amplía el reclutamiento de más personas para su diezmado ejército, avanzándose cálculos escalofriantes de que Ucrania y Rusia sumarían un cuarto de millón de soldados muertos junto a otros 300.000 heridos, sin que se detenga la sangría. La misma opinión tenía el teniente general Valeri Zaluzhni, comandante en jefe de las fuerzas armadas de Ucrania hasta su destitución por Zelenski, al sostener en The Economist que, sin un vuelco decisivo en ayuda militar por parte de Occidente, las posibilidades de éxito del ejército ucraniano sobre el ruso eran mínimas.

Y todo ello, además, ha tenido un enorme coste económico y político sobre Europa, aumentando los desequilibrios trasatlánticos con Estados Unidos. Europa ha tenido que hacer frente a la crisis de refugiados más importante desde la Segunda Guerra Mundial, acogiendo a más de seis millones que permanecen en países europeos, sufriendo en primera persona las consecuencias de una crisis energética que ha llevado a economías como la alemana a la recesión, impulsando a su vez una escalada inflacionista que ha dañado seriamente a todos los países europeos, con una subida en el precio de los alimentos y en productos esenciales con efectos muy negativos sobre la población. En este escenario de crisis encadenadas alimentadas por la guerra en Ucrania, cuando todavía vivíamos los efectos de la pandemia de Covid-19, importantes recursos de todos los países europeos se han dirigido a la ayuda militar a Ucrania y a reactivar su industria de defensa, restando así partidas esenciales a otros fines sociales y de empleo. Con datos del “Kiel Institute for the World Economy”, de Alemania, más de 252.410 millones de euros se han dirigido a Ucrania desde el inicio de la guerra, de los cuales 77.180 millones procederían de la UE.

Estados Unidos ha afianzado su poder sobre la OTAN y sobre la política europea, favoreciendo su economía y sus exportaciones, como las de Gas Natural Licuado (GNL) a Europa, que han tratado de sustituir en parte a las que procedían de Rusia. Para el Gobierno norteamericano esta guerra es el escenario perfecto, como reconoció la editora jefa de The Economist, Zanny Minton, ante la televisión y como ya habían señalado altos mandos del Pentágono, al afirmar que es ”la forma más barata para que los Estados Unidos mejoren su seguridad” ya que Ucrania pone los muertos y Occidente pone las armas, mientras se está dañando gravemente al ejército ruso con una guerra en territorio europeo, a miles de kilómetros de distancia. No son casuales los informes del Departamento de Estado sobre el impacto positivo de la guerra para la industria norteamericana, así como los estudios que empiezan a hacer cálculos sobre los costes de la reconstrucción tras la guerra, que se cifran en unos 485.000 millones de dólares y los fabulosos negocios que harán las empresas estadounidenses.

La entrada de Donald Trump en el escenario de las elecciones presidenciales norteamericanas, la resistencia de la economía rusa a las sanciones occidentales, el desorden provocado en Oriente Medio por la salvaje guerra de Israel en Gaza, junto al enorme daño en vidas y en destrucción causado por esta guerra que nunca debió desatarse plantean la necesidad de frenarla y negociar un armisticio antes de que el conflicto se cronifique, con una Rusia que avanza imparable por el autoritarismo y una Europa cada vez más dividida y enfrentada.