La estación zarrapastrosa

Pasajeros en la estación de tren de Alicante.

Pasajeros en la estación de tren de Alicante. / DAVID REVENGA

Antonio Sempere

Antonio Sempere

Por fin cayeron cuatro gotas el 9 de febrero. Las suficientes para que a la estación de tren de Alicante se le volviesen a ver sus vergüenzas. Un leve sirimiri bastó para que los andenes situados entre el 9 y el 14 se convirtiesen en pistas de patinaje, sin unas tristes pérgolas que protegiesen a los usuarios del agua. Una vez que los viajeros de los trenes de Cercanías, Media Distancia o Intercitys (antes Talgos) pasamos los tornos de control y nos dirigimos a las vías, quedamos completamente al descubierto.

Nunca llueve en Alicante, y de hecho llevaba más de 120 días sin hacerlo, pero el día que se moja la superficie, mucho cuidado. Los pasajeros no tienen más remedio que esperar el convoy procedente de Murcia y Elche, que llega con retraso, en el andén. Porque es en ese mismo tren donde tienen que subir cuando quienes lo abarrotamos logramos evacuarlo y dejarlo vacío, entre paraguazos, maletas, y mucho, muchísimo gentío en escasos metros cuadrados.

Hay que ver el efecto mágico que causa la palabra ‘gratis’. Los años precedentes a la pandemia, me refiero a 2018 y 2019, los usuarios del trayecto del Cercanías entre Alicante y Elche mostraron signos de cansancio, por culpa de la mala calidad del servicio y los constantes retrasos. Lo que se tradujo en un desplome de viajeros, y en según qué horarios, convoyes vacíos. Ahora es imposible. Cada vez que el gobierno prorroga la gratuidad atrae a más gente. Eso sí, Renfe ha recortado los horarios y no se ha dignado a ampliar ni uno solo de sus trenes con una doble composición, siquiera en horas punta. Si vamos de pie, en unas unidades diésel que no están concebidas para viajar así, es nuestro problema, no el suyo.